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Fue una parte muy suya y modelada a su manera de ser y
desenvolverse a sus anchas en una sociedad diferente y expectante a los cambios
y acontecimientos notables, que hizo cambiar las más grandes estructuras
confortadas rígidamente en la Europa de un lado y de otro sentido y nivel
económico. Sucesivamente fue suscitando ideas nuevas del paisaje y la vista
panorámica que se divisa al socaire del Risco de La Concepción. Mi infancia se
desliza suavemente por aquella plaza del Tanquito, de tierra y con muros de
piedra al estilo de contención y de forma del contorno de la misma con una cruz
en el centro o en distintos sitios para señalar el paso del tiempo, con la
belleza del entorno y la magnanimidad de los vecinos, mientras la chiquillada
de los alrededores jugaban al fútbol con una pelota hecha con papel grueso de
periódicos o de ‘vaso’ sujeto con cordeles o hilo de ‘bala’, cuando las calles
estaban empedradas y la hierba cubría el suelo como verdes y sepias alfombras,
marcando los cambios estacionales. Frente a ella, en la calle Álamos, ahora
Navarra, vivía una persona culta, admirada y preciada en un amplio círculo
local, en el pequeño terruño o patria chica, que en las horas inusitadas del
despuntar del día hasta la oscuridad de la noche, pasando por la placidez de la
tarde, escuchábamos notas musicales con alas anacaradas volando, dibujando
suaves círculos, salir del balcón de su casa, golpeadas por sabias manos en
teclas de un elegante piano, transmitiendo la única y sensacional creación que mantuvo
viva las mejores ilusiones en sus paisanos.
Felipe Damián López Rodríguez (1909-1972), ‘El Maestro’,
nació y murió en Santa Cruz de La Palma. Lo primero el 29 de octubre y, lo
segundo, el 12 de noviembre. Hijo de Damián López Sánchez, músico militar,
natural de Leganés (Madrid), el 10 de septiembre de 1885, destinado a Santa
Cruz de Tenerife, en noviembre de 1903, Regimiento de Infantería Canarias nº 20
en 1906, y de Antonia Rodríguez Gutiérrez, que lo fue de la capital de La
Palma.
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Todas las mañanas, muy de temprano, cuando el cielo y tierra
se dividían en los albores grisáceos del amanecer, cuando la atmósfera
transparente brillaba, blanca y clara, sobre las montañas que rodean la ciudad,
cuando la bóveda celeste se cubría en su profundidad de un azul resplandeciente,
resonaban en aquella casa unas palabras, siempre las mismas, era como si el
espíritu de aquel hogar se despertara con sus moradores del silencio de la
noche. Y cuantas más veces resonaban aquellas palabras, tanto más daban la
impresión de que no llegaban a extinguirse de la mañana a la noche ni de la
noche a la mañana, sino que flotaban en el espacio calladamente, con un tono
que no era como los demás, sino que, al revés, todos los demás sonidos de la
vivienda se acomodaban a él, no sólo las pequeñas advertencias de hombre a
hombre que exige la vida común, sino además los ecos múltiples del trabajo
diario en cualquier estancia, porque también estos ecos llevan en sí algo de
los hombres que los causan.
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Felipe López Rodríguez, manifestó desde joven muy buenas
cualidades para el estudio, como tal lo demostraron sus hijos, de forma
personal e intelectual a nivel individual y familiar, el estudio y la
interpretación musicales, particularmente en el piano, bajo la tutela de su
padre, el músico militar Damián López Sánchez, clarinete y compositor, y de
otros músicos y directores de la Banda del Batallón de La Palma, especialmente
Sebastián Cabezas Ramos. En la revista ‘Hespérides’ de Tenerife, nº 48, del 28
de noviembre de 1926, un extraordinario dedicado íntegramente a Santa Cruz de
La Palma, siendo el director de la misma, Rafael Peña León, publicaba el
artículo siguiente: ‘Un artista de Santa Cruz de La Palma, el joven pianista
Felipe López Rodríguez. […] La grata impresión que en mí causó el joven
pianista, casi un niño, aún la recuerdo como algo de eso que no puede olvidarse
nunca.
Sentado en la banqueta giratoria, ante el piano, ejecutó
obras clásicas de los más grandes maestros, con un dominio del teclado y una
manera de interpretar el sentido y valor artístico de las notas, […].
Donde dio la nota más definida de su arte…, fue
interpretando los Cantos Canarios de Teobaldo Power (1848-1884) y Granada
y Sevilla de Isaac Manuel Francisco Albéniz y Pascual (1860-1909) […].
Pues a pesar de ser tan joven, también, pude escuchar algunas composiciones
escrita por él bastante inspiradas’.
Fue uno de los más entusiastas fundadores, junto a Elías
Santos Rodríguez (1888-1966), de la Masa Coral de la capital insular,
participando en el primer concierto en el Circo de Marte el viernes, 15 de
julio de 1927, formando parte de la orquesta de dicha agrupación y en los
conciertos del jueves, fructífera colaboración que mantuvo hasta su marcha a
Madrid, en 1928, y que reanudó a su regreso, en 1933.
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En 1928, teniendo solo 19 años, marcha a Madrid con la ayuda
de su familia para estudiar la carrera de piano y composición en el Real
Conservatorio Superior de Música y de Declamación. Su estancia fue bastante
importante para su formación musical, formándose con notables personalidades
del entorno musical como Joaquín Larregla y Urbieta (1865-1945), José Antonio Cubiles
Ramos (1894-1971) o Manuel de Falla Matheu (1876-1946). En el concierto de fin
de curso de su promoción, ejecutó varias interpretaciones al piano ante los
monarcas Alfonso XIII (1886-1941) y su esposa, María Victoria Eugenia de
Battemberg (1887-1969).
Con el advenimiento de la Segunda República y su actuación
en un mitin socialista le acarreó graves problemas para su reputación, una vez
regresó a La Palma, durante la contienda de la Guerra Civil (1936-1939). De su
estancia en la capital de la nación destaca su presencia a las famosas
tertulias del Café Pombo donde conoció a intelectuales de la talla de Ramón
Gómez de La Serna (1888-1963), Federico García Lorca (1898-1936), Joaquín
Entrambasaguas (1904-1995) y José Bergamín (1895-1983), entre otros. También es
de resaltar su amistad con compañeros palmeros como el pintor José Gregorio
Toledo Pérez (1906-1980) y el etnógrafo José Pérez Vidal (1907-1990). Su
familia conserva un óleo del primero que retrata al joven estudiante al piano.
Se vio obligado a regresar a su isla canaria en 1932, por la
grave enfermedad de su madre y años más tarde por la contienda franquista,
teniendo que abandonar varios proyectos como la dirección de la orquesta del
Teatro María Guerrero o la otra de la Banda Municipal de Madrid.
Entre 1934 y 1936 participa en la vida cultural isleña,
dirigiendo el conjunto de cuerdas de la Agrupación Cultural Proletaria ‘Octubre’
y la ‘Agrupación Juventud Ideal’. Después de ejecutar el Himno de la Agrupación
interpretó los aires de nuestra tierra refiriendo a un apoteósico acto
literario-musical celebrado en el Teatro Circo de Marte el sábado, 28 de marzo
de 1936, interviniendo la orquesta López con selección de cantos regionales de
Damián López Sánchez, padre del Maestro López.
Una vez finalizada la guerra y su estancia en Tenerife,
desmovilizado, volvió a su tierra natal, el 30 de mayo de 1939, fundando la
Banda del Frente de Juventudes. Llevó una meritoria labor de enseñanza y
difusión de la música en años difíciles. Fundó y dirigió las bandas de música
del Frente de Juventudes (1939-40), como hemos dicho, y la Santa Cecilia
(1952), así como sus respectivas academias. Fue el primer músico profesional
como director de orquesta por Conservatorio Superior de Música en la historia
de La Palma.
Como compositor, de melodía grata e inspirada, entre otras,
el Himno a San Francisco de Asís (1927); Loa a la Virgen de La Luz (1966); Canto
a la Madre; la marcha procesional Inquietud; Himno del Batallón de Cazadores
del Serrallo Nº 8; Himno al General Franco; Loa a la Virgen del Rosario (1927)
y el Himno al Club Deportivo Mensajero.
Realizó la parte musical del Carro alegórico ‘Los cuatro
elementos’, representado en 1875, y del cual se había perdido buena parte de su
partitura. López Rodríguez, por encargo, la rehízo por completo,
transformándola en nueva, para la representación de la Bajada de la Virgen,
Nuestra Señora de Las Nieves, Patrona palmera, Fiestas Lustrales de 1935. Se
volvió a representar en la plaza de San Francisco, el 7 de julio de 2000, por
un grupo de actores noveles, aficionados a la escena lírica, bajo la batuta
magistral de Juan García Martín, de forma paralela al carro Oficial.
Compuso, también, una Carroza, titulada ‘Oriental’, Carro
alegórico, para las fiestas patronales de la Virgen de Montserrat de 1952, San
Andrés y Sauces; ‘Bendita sea tu Pureza’ (1965), para las Hermanas de la
Residencia Sanitaria de Santa Cruz de La Palma; un ‘Poema lírico’ para la
fiesta de Nuestra Señora de Las Nieves (1965) y una loa ‘A la Virgen’.
El Maestro López se constituyó como parte fundamental de La
Patrona de Los Llanos de Aridane la Virgen, Nuestra Señora de Los Remedios, durante
muchos años preparando y ensayando misas, loas y las Fiestas de Arte. Dejó
escritas varias obras de tono menor como un ‘Motete’, aunque algunas se han
perdida.
No deseo hacer gala de mencionar otras facetas del aludido
músico por no extender demasiado la exposición de los numerosos momentos
inolvidables, ni tampoco la denominación sinfín de hechos y obras. Ejerció sus
actitudes al frente de varias orquestas de música ligera y bailable, llamadas orquestinas,
unas de ellas fueron ‘Hollywood’ y ‘López’, adecuadamente adaptada para
interpretar loas, misas, marchas de procesiones… actuando en distintos sitios
de las islas.
Mirando hacia las montañas, que se abren como cíclopes
naturales con ansia de darnos un abrazo, frente al sempiterno océano azul y
profundo, que con intensidad incontenible propaga el engrandecimiento de la
cultura y pertenencia a un pasado, presente y será el paladín de un futuro
pletórico, lleno de grato bagaje ancestral. Fue una parte sustantiva del
paisaje de mi infancia, adolescencia, juventud y vida familiar y profesional,
cuando al socaire del Risco de la Concepción los barrancos corrían y las calles
empedradas, que se cubrían con verdes alfombras, la hierba brotaba entre los
cantos basálticos, creciendo y pregonando la idiosincrasia de una ciudad, isla,
región o de patria chica.
El reconocimiento de un epílogo para sellar la validez
artística de lo dicho anteriormente se agolpan los primeros y más queridos
recuerdos personales, el paso de las horas, días, meses y los años y, por
supuesto, la presencia en las grandes fechas y ocasiones en todas las
estaciones de Felipe López Rodríguez. Trazando un antes y un después en el
devenir de la música con sus niveles en el largo recorrido de la historia y
distintas etapas llenas de diversos acontecimientos.
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