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domingo, 1 de junio de 2025

LOS TIEMPOS DEL MAESTRO MÚSICO

         Fue una parte muy suya y modelada a su manera de ser y desenvolverse a sus anchas en una sociedad diferente y expectante a los cambios y acontecimientos notables, que hizo cambiar las más grandes estructuras confortadas rígidamente en la Europa de un lado y de otro sentido y nivel económico. Sucesivamente fue suscitando ideas nuevas del paisaje y la vista panorámica que se divisa al socaire del Risco de La Concepción. Mi infancia se desliza suavemente por aquella plaza del Tanquito, de tierra y con muros de piedra al estilo de contención y de forma del contorno de la misma con una cruz en el centro o en distintos sitios para señalar el paso del tiempo, con la belleza del entorno y la magnanimidad de los vecinos, mientras la chiquillada de los alrededores jugaban al fútbol con una pelota hecha con papel grueso de periódicos o de ‘vaso’ sujeto con cordeles o hilo de ‘bala’, cuando las calles estaban empedradas y la hierba cubría el suelo como verdes y sepias alfombras, marcando los cambios estacionales. Frente a ella, en la calle Álamos, ahora Navarra, vivía una persona culta, admirada y preciada en un amplio círculo local, en el pequeño terruño o patria chica, que en las horas inusitadas del despuntar del día hasta la oscuridad de la noche, pasando por la placidez de la tarde, escuchábamos notas musicales con alas anacaradas volando, dibujando suaves círculos, salir del balcón de su casa, golpeadas por sabias manos en teclas de un elegante piano, transmitiendo la única y sensacional creación que mantuvo viva las mejores ilusiones en sus paisanos.

                              Felipe Damián López Rodríguez (1909-1972), ‘El Maestro’, nació y murió en Santa Cruz de La Palma. Lo primero el 29 de octubre y, lo segundo, el 12 de noviembre. Hijo de Damián López Sánchez, músico militar, natural de Leganés (Madrid), el 10 de septiembre de 1885, destinado a Santa Cruz de Tenerife, en noviembre de 1903, Regimiento de Infantería Canarias nº 20 en 1906, y de Antonia Rodríguez Gutiérrez, que lo fue de la capital de La Palma.

     Todas las mañanas, muy de temprano, cuando el cielo y tierra se dividían en los albores grisáceos del amanecer, cuando la atmósfera transparente brillaba, blanca y clara, sobre las montañas que rodean la ciudad, cuando la bóveda celeste se cubría en su profundidad de un azul resplandeciente, resonaban en aquella casa unas palabras, siempre las mismas, era como si el espíritu de aquel hogar se despertara con sus moradores del silencio de la noche. Y cuantas más veces resonaban aquellas palabras, tanto más daban la impresión de que no llegaban a extinguirse de la mañana a la noche ni de la noche a la mañana, sino que flotaban en el espacio calladamente, con un tono que no era como los demás, sino que, al revés, todos los demás sonidos de la vivienda se acomodaban a él, no sólo las pequeñas advertencias de hombre a hombre que exige la vida común, sino además los ecos múltiples del trabajo diario en cualquier estancia, porque también estos ecos llevan en sí algo de los hombres que los causan.

        Felipe López Rodríguez, manifestó desde joven muy buenas cualidades para el estudio, como tal lo demostraron sus hijos, de forma personal e intelectual a nivel individual y familiar, el estudio y la interpretación musicales, particularmente en el piano, bajo la tutela de su padre, el músico militar Damián López Sánchez, clarinete y compositor, y de otros músicos y directores de la Banda del Batallón de La Palma, especialmente Sebastián Cabezas Ramos. En la revista ‘Hespérides’ de Tenerife, nº 48, del 28 de noviembre de 1926, un extraordinario dedicado íntegramente a Santa Cruz de La Palma, siendo el director de la misma, Rafael Peña León, publicaba el artículo siguiente: ‘Un artista de Santa Cruz de La Palma, el joven pianista Felipe López Rodríguez. […] La grata impresión que en mí causó el joven pianista, casi un niño, aún la recuerdo como algo de eso que no puede olvidarse nunca.

                              Sentado en la banqueta giratoria, ante el piano, ejecutó obras clásicas de los más grandes maestros, con un dominio del teclado y una manera de interpretar el sentido y valor artístico de las notas, […].

                              Donde dio la nota más definida de su arte…, fue interpretando los Cantos Canarios de Teobaldo Power (1848-1884) y Granada y Sevilla de Isaac Manuel Francisco Albéniz y Pascual (1860-1909) […]. Pues a pesar de ser tan joven, también, pude escuchar algunas composiciones escrita por él bastante inspiradas’.

                              Fue uno de los más entusiastas fundadores, junto a Elías Santos Rodríguez (1888-1966), de la Masa Coral de la capital insular, participando en el primer concierto en el Circo de Marte el viernes, 15 de julio de 1927, formando parte de la orquesta de dicha agrupación y en los conciertos del jueves, fructífera colaboración que mantuvo hasta su marcha a Madrid, en 1928, y que reanudó a su regreso, en 1933.

          En 1928, teniendo solo 19 años, marcha a Madrid con la ayuda de su familia para estudiar la carrera de piano y composición en el Real Conservatorio Superior de Música y de Declamación. Su estancia fue bastante importante para su formación musical, formándose con notables personalidades del entorno musical como Joaquín Larregla y Urbieta (1865-1945), José Antonio Cubiles Ramos (1894-1971) o Manuel de Falla Matheu (1876-1946). En el concierto de fin de curso de su promoción, ejecutó varias interpretaciones al piano ante los monarcas Alfonso XIII (1886-1941) y su esposa, María Victoria Eugenia de Battemberg (1887-1969).

                              Con el advenimiento de la Segunda República y su actuación en un mitin socialista le acarreó graves problemas para su reputación, una vez regresó a La Palma, durante la contienda de la Guerra Civil (1936-1939). De su estancia en la capital de la nación destaca su presencia a las famosas tertulias del Café Pombo donde conoció a intelectuales de la talla de Ramón Gómez de La Serna (1888-1963), Federico García Lorca (1898-1936), Joaquín Entrambasaguas (1904-1995) y José Bergamín (1895-1983), entre otros. También es de resaltar su amistad con compañeros palmeros como el pintor José Gregorio Toledo Pérez (1906-1980) y el etnógrafo José Pérez Vidal (1907-1990). Su familia conserva un óleo del primero que retrata al joven estudiante al piano.

                              Se vio obligado a regresar a su isla canaria en 1932, por la grave enfermedad de su madre y años más tarde por la contienda franquista, teniendo que abandonar varios proyectos como la dirección de la orquesta del Teatro María Guerrero o la otra de la Banda Municipal de Madrid.

         Entre 1934 y 1936 participa en la vida cultural isleña, dirigiendo el conjunto de cuerdas de la Agrupación Cultural Proletaria ‘Octubre’ y la ‘Agrupación Juventud Ideal’. Después de ejecutar el Himno de la Agrupación interpretó los aires de nuestra tierra refiriendo a un apoteósico acto literario-musical celebrado en el Teatro Circo de Marte el sábado, 28 de marzo de 1936, interviniendo la orquesta López con selección de cantos regionales de Damián López Sánchez, padre del Maestro López.

                              Una vez finalizada la guerra y su estancia en Tenerife, desmovilizado, volvió a su tierra natal, el 30 de mayo de 1939, fundando la Banda del Frente de Juventudes. Llevó una meritoria labor de enseñanza y difusión de la música en años difíciles. Fundó y dirigió las bandas de música del Frente de Juventudes (1939-40), como hemos dicho, y la Santa Cecilia (1952), así como sus respectivas academias. Fue el primer músico profesional como director de orquesta por Conservatorio Superior de Música en la historia de La Palma.

                              Como compositor, de melodía grata e inspirada, entre otras, el Himno a San Francisco de Asís (1927); Loa a la Virgen de La Luz (1966); Canto a la Madre; la marcha procesional Inquietud; Himno del Batallón de Cazadores del Serrallo Nº 8; Himno al General Franco; Loa a la Virgen del Rosario (1927) y el Himno al Club Deportivo Mensajero.

     Realizó la parte musical del Carro alegórico ‘Los cuatro elementos’, representado en 1875, y del cual se había perdido buena parte de su partitura. López Rodríguez, por encargo, la rehízo por completo, transformándola en nueva, para la representación de la Bajada de la Virgen, Nuestra Señora de Las Nieves, Patrona palmera, Fiestas Lustrales de 1935. Se volvió a representar en la plaza de San Francisco, el 7 de julio de 2000, por un grupo de actores noveles, aficionados a la escena lírica, bajo la batuta magistral de Juan García Martín, de forma paralela al carro Oficial.

                              Compuso, también, una Carroza, titulada ‘Oriental’, Carro alegórico, para las fiestas patronales de la Virgen de Montserrat de 1952, San Andrés y Sauces; ‘Bendita sea tu Pureza’ (1965), para las Hermanas de la Residencia Sanitaria de Santa Cruz de La Palma; un ‘Poema lírico’ para la fiesta de Nuestra Señora de Las Nieves (1965) y una loa ‘A la Virgen’.

                              El Maestro López se constituyó como parte fundamental de La Patrona de Los Llanos de Aridane la Virgen, Nuestra Señora de Los Remedios, durante muchos años preparando y ensayando misas, loas y las Fiestas de Arte. Dejó escritas varias obras de tono menor como un ‘Motete’, aunque algunas se han perdida.

          No deseo hacer gala de mencionar otras facetas del aludido músico por no extender demasiado la exposición de los numerosos momentos inolvidables, ni tampoco la denominación sinfín de hechos y obras. Ejerció sus actitudes al frente de varias orquestas de música ligera y bailable, llamadas orquestinas, unas de ellas fueron ‘Hollywood’ y ‘López’, adecuadamente adaptada para interpretar loas, misas, marchas de procesiones… actuando en distintos sitios de las islas.

                              Mirando hacia las montañas, que se abren como cíclopes naturales con ansia de darnos un abrazo, frente al sempiterno océano azul y profundo, que con intensidad incontenible propaga el engrandecimiento de la cultura y pertenencia a un pasado, presente y será el paladín de un futuro pletórico, lleno de grato bagaje ancestral. Fue una parte sustantiva del paisaje de mi infancia, adolescencia, juventud y vida familiar y profesional, cuando al socaire del Risco de la Concepción los barrancos corrían y las calles empedradas, que se cubrían con verdes alfombras, la hierba brotaba entre los cantos basálticos, creciendo y pregonando la idiosincrasia de una ciudad, isla, región o de patria chica.

                              El reconocimiento de un epílogo para sellar la validez artística de lo dicho anteriormente se agolpan los primeros y más queridos recuerdos personales, el paso de las horas, días, meses y los años y, por supuesto, la presencia en las grandes fechas y ocasiones en todas las estaciones de Felipe López Rodríguez. Trazando un antes y un después en el devenir de la música con sus niveles en el largo recorrido de la historia y distintas etapas llenas de diversos acontecimientos.

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