Este hombre no es otro, sino Juan Cabrera Martín
(1838-1916), nacido en Santa Cruz de La Palma, hijo de Buenaventura Cabrera
González y de Catalina Martín Rodríguez. De modesta posición, imprimieron en el
corazón de su hijo los nobles hábitos del trabajo, el santo amor a la fe
católica y el heredado de sus mayores, que transmitió familiarmente como los
más grandes valores espirituales, el constante sostenedor de su querida madre y
el benefactor incansable de todos sus hermanos.
Por eso el sentimiento popular al saberse la inesperada
noticia de su muerte fue, inmediatamente, general y unánime. Era un luchador y
comerciante, adornado de excepcionales méritos. Cabrera Martín, jefe de la
primera casa comercial de La Palma y banquero de reconocida reputación mundial,
con proyección de futuro y con caritativos modos de comportamiento hacia el
desvalido desafortunado, el necesitado más vulnerable, el pobre marginado, la
infancia desprotegida… sonreía a todos sin pérdida de tiempo con las manos
extendidas y abiertas al amparo y del más sublime auxilio a los demás cubriendo
y subsanando la necesidad urgente y más difícil de resolver.
Su padre, allá por el año de 1847, propietario de una
pequeña flota de buques, construidos en los afamados astilleros palmeros, se
decidió enajenarlos y marchar a la isla caribeña de Cuba, cuando al poco tiempo
de haberse establecido allí, mandó a llamar a su hijo, Juan, que sólo contaba
con diez años, con el fin de que le acompañase y auxiliase en las operaciones
marítimas a que se había dedicado.
El espíritu industrial y comercial del señor Cabrera Martín
se iba paulatinamente revelando, hasta tal punto que creó un gran imperio.
Andando el tiempo con un capital de importancia y comprender cual era la
verdadera misión que en la tierra tiene que desempeñar el mortal que desea que
su memoria se recuerde con cariño y veneración.
Corría el año de 1862, cuando las fiebres palúdicas hicieron
daño al biografiado y notable paisano en tierras americanas de tal forma, que
los médicos le aconsejaron por último su regreso a Canarias. Además, sentía por
aquel entonces la nostalgia del terruño. Regresó a La Palma en 1863, pero su
amor a Cuba lo conservó siempre.
Su crédito como banquero y su reputación comercial fueron
motivo para que se le concediera la exclusiva en el negocio de exportación de
las acreditadas frutas en conserva ‘Viuda de Cabezola y Compañía’, que fueron
premiadas con medalla de oro en las exposiciones de Santa Cruz de Tenerife y la
Hispana-francesa de Zaragoza del año 1908.
Por lo que afecta a lo referente a la industria, diremos que
fue el propietario de la fábrica de tabacos ‘Africana’, inmueble existente en
la calle Pedro Poggio, negociación que se pudo calificar como de modelo entre
las mejores por la exquisita calidad de los productos que elaboraba y el esmero
con que realizaba todas las operaciones, que sus artículos fueron objeto de
señalada predilección.
En la vida marítima destacamos la renombrada AUCONA. Es un
comerciante con inteligencia y tenacidad sin igual. Llegó a conquistar lo que
otros no habían alcanzado, aprovechando sus numerosas relaciones mundiales.
Ya como finalizando, dolorosamente sorprendidos, no podemos
dar adecuada expresión a lo ocurrido con la muerte del distinguido compatriota.
‘Todo está justificado tratándose de quien supo unir a una vida laboriosa, de
acrisolada honradez, talentos y luces, poco comunes, sin perjuicio de no
olvidar las bondades del sentimiento y ser caritativo para los pobres y
menesterosos, haciendo la limosna, que
iba a enjugar lágrimas, con reparos a lo económico, y llevando consuelo a las
almas, en una oculta busca de las necesidades, que hermanaba el secreto
preconizado por la virtud cristiana, con la fraternidad que tanto conforta a
los espíritus sin otro amparo que los de la caridad’.
El entierro fue una verdadera manifestación de duelo público. Después de lo dicho, queremos hacer notar, como los pueblos a veces olvidadizos para con sus buenos hijos, les rinden en la hora de la muerte merecido tributo a sus virtudes. Q. E. P. D. el alma del finado.
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