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domingo, 18 de mayo de 2025

DATOS DE UN HOMBRE CON VOLUNTAD INQUEBRANTABLE

        No sé comenzar, pero pienso que sea la mejor manera posible, y que se trata del hombre que honradamente ha sabido conquistar un puesto destacado en la sociedad de tiempos pretéritos por su trabajo constante, por su admirable y perenne labor consiguió llegar, desde modestísima cuna, hasta los primeros escaños sociales…, merece una especial atención o respeto, veneración de sus dotes o capacidad humana con cariño. Un hombre que trazó con su laboriosa estela la senda que debe alcanzar los demás.

                               Este hombre no es otro, sino Juan Cabrera Martín (1838-1916), nacido en Santa Cruz de La Palma, hijo de Buenaventura Cabrera González y de Catalina Martín Rodríguez. De modesta posición, imprimieron en el corazón de su hijo los nobles hábitos del trabajo, el santo amor a la fe católica y el heredado de sus mayores, que transmitió familiarmente como los más grandes valores espirituales, el constante sostenedor de su querida madre y el benefactor incansable de todos sus hermanos.

        Un bosquejo biográfico de un hombre con voluntad inquebrantable nos conduce a metas sorprendentes y únicas en el bregar cotidiano. Por eso el sentimiento popular al saberse la inesperada noticia de su óbito, la población se movilizó en el más profundo letargo de tristeza y meditación por la irreparable pérdida. En él desapareció una persona diligente, sincero, incansable, prestigioso y filántropo.

                              Por eso el sentimiento popular al saberse la inesperada noticia de su muerte fue, inmediatamente, general y unánime. Era un luchador y comerciante, adornado de excepcionales méritos. Cabrera Martín, jefe de la primera casa comercial de La Palma y banquero de reconocida reputación mundial, con proyección de futuro y con caritativos modos de comportamiento hacia el desvalido desafortunado, el necesitado más vulnerable, el pobre marginado, la infancia desprotegida… sonreía a todos sin pérdida de tiempo con las manos extendidas y abiertas al amparo y del más sublime auxilio a los demás cubriendo y subsanando la necesidad urgente y más difícil de resolver.

    Todas las mañanas hacía el mismo recorrido para encontrarse con todos, intercambiando saludos y atenciones benéficas si fuere necesario y, así, lograba un primordial objetivo antes de comenzar su tarea empresarial. En las hermosas jornadas primaverales, en esas en que parece que el cielo y la tierra palmera se funden, no solo en el azulado tapiz, en donde el sol se recrea con la bella luz de sus rayos, radiante de vida en un efusivo abrazo, para producir el inigualable fenómeno lumínico, la alegría que se advierte entonces en nuestras calles, plazas, márgenes marítimos y de nuestras abruptas cumbres, no pasa desapercibido como rincones predilectos de nuestra ciudad. A todos, como apuntábamos más arriba, sonreía y todos con cariño y veneración le saludaban.

                              Su padre, allá por el año de 1847, propietario de una pequeña flota de buques, construidos en los afamados astilleros palmeros, se decidió enajenarlos y marchar a la isla caribeña de Cuba, cuando al poco tiempo de haberse establecido allí, mandó a llamar a su hijo, Juan, que sólo contaba con diez años, con el fin de que le acompañase y auxiliase en las operaciones marítimas a que se había dedicado.

          Solo aspiraba ser un eco de la existencia o una reverberación de nombres o un reflejo de atardeceres perdidos. A los pocos años de haber llegado a La Habana murió su padre. Rápidamente pensó en su madre, viuda y con hijos, que en la otra orilla del océano pasaba necesidades y que en el presente se había agravado mucho más. Sin dejar que el tiempo para regresar a su isla canaria no se dilatase demasiado regresó para atender al sostenimiento de su progenitora y de sus pequeños hermanos, sustituyendo la ausencia del cabeza de familia dentro de su materno hogar.

                              El espíritu industrial y comercial del señor Cabrera Martín se iba paulatinamente revelando, hasta tal punto que creó un gran imperio. Andando el tiempo con un capital de importancia y comprender cual era la verdadera misión que en la tierra tiene que desempeñar el mortal que desea que su memoria se recuerde con cariño y veneración.

                              Corría el año de 1862, cuando las fiebres palúdicas hicieron daño al biografiado y notable paisano en tierras americanas de tal forma, que los médicos le aconsejaron por último su regreso a Canarias. Además, sentía por aquel entonces la nostalgia del terruño. Regresó a La Palma en 1863, pero su amor a Cuba lo conservó siempre.

     Juan Cabrera Martín, ubicó su comercio en Santa Cruz de La Palma en 1864, abriendo una tienda de ultramarinos en la casa, número 57, de la calle de Santiago, actualmente Anselmo Pérez de Brito, que había comprado y redificado con ese objeto. Algunos años más tarde su comercio se agrandó en el ramo de tejidos con dos lujosos establecimientos y, por último, estableció la bien surtida ferretería. Posteriormente, la casa comercial y bancaria ocupa el primer lugar entre las de la ciudad, capital insular. Su firma es considerada en toda Europa y América.

                              Su crédito como banquero y su reputación comercial fueron motivo para que se le concediera la exclusiva en el negocio de exportación de las acreditadas frutas en conserva ‘Viuda de Cabezola y Compañía’, que fueron premiadas con medalla de oro en las exposiciones de Santa Cruz de Tenerife y la Hispana-francesa de Zaragoza del año 1908.

                              Por lo que afecta a lo referente a la industria, diremos que fue el propietario de la fábrica de tabacos ‘Africana’, inmueble existente en la calle Pedro Poggio, negociación que se pudo calificar como de modelo entre las mejores por la exquisita calidad de los productos que elaboraba y el esmero con que realizaba todas las operaciones, que sus artículos fueron objeto de señalada predilección.

      Todo lo referido anteriormente corroborado con sólo recordemos a Cabrera Martín, figura y genio en esa población por conceptos tan variados como son los de exportador de almendras y cochinilla; consignatario de buques; comerciante en carbón mineral, granos y guanos; tiendas de comestibles; almacenista de curtidos, ferretería, sal y maderas; ventas de máquinas de coser; quincallería y comerciante en tejidos.

                              En la vida marítima destacamos la renombrada AUCONA. Es un comerciante con inteligencia y tenacidad sin igual. Llegó a conquistar lo que otros no habían alcanzado, aprovechando sus numerosas relaciones mundiales.

                              Ya como finalizando, dolorosamente sorprendidos, no podemos dar adecuada expresión a lo ocurrido con la muerte del distinguido compatriota. ‘Todo está justificado tratándose de quien supo unir a una vida laboriosa, de acrisolada honradez, talentos y luces, poco comunes, sin perjuicio de no olvidar las bondades del sentimiento y ser caritativo para los pobres y menesterosos, haciendo la limosna,  que iba a enjugar lágrimas, con reparos a lo económico, y llevando consuelo a las almas, en una oculta busca de las necesidades, que hermanaba el secreto preconizado por la virtud cristiana, con la fraternidad que tanto conforta a los espíritus sin otro amparo que los de la caridad’.

                              El entierro fue una verdadera manifestación de duelo público. Después de lo dicho, queremos hacer notar, como los pueblos a veces olvidadizos para con sus buenos hijos, les rinden en la hora de la muerte merecido tributo a sus virtudes. Q. E. P. D. el alma del finado.

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