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domingo, 30 de junio de 2019

LA NAVEGACIÓN A VELA

                              Me encuentro enormemente cautivado por el profundo mar azul que contemplo enamorado todos los días y que es mi mejor aliado, ya que nací en esta bella y encantadora  ciudad de Santa Cruz de La Palma, que surgió de la bahía y esta realidad fundacional ha marcado su trayectoria con un sello indeleble en el transcurso de los siglos. Desde siempre vivió para y con cara al Atlántico que gracias a él, que teje perennemente sus encajes de espumas a sus orillas y la acaricia  con dulces arrullos con un encanto indescriptible, y a través suyo la isla se propagó por las aguas y tierras conocidas. Adentrarnos en el mundo de la navegación desde la existencia del hombre es constatar con nuestra historia a partir de varias centurias, que han dejado huellas para la gloria y conocimiento de la construcción naval.
                              En los astilleros a nivel de playa se creó una industria, floreciente de competición y vanguardia, que en la carrera de Indias cosechó grandes éxitos. Sus barcos hechos por fabricantes locales, carpinteros de ribera y por armadores, surcaban los mares y unían puertos tan distantes como los de La Habana y Amberes.
                              Esta cultura marítima se traduce en el establecimiento de verdaderas dinastías de maestres, fabricantes y pilotos que ejemplifican las sagas de los Canos, Díaz Pimienta, Arozena Lemos y Henríquez, Casas Lorenzo, Rodríguez González, Fernández y otros tantos más, sin dejar de mencionar a los armadores como Manuel Yanes, artífices de la ingeniería, que constituyeron auténticas familias de constructores y navieros. Se trata de una transmisión marinera que con altibajos llega a los albores del novecientos, con gran arraigo en la memoria colectiva de los palmeros, cuando la construcción de naves de vela decayó a favor por la competencia de los vapores, que monopolizaron el comercio y el tráfico nacional e internacional.
                              Desde el principio de los tiempos la humanidad ha sentido una visible atracción por navegar. Por su proximidad a los océanos y mares le amedrenta cuando encrespado ruge furioso. Su inmensidad le fascina cuando apaciguado las olas lamen la orilla. Es un ente vivo que expresa sus sentimientos, a veces muestra su enfado en forma de tempestades y en cambio otras le recompensa con pacífica quietud.
                              La necesidad de buscar una justificación a los distintos estados de ánimo de la mar, que satisfaga el racionamiento lógico inherente a la condición humana, favoreció la elaboración de distintas conjeturas que explicaron su misterioso proceder.
                              Esa atracción mencionada combinada con la innata necesidad de conquistar nuevos ámbitos hizo superar los miedos e introducirnos en sus entrañas. El descubrimiento de la navegación, probablemente, no se dio en una edad concreta, ni tampoco en un lugar determinado, dado que la interacción entre los distintos pueblos ha sido muy lenta y costosa, no sería idóneo pensar que tal hecho se propagara desde un solo lugar o punto del planeta. Como en muchos otros casos sería la propia naturaleza, quien diese las claves para el desarrollo de hacerlo.
                               Desde entonces hasta hoy en día, la capacidad de trasladarnos ha ido evolucionando en función de los conocimientos y acontecimientos que se ha ido adquiriendo paulatinamente. Así extraemos la conclusión de que, en su lento y progresivo discurrir, se ha utilizado para facilitar el acceso y adquisición a nuevos alimentos, hacer la paz o guerra. Siempre nos ha obligado a vivir juntos, como hermanos o enemigos, y ha servido para que intercambiemos mercancías, buques, mano de obra, creencias…
                              Es arte y ciencia de conducir una embarcación desde su zarpada hasta la arribada de manera eficiente y con responsabilidad. Por un lado, la destreza que debe tener el navegante para sortear los peligros y, lo otro, se fundamenta en las bases físicas, matemáticas, oceanográficas, cartográficas, astronómicas, etc.
                              Su historial lo podríamos dividir en tres etapas. La primera, la ubicamos desde el principio hasta el descubrimiento de América. La segunda, hasta la llegada de las máquinas de vapor. Y, por último, hasta nosotros. A vela la situamos fundamentalmente en las dos primeras, pues la incorporación e invención del vapor como fuerza motriz significó la desaparición del viento como impulsor principal. En la actualidad en muchos países se utiliza como medio de transporte comercial, aunque haya pasado a ser parte de actividades deportivas y recreativas.
                              Se ha hecho desde nuestro pasado más remoto, aunque sabemos que a Australia se llegó hace más de 40.000 años, desde la costa del sudoeste cruzando cortos tramos de los estrechos y que muchos homínidos tuvieron que atravesar ríos caudalosos y mares, muchos milenios antes con elementos muy rudimentarios o simples troncos. El tipo de bregar en aquellos medios desconocidos, avalados por leyendas y mitos legendarios, se realizaba en zonas interiores o bordeando la tierra firme, utilizando la costumbre eventual como medio de propulsión, aunque fuera en la Edad de Bronce.
                              Haciendo un balance de cuantas incidencias ocurridas antes de Cristo, podemos indicar que algunas civilizaciones orientales, en concreto los egipcios, fueron pioneros en tales menesteres, sucediendo los fenicios, cartagineses, griegos, romanos, bizantinos, vikingos, árabes…, que se extendieron por el Mediterráneo luchando por su hegemonía. Unos lo hacían para fundar una ruta de poder económico, social y cultural entre Oriente y Occidente. Otros se aventuraban a conquistar nuevas posesiones en ultramar con afán y deseos bélicos, a favor de unos monarcas o reinos anfitriones. Se salen de los límites del Mare Nostrum en busca de lo desconocido y descubren un Nuevo Mundo, enarbolando las ideas de navegantes, conquistadores, colonizadores u otros, trazando cuadrículas en los mapas con la incorporación de nuevos territorios y promiscuas enseñanzas. Hacemos un alto en el camino para nombrar a Cristóbal Colón (1451-1506), marino genovés, intrépido y valiente, que se fue a un destino incierto con medios náuticos, de orientación escasos, e intuición asentada en la observación sideral.
                              El archipiélago, al igual que La Palma, se convertiría en parada indispensable para continuar, después, viaje al Nuevo Continente y, así, marcar la primera red de tráfico, aprovechando al máximo los vientos predominantes. La Isla Bonita por su evidente condición desde siempre ha tenido una íntima relación con el medio acuático circundante.
                              Algunos investigadores atribuyen a los primeros pobladores canarios los datos suficientes para moverse cerca de los rompientes y buscar sustentos a través de una rudimentaria actividad pesquera.
    
       BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA:
          MAR Y VIENTO. Mario Suárez Rosa. La Palma. 2010.
            ARCHIVOS PROPIOS. Santa Cruz de La Palma. 2016.

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