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domingo, 29 de marzo de 2020

SEMBLANZA DE MI PLATERO

  Con la proximidad de la celebración del Día del Libro, hace algún tiempo me surgió la idea de narrar un sencillo comentario del bellísimo libro, “Platero y yo”, del escritor y poeta Juan Ramón Jiménez (1881-1958), Premio Nobel de Literatura en 1956.
   “Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos…”.
                              En el momento que mis ojos leyeron, con un tono de voz firme el párrafo anterior, me consideré un Juan Ramón, acompañando en la vida a muchos Plateros, que con esfuerzo y constancia necesitan de nuestra compañía.
                              El Platero de mi narración es un ser humano, con identidad propia, necesitado de mis enseñanzas y de una educación básica. Posee una resistencia a la rebeldía y a la súbita señal de protagonismo infantil en la escuela, en la familia y en un mundo social absorbente.
                              “lo dejo suelto y se va al prado… Lo llamo dulcemente: Platero. Y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe,…”.
                              A mi Platero no lo puedo dejar suelto, porque enseguida se disloca y se olvida de lo aprendido. Tengo que estar, de tal modo, constantemente recordándole un conjunto de normas o hábitos de conducta.
                              Lo llamo y viene a mí como si nada hubiese sucedido, es un placer contemplarlo. Juega alocadamente, sin saber el porqué. De pronto, se encuentra enredado en una discusión con palabras mal sonantes y, casi siempre, finaliza en trifulca.
                              “Come cuanto le doy. Le gusta las naranjas, mandarinas…”.
                              Come golosinas y algún que otro bocadillo de jamón y queso. A veces, no lo termina de engullir, porque se entretiene mucho correteando y tiene que volver al aula. El maestro, entonces, le deja terminar en un rincón del porche.
                              Es tierno y mimoso como el otro del escritor onubense de Moguer, pero terco y travieso para hacer las tareas del cole en casa. Es lento trabajando en sus cuadernos, como una vieja locomotora. Casi siempre se queda finalizando sus deberes, mientras los demás disfrutan de su merecido descanso. Mi protagonista es el niño de hoy que puede traernos alegrías, para construir una sociedad de mañana más sólida y solidaria en lo humano y aportando algo a la avanzada tecnología, bienestar. Es aquel, con caprichos y tendencias a ocupar un estatus.
                              Abriendo el texto “Platero y yo”, página por página, me encontré un pequeño recorte de prensa que, con letras grandes, dice así: “Los niños de Ortuella tienen nuevo colegio”. La noticia es de hace 40 años y sucedió lamentablemente, conmoviéndonos a todos por tal trágico suceso. Comienza la descripción de la forma siguiente: “Los alumnos del colegio… de Ortuella (Vizcaya), destruido en 1980 por una explosión en la que murieron 52 niños y una profesora…”.
                              El silencio invade mi corazón, pero no deja de latir aceleradamente cuando pienso en esos Plateros de Ortuella y en su profesora. Me conmueve el contemplar los cientos de peligros que acechan al mío y que pueden acarrearle un daño no previsible. Si así sucediera para nada me sirve una esquela: “Ha muerto Platero”. La vida seguirá evolucionando.

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