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domingo, 7 de febrero de 2016

REMEMORANDO A LOS RETORNADOS DE CUBA

Vapor Valbanera. Santa Cruz de La Palma
                              Allá, en tiempos inmemoriales, surcó las azules aguas del océano una nave hasta llegar a la otra orilla, un vergel de belleza sin par colmado de promesas. El paraíso de Las Hespérides quedaba en el margen opuesto a las ilusiones concebidas en el seno de una familia. Un hogar vacío sin el aliento renovador. Donde los días pasan lentamente, uno tras otro, sin que nadie intente poner solución.
                              La miel de la buena fortuna endulza los labios de todos con las primeras noticias llegadas desde muy lejos. El Sol se oculta y la Luna ilumina con nitidez el cielo oscuro en la noche serena de víspera. Al día siguiente un pescante descarga un  baúl cerrado con candados y sogas. Lleno de rótulos y señas de destino, su dueño se apodera de él.
Acuarela. Juan Bautista Fierro
                              Guarda la sorpresa inesperada. Sonríen al loro encerrado en la jaula, que lleva la simpática mulatita de gracioso contoneo. Detrás el señor de pelos canos y arremolinados con guayabera, sombrero y un habano entre los dedos de su mano derecha y al lado la señora de la sombrilla junto a un par de pequeñines.
                              Regresa lo mejor de los enigmas, misterios e historia, afrontando con gran entusiasmo el reto a una cita con identidad propia, capaz de atrapar la curiosidad de arrancarnos una expresión de genuino asombro.
El Puente. Antigua Rambla de Cuba
                              Vuelve con los extraños destellos encerrados en viejos sentimientos arraigados en costumbres no olvidadas, aunque el tiempo se ha hecho añejo. Se resiste a desentrañar sus vísceras. La calma reina con el paso de las horas y el latir del corazón acompasado al unísono del tic-tac del péndulo en la pared del fondo de la pequeña sala, junto a la vieja gramola y a los retratos de los difuntos abuelos amarillentos y en alguna esquina carcomidos por las polillas.
                              De pronto, renace en los rostros una alegría incontenible manifestada en reflejos del pasado inmediato por mucho tiempo transcurrido. Espejo de la ausencia en tierra hermana no divisada por el horizonte preñado de interrogantes. Se rompen las amarras de la nostalgia y se añora lo perdido presente en las ataduras familiares. Preguntas hinchadas de resquemor y fantasías invaden el ayer pletórico y un hoy incongruente en medio de afectos.
Casa típica rural. La Palma
                              Las huertas y aquella casa formando parte del Edén soñado y los sueños tantas veces repetidos entrelazados en una almohada se arrullan como plácidas nenúfares, desde décadas desempolvados por el esfuerzo de retornar a la pequeña patria, en donde el contorno se dibuja con blancas espumas, que en aquel día retuvo en la retina de la volcánica arena la partida hacia un mundo desconocido en busca de mejor sustento.
                              El reencuentro y abrazo hermano abre la puerta de la esperanza a un nuevo comienzo consolidado con la amistad y el cariño de todos. Surgen las miradas hacia el porvenir de renacer a la vida. Sentir el calor y la bondad de la tierra, que nos vio nacer, crecer y hacernos adultos en lo material y espiritual con personalidad única como sello de identidad. La fuerza del terruño nos moldea por dentro y nos proyecta a distinguirnos del resto del universo.
Colonia cubana. Inicio del siglo XX
                              Nacen del fuego de los volcanes, que pasado muchos siglos supieron labrar en los surcos de la madre naturaleza el carácter bravo y anhelado en el corazón por la lucha de conquistar, de no rendirse a las adversidades y ser sabios en el conocimiento de fenómenos atmosféricos y ser hombre precavido para mejorar las condiciones de infraestructura. El trabajo duro se convierte en el instrumento necesario para sobrevivir y alcanzar la libertad. Tarde o temprano es afable y comparte la necesidad de la ayuda mutua para sacar mayor rendimiento de los medios a su alcance.          
                              La humedad de la brisa, la cercanía del monte, el salitre del mar y los profundos barrancos proyectan una sensacional idea del indiano, refiriéndonos a los retornados de Cuba. Pocos fueron los afortunados el de volver ricos y hacendados. Una vez aquí tenían que demostrar de cualquier forma que le había ido bien en ultramar con un reloj de oro, un coche de grandes dimensiones y una magnífica mansión digna de su riqueza adquirida en varios años.
El malecón. La Habana (Cuba)
              En circunstancias nada halagüeñas permiten recobrar la memoria y trasladarnos de un lugar a otro, disfrutando del transcurrir vespertino de la pura existencia, historia y etapas en las que buscábamos ayudas para mitigar el ir y venir, ser y estar, luchar, conocer y descubrir, reconociendo el ser conscientes de lo que somos y vivimos. Verdadera realidad del emigrante, arriesgado compromiso ante una sociedad de cuestionar todo lo ocurrido a su alrededor. Lazo hecho fuertemente por la acogida y el hermanamiento entre dos islas, Cuba y La Palma, y mares distantes uno del otro, Caribe y Atlántico.
                              Las costumbres se complementan con la necesidad de propagar los vínculos de sangre, tantas veces amenazados por el olvido o la falta de comprensión, allende de nuestras fronteras. Isleños por antonomasia que llevamos consigo mismo con sellos idénticos transmitidos de generaciones por miembros del mismo clan familiar.    

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