Seguimos los itinerarios insulares de la imaginación, que se
quedan transportados a un éxtasis sublime. Bajo nuestros pies sus sempiternas
llanuras de la isla, que intercambian luz, fuerza y color, auténtica cuna
primigenia de la vida en la Tierra. Nuestras miradas se desenvuelven sin
esfuerzo por esta superficie en calma, que es como una acuarela u óleo vivos y
tablas de un escenario vegetal, y que nunca presenta el mismo aspecto. Grandioso
manto de variadas sensaciones. Sus múltiples facetas reflejan el estado del
perdurable cielo, eterno e infatigable amigo.
Nuestro caminar continúa de forma sosegada por los viejos caminos,
mientras se asoma… para convertirse en un suculento banquete visual. Los
vegetales con su peculiar fisiología, responden de inmediato ante los factores
ambientales. Uno de los ejemplos más palpables lo dan los almendros con su
atractiva floración. Exuberante decisión mostrando sus panorámicas paisajistas
y su importancia económica.
Los senderos del almendro nos trasladan a un mundo revelador
del pensamiento furtivo y fulminante. Al otro lado del jardín matizado de luz,
que parece danzar las ninfas en medio de valles y montes, es todo un
espectáculo único y grandilocuente. Es la ilusión vana que se pierde en la
lejanía de nuestro viaje placentero hacia un destino indeterminado.
El fruto se convierte en el mensajero de un manjar delicioso
y diáfano a la espera de ansiosos comensales, degustadores de su rica esencia.
Un buen clima y óptimas condiciones del terreno hacen
vigoroso el brote prematuro de la flor rosácea de febrero en casi todas partes
de la inigualable geografía. Afrontan una explosión de júbilo y resurrección
materna, manera de manifestar la grandeza en un marco realista contemplativo de
los campos llenos de bondad y fertilidad, llenando las retinas y atestiguando
la benignidad de La Palma.
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