fecha

 

domingo, 1 de octubre de 2023

HACIENDO MEMORIA DE LA TRADICIÓN Y LO POPULAR

                              Haciendo memoria de la tradición y la popularidad de dos grandes fiestas del antaño de Santa Cruz de La Palma, pasamos páginas y abrimos el libro de la historia de La Palma, donde leemos y releemos los acontecimientos hechos realidad por un pueblo ansioso de dar a conocer su identidad, divulgando el bregar incansable de una ciudanía ejemplar y comedida en lo transcendental del momento presente. Damos un salto hacia atrás en el tiempo, refiriéndonos a lo devocional, para encontramos dos mitos religiosos en la iglesia católica, por un lado, San Francisco de Asís, amor y bendición al Serafín, y, por otro lado, la Virgen María, Nuestra Señora del Rosario.

                              A San Francisco por tener como espejo la Cruz de Cristo, acogiéndolo con los brazos abiertos y reflejando la Luz redentora de una humanidad sedienta, creyente y fiel a lo transmitido por el santo de Asís y por la Virgen del Rosario por ser el resplandor y protectora, Madre de Dios, de todos sus hijos, quienes la invocan en la ‘Fiesta de La Naval’.

                              ‘No apaguen el espíritu de la santa oración y devoción, al cual las demás cosas temporales deben servir’. Esta exhortación que dirigía Francisco de Asís a sus hermanos, sigue resonando en nosotros con fuerza y actualidad. Dios siempre al centro de todo proyecto de vida y misión de aquellos que se sienten tocados por este hermoso carisma.

                              Qué bueno es constatar que el mismo Dios revelara al Seráfico que debía vivir según la forma del Santo Evangelio y ser testigo del compromiso de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo con este mismo carisma de siempre. Dios está Omnipotente con vosotros, hermanas y hermanos, es algo que nos llena de alegría.

                              Con una alegría desbordante se celebraba unos festejos, a través de los cuales existía una comunicación mutua, ocurre en estos momentos que mucha gente se pregunta, qué tipo de atractivo tiene el porqué, ejerce este inquietante y vivo reclamo del pasado, esperado para transformarse en vistosos y seguidos por numerosos ciudadanos curiosos de disfrutar en una larga noche de octubre.

                              San Francisco no fue importante hombre de iglesia, tampoco fue importante hombre de mundo. No fue pensador, no fue escritor, no fue teólogo. Con todo, su persona sigue viva y su proyecto de vida interpela cada vez más ardientemente a los hombres de este tiempo, dentro y fuera del cristianismo.

                              Francisco de Asís, ni loco ni ecologista. Solo enamorado. Enamorado y atrapado por una presencia que lo llena todo y le da sentido a todo, como lo representado en la Cueva de Carías ante la presencia del Ángel. La presencia entrañable del Padre de la vida, que a él lo llevó a darle la vuelta a la suya y a ofrecerla entera a los demás.

                              Ahora, es el instante de continuar hablando del otro acto de fe, que ha dejado huella en un pueblo agradecido a su historia festiva y orgulloso de recordarla como testimonio perenne en el pasado, comunión en el presente y membranza en el futuro. Se ignora la fecha exacta de la fundación de la Cofradía del Rosario, encargada de hacer la Fiesta de La Naval en el vetusto cenobio dominico de San Miguel de las Victorias, con procesión y celebración de la Octava de Nuestra Señora Virgen del Rosario en la forma que hoy se acostumbra, según las crónicas de aquel entonces.

                              Sus nuevas constituciones fueron aprobadas por Real Orden de 4 de abril de 1862, en las cuales se hace protesta de que ‘al reorganizarse bajo nuevas reglas, se hace con la antigüedad de 1530’.

                              Se relata con todo mérito obtenido por Real Orden de 11 de septiembre del año mencionado en el párrafo anterior, el nombramiento otorgado a S.M. la Reina doña Isabel II (1830-1904), María Isabel Luisa de Borbón y Borbón, que se dignó aceptar el cargo de ‘Hermana y Camarera Honoraria’ que le fue propuesto por esta Cofradía, tomando la denominación de ‘Real’.

                              El 4 de noviembre de 1709 la Real Hermandad del Rosario acordó hacer la fiesta de la Octava de La Naval, a la que se obligaba a participar en los actos de la mañana y de la tarde. Pasado algún tiempo, precisamente, el transcurrido hasta la llegada de Pedro Massieu Monteverde, Oidor de la Real Audiencia de Sevilla, se hizo cargo de esta efeméride voluntariamente desde 1713.

                              Llegaron a ser una de las más alegres, espectaculares y multitudinarias de cuantas se hacían en la isla, nombradas por todos, después de la Fiesta Lustral de la Virgen de Las Nieves, patrona palmera:

                              “La plaza de Santo Domingo se iluminaba con hachos de tea y de montoncitos de serrín y brea, que se repartían por toda ella y se le colocaban unos palos con brazos de hierro en forma de ‘S’, asemejando un gigantesco candelabro, rematados por farolillos con velas. Duraron hasta la década de los años 50 del siglo XX, hasta que llegó la electrificación de la capital. Este es otro dato curioso en el devenir ciudadano y que da idea de la importancia que tuvieron los hechos festivos anuales, comprometiéndose el ente pertinente de iluminar desde las vísperas de las fiestas de San Francisco y La Naval. Con ello, se vieron resaltadas en todos los aspectos, como los ‘paseos de gala’, en los que las damas estrenaban y lucían los complicados atuendos al compás de la ‘última moda’. La plaza, conjuntamente con la homónima de San Francisco, se convertían en el centro neurálgico de las reuniones y lucían los más llamativos adornos”.

                              Con motivo de una epidemia de viruela en el vecino barrio de San Telmo, los festejos exteriores fueron suspendidos en 1897, tan sólo, se celebraron los religiosos dentro del templo. Con la unión de la placeta y la calle, a finales del XIX y principio del XX, siendo alcalde constitucional y Cronista oficial de Santa Cruz de La Palma Juan Bautista Lorenzo Rodríguez (1841-1908), se dio inicio al plantado de los laureles de Indias, cobrando el recinto más belleza por autorización del arcipreste Benigno Mascareño.

                              “Por esa época, la imagen mariana comenzó a subir por el citado barrio de San Telmo en la víspera de su onomástica, gracias a la generosidad de Miguel Lorenzo González, una vez que, regresó de Venezuela”.

                              “El homónimo de San Sebastián durante años disfrutó de la presencia de la sagrada imagen de la Virgen por su pendiente calle del Medio, haciéndolo por primera vez en 1902 y llegando a lo alto de la misma, a la altura de las Tosquitas, junto al Dornajo, que parecía un bosque de fayas por la frondosidad de las ramas y donde se colocó un pabellón diseñado por el artista madrileño Ubaldo Bordanova Moreno (c. 1866-1909), bajo el cual se situó el baldaquino de plata y daba inicio al canto de la ‘loa’ y fuegos de artificio”.

                              Al llegar la efigie de María a la plaza conventual se colocaba detrás de un gigantesco arco formado por piezas de pirotecnia, dando la sensación de que la Virgen estaba nimbada entre nubes y resplandor celestial. A reglón siguiente, con un silencio acaudalado por las sombras del mágico rincón destinado a una magnífica visión, se iniciaban los acordes del aria ‘Rosario de María de misterioso emblema…’, cuya letra, se debe al poeta palmero Domingo Carmona Pérez (1854-1906), y el músico Manuel Henríquez Arozena (1888-1920) compuso la loa que se ha venido haciendo en los últimos años. Completando lo dicho, Domingo Santos Rodríguez (1902-1979), en 1927, compuso otra partitura, música y letra, a la Virgen del Rosario.

                              El historiador Alberto José Fernández García (1922-1984), nos describía con profusión de detalles en la Prensa provincial de 1963, como ‘la plaza de Santo Domingo se convertía en una especie de gran salón en el que llegó a interpretarse para estas fiestas, en 1940, un Carro de la Bajada de la Virgen, titulado Reina de La Paz’.

                              Reflexionando sobre lo relatado o descripto minuciosamente podemos afirmar categóricamente, que la ciudad capitalina ha cambiado al paso de los siglos y se ha transformado, con el máximo interés de adaptarse al nuevo milenio.

                              Hemos estudiado como la Virgen y San Francisco desfilaban procesionalmente por las empinadas, empedradas y estrechas calles de sus respectivos sectores. En estas últimas ediciones lo hacen en sus onomásticas. Todo un espectáculo artístico, que se ha desarrollado entre la devoción ancestral o de los mayores, que no olvida las tradiciones, pero, lamentablemente, sí las deja morir.

                              “Era tiempo de ‘loas’, cuadros plásticos, banderas, mantones, altares efímeros, comparsas de ‘gigantes y cabezudos’, reuniones vecinales para limpiar las calles y embellecerlas con gallardetes y damascos, etc., en un tiempo donde el pueblo sencillo y diferente se unía en este ‘pique’ de quienes lo hacían mejor, para demostrar a propios y ajenos de lo que eran capaces”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario