fecha

 

domingo, 24 de septiembre de 2023

MEMBRANZAS DEL INCENDIO FORESTAL DE LA PALMA

           ‘Existe en algún lugar una pequeña isla bonita que, por completa y variada, más que isla es continente; más que bonita es majestuosa y de pequeña no tiene más que sus medidas…’, tal como un amigo diría escribiendo una postal a otro. Con esta expresión somos testigos de un lamentable suceso, que dejó consternada a la población palmera, observando lo que sucedía con el corazón angustiado, como se destruía de forma irremediable e inmediata una gran parte de masa forestal, cubriendo de un tinte oscuro, desolado y desesperanzador la epidermis de nuestra tierra insular.

                              El incendio empezó en el pueblo de Puntagorda, concretamente en el parque recreativo de ‘El Fayal’, zona de bastante vegetación, con espléndidas coníferas y monte bajo, cubriendo el suelo fecundo lleno de luz y suaves sombras, invitando al ocio y larga paz en los confines de sus aledaños, compartiendo la amistad y buen rato con familiares y amigos. Con alegría se recibió la noticia de la estabilidad del siniestro el miércoles, 19 de julio, a partir de las 13 horas, según información dada por el Gobierno de Canarias. El fuego, que fue declarado en la madrugada del sábado, 15 del mismo mes y año de los corrientes, quemó 2900 hectáreas, aproximadamente, ocasionado por negligencia de desaprensivos, celebrando un cumpleaños u onomástica y con el atenuante de impulsar un contenedor de residuos orgánicos ardiendo hacia la vegetación.

      Una vez conseguido, que no tuviera frentes activos, no hiciera crecer el perímetro del área afectada y que se mantuvieran ‘los mismos efectivos terrestres y aéreos para avanzar en su control’, se calcularon los daños evaluados a inmuebles, viñedos y otros cultivos, que fueron elevadísimos, y no aumentó con fortuna por ser apagada la línea amenazante de entrada al Parque Nacional de la Caldera de Taburiente.

                              Sabemos cómo comienza un incendio, pero no cómo puede terminar, porque en ello influyen diversas condiciones naturales, como la temperatura ambiente y los vientos, que pueden hacer de un conato una emergencia incontrolable.

                              Los medios de comunicación son el primer canal de información de la población sobre incendios u oleadas incendiarias, teniendo así un papel relevante ante este problema, que se ha convertido ya y cada vez lo será más debido al cambio climático, en asunto de seguridad nacional para las personas y nuestro medioambiente.

                              El riesgo de propagación depende de la vegetación seca y continua, de las condiciones meteorológicas y de la topografía del terreno

     Por decisión propia, transfiero una pequeña colección de textos literarios de autores en general con descripciones de la vegetación, combustible que alimenta el incendio, son realmente las mismas y se centran en los pinares, mencionado por Antonio Machado Ruiz (1875-1939), que en la región donde él veía el fuego serían pinos silvestres o pinos laricios (Pinus nigra). 

                              Mark Twain (1835-1910), menciona un denso bosque de pino amarillo con sotobosque. Describe los pinos como gigantes de 100 pies de altura y diámetros de 5 pies. Explica así: ‘[…] Estaba el suelo cubierto por una capa espesa de agujas secas de pino, que al primer contacto con la lumbre se inflamó como si fuese pólvora. Era extraordinaria la rapidez con que avanzaban las gigantescas columnas ígneas. Al cabo de un minuto, prendió el incendio en unos espesos matorrales […] y empezó el fuego a crepitar, rugir y chisporrotear de un modo espantoso…’.

                              Robert L. Stevenson (1850-1894), describe:

       ‘Los bosques y el Pacífico dominan el clima en esta región de la costa oceánica. En las calles de Monterrey, cuando el aire no huele a sal a causa del océano, sopla cargado de perfumes procedentes de las copas de los árboles que forman los bosques. Durante días enteros suele cernirse sobre la ciudad una atmósfera caliente y seca, parecida a la de un horno, aunque saludable y aromática. No se necesita ir muy lejos para averiguar la causa de esto, pues los bosques están incendiados y el aire cálido sopla desde las colinas…’.

                              Los pinos que incendia pueden ser pinos insignes, especie que desde Monterrey se ha extendido a medio mundo. Producen gran cantidad de pinocha, sobre la que el fuego corre fácilmente. Sus piñas jorobadas se abren mejor con el calor del incendio, que además ha dejado al descubierto el suelo, facilitando la germinación de las semillas.

                              Sorprende encontrar otra referencia a grandes incendios en Antón Chejov (1860-1904), escritor intimista ruso. En un viaje a la isla de Sajalín, en el extremo nordeste de Siberia, cuando estaba esperando el barco, que le iba a trasladar, divisa grandes fuegos:

             ‘[…] El día era tranquilo y despejado. En cubierta hacía calor, en los camarotes el ambiente era sofocante. El agua estaba a 180º C., un tiempo semejante es más bien propio del mar Negro. En la margen derecha del río ardía el bosque; una masa verde ininterrumpida irradiaba una llama purpúrea; las volutas de humo se fusionaban en una prolongada e inmóvil franja negra, que permanecía suspendida sobre el bosque. El incendio era enorme, pero alrededor todo era tranquilidad y silencio. A nadie le preocupaba que el bosque fuera destruido, ya que, en este lugar, la riqueza vegetal pertenece solo a Dios.

                              Al día siguiente, por la mañana temprano, reanudamos la marcha con un tiempo absolutamente tranquilo y caluroso. La costa estaba cubierta por una ligera neblina azulada; era el humo de lejanos incendios de bosque, que, según nos dijeron, alcanza a veces tal espesor que llega a ser para los marineros no menos peligrosos que la niebla.

                              Gabriel Francisco Víctor Miró Ferrer (1879-1930), dice que tiró la cerilla en una aliaga, a la que en otro lugar llama tojo:

      ‘[…] Aleteaba el fuego por los tojos, corría por jistas de gramas. Crujidos frescos, rasgados de llamas nuevas; ruidos duros, metálicos, de calcinación; retumbos de pellones de rescoldos… Las aliagas eran bestias rojas, delirantes, que mordían la hierba, que se cebaban hasta de las esponjas húmedas de los musgos’.

                              Claramente ese fuego corría por un modelo… y no había forma de pararlo:

                              ‘[…] Estaba solo, con su cayado nada más. Con legón, con azada, descuajaría las socas de esos hogares de leña; les arrimaría y les volcaría tierra y pedregal, como hacen los labradores y pastores para remediar los incendios. Quiso valerse de su bastón y le retoñó en lenguas que lo devoraban’.

                              La descripción más impactante es la de Mark Twain:

       ‘Transcurrido media hora, se extendía ante nuestra vista un verdadero océano de fuego. El incendio subía a la cima de las montañas más próximas y veíamos trepar aceleradamente las llamas por sus laderas, desaparecer por la vertiente opuesta para reaparecer más lejos, por la falda de la montaña inmediata, que iluminaba con su siniestro resplandor para volver a desaparecer en rápido descenso. Después, entre lejanos bosques, desfiladeros, abismos y peñascos, hasta alcanzar por las que se le veía correr más alto y más lejos siguiendo las estribaciones de la cordillera, serpenteando se perdía en los confines del horizonte, que aparecían cruzados por infinitos ríos de fuego. Las cumbres de las más lejanas montañas brillaban con rojizos reflejos y el mismo firmamento parecía llamear en una incandescencia infernal. Tan imponente espectáculo se reproducía con fidelidad, detalle por detalle, sobre el brillante espejo del lago. Cuatro largas horas permanecimos inmóviles, sentados a la orilla del lago, contemplando aquel espectáculo grandioso, sin cansarnos de mirar y sin pensar en comer y beber. Hacia las once el incendio había ya corrido fuera de los límites de nuestro horizonte y volvió a reinar la oscuridad sobre el paisaje’.

                              Una brevísima referencia al daño del incendio a la fauna aparece en el libro que preparaba Albert Camus (1913-1959), cuando falleció en accidente de coche:

                              ‘[…] y del que solo subsistía un recuerdo impalpable como las cenizas de un ala de mariposa quemada en el incendio de un bosque’.

    Según las estadísticas, 9 de cada 10 incendios forestales son provocados por el ser humano. En el 2012, la Comisión Nacional Forestal reportó 250 de ellos que destruyeron miles de hectáreas de bosques y selvas.

                              Concluyendo, sugerimos unas medidas de seguridad, que debe de tenerse en cuenta, para evitar que el fuego salga de control:

                              -‘Se necesita preparar la parcela con la máxima precaución’.

                              -‘Realizar la quema en horarios tempranos y con condiciones de clima estable’.

                              -‘Nunca hacer la quema solo y vigilar a toda hora que el fuego no se expanda más allá de tu terreno’.

                              -‘Si el terreno es inclinado, se debe comenzar desde arriba y no realizar la quema en fajas y con viento en contra de la pendiente’.

                              -‘En caso de observar un incendio, dar aviso a las autoridades más cercanas’.

                              -‘Nunca use cerillas o mecheros innecesariamente, puedes provocar algún accidente’.

                              -‘Si sales de paseo al campo, evita el uso de fogatas, pero si haces una, escoge un sitio abierto, lejos de los árboles, hojas y ramas secas. Antes de prender fuego, limpia de hojarascas y basura los alrededores’.

                              -‘Recuerda al marcharte, que debes apagar el fuego completamente, puedes utilizar agua y/o tierra’.

                              -‘No dejes o tires botellas de vidrio en el bosque, podrías iniciar un incendio al reflejar la luz del sol de manera intensa en un punto’.

No hay comentarios:

Publicar un comentario