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domingo, 8 de mayo de 2011

SIN COMENTARIO

                              El veintiocho de abril, fue un triste despertar en Santa Cruz de La Palma cuando nuestro patrimonio urbano apareció masacrado por desaprensivos. Pintadas que aducían a actos vandálicos y que no conducían a ninguna parte. Sólo, nos entristece y nos invita a una reflexión concienzuda y profunda de cómo está nuestra sociedad. Las consecuencias las está asumiendo el ciudadano actual.

                              La pluralidad no consiste en faltar el respeto a los demás. Confundimos la libertad de expresión en hacer lo que nos da la gana, sin importar el daño y su magnitud. Además, los recursos públicos se administran para el bien de todos y no para que unos pocos se ensañen y demuestren lo contrario de cualquier norma ética y moral.

                              Los monumentos palmeros edificios, estatuas y otros, símbolos señeros de nuestra isla, son un acompañante fijo en los paseos que paisanos y visitantes dan por los distintos rincones. La presencia de estos y su auténtica imbricación en algunas zonas obligan al paseante y al conocedor de los mismos a tener muy presente todo un conjunto de percepciones y características totalmente unidas al propio complejo emocional que La Palma transmite. Todos ellos, en sus diferentes categorías, ponen pilares sobre la historia, el arte, la arquitectura, el urbanismo, la economía y la vertebración social del pueblo además de asentar claves sobre el carácter de sus costumbres, festividades, religiosidad e idiosincrasia. Dibujan un plano especial, con sus propias rutas específicas, hasta ofrecer, en buena medida, una radiografía de la ciudad.

                              Robert F. Kennedy (1925-1968), con argumentos bastantes convincentes, decía: “La educación es la clave del futuro, la clave del destino del hombre y de su posibilidad de actuar en un mundo mejor”. No se equivocó ante unas corrientes idealistas mal asimiladas de cambio e invadidas por intereses insospechados. El conformismo no vale, pero menos el declarar un estado de guerra en contra del cumplimiento mínimo de lo esencial.

                              Con tantos derechos internacionales influyendo en las personas e ideologías, propongo recordar el pensamiento de Friedrich Wilheim Nietzsche (1844-1900): “Solamente aquel que contribuye al futuro tiene derecho a juzgar el pasado”. Enseñamos con los ejemplos y transmitimos con algo más que las palabras, si somos capaces de construir un pueblo en el que sea digna la convivencia. Sucediendo lo inverso nos involucramos en el fracaso. Hay muchos frentes abiertos avocando la disconformidad y asentamiento de la intolerancia. Merecemos mantener un prestigio universal, que se ha sabido ganar en pro del progreso.

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