Pensar en junio en la salida del COVID-19, se hace eterno a
la par que angustioso, la Semana Santa no se celebró con actos visibles,
procesiones en las calles, sino con austeridad dentro de los templos con riguroso
cuidado, guardando las distancias y las medidas de higiene, con suma prestancia
a las órdenes dictadas por las autoridades sanitarias, tanto nacionales como
autonómicas regionales (CCAA) y municipales. Resumiendo, el contenido
redactado, no sabemos lo que nos deparará la, muy temida pero real, cuarta ola. Ni treces, ni pasar por debajo de una escalera y/o andamios
anclados en medio de una acera frente a una fachada de vivienda en
restauración, ni cruzarse con un gato negro al pasear por cualquier sitio… Las
supersticiones se quedan a un lado después de padecer lo que hemos tenido
suerte de vivir. Y, es que la ambigüedad de la reflexión nos lleva a eso, una
salud mental y emocional total, tocada para aquellos que sobrevivimos a la
pandemia. Da igual que hayamos mantenido distanciamiento social, da igual que
nos hayamos lavado las manos y quitado los zapatos antes de entrar a casa, da
igual el confinamiento voluntario frente a los pronósticos de nuevas oleadas.
Da lo mismo que nos hayamos cuidado. ¡El virus ha llegado a nosotros, sin
apenas tocarnos! ¿Quién va a temerle, ahora, al 13 habiendo vivido el 20? Pues
eso, este número pretende ser algo positivo, páginas en las que evadirse, con
las que soñar, con las que planear todo aquello que vamos a hacer en cuanto el
mundo se estabilice y, por fin, nos deje respirar.
El día que los informativos abrían el noticiero recordando
que se cumplía un año de inmovilizarnos voluntariamente o no, en 2020, un jarro
de agua fría nos caía a muchos por la espalda.
¡Un año ya! Esta guerra contra un inesperado mal en la que
365 días después aplaudimos 200 muertos diarios en nuestra nación, miramos a un
lado con las más de 2000 en el mismo periodo de tiempo en un país como Brasil y
oscilamos los 3 millones de muertos registrados a nivel global, se ha
convertido en una situación difícil de digerir, sin cuartel. El primer paso
hacia nuestra felicidad será admitirlo. Valga la expresión: ¡Estamos tocados!
¡Pero no hundidos!
Me gustaría que las palabras anteriores, que surgen de desgarros
en mi alma, se conviertan de algún modo en nuestro mayor referente. Ahora los
medios públicos de enlace nos dicen, que debemos ser precavidos y apoyarnos en
circunstancias como éstas. No permitamos ser indiferentes, da igual su raza, sexo,
estatus social o religión. La mascarilla llévala contigo a todas partes, como
nuestra pequeña aportación hacia la normalidad, que no vivimos aislados de la
súbita peligrosidad del contagio. Anhelamos obtener el objetivo trazado desde
hace bastantes meses de tensión.
Seguimos sumando, a pesar del buen ritmo y aceptación eficaz
o sencilla del plan de vacunación, ya que esa es una de las formas que tenemos
de honrar a los que ya no lo pueden hacer. Seguimos trabajando, porque ellos
cayeron y no pudieron. Continuamos soñando por un nuevo amanecer, dándole las felicitaciones a tantos arriesgados héroes del servicio de salud, que luchan día y
noche por una mejor atención prioritaria con aliento de buenos samaritanos, sin
ser reconocidos en sus labores humanitarias, la mayor parte de veces, pero
plausibles sin gravámenes y cotas en la entrega altruista, aunque sí dignas de
considerarse importante su inscripción en el Libro de los Guinness. A las
generaciones más jóvenes les debemos eso, sueños, ganas e ilusión, aunque unas
jornadas cuesten más que otras, algo que sabemos, seguimos avanzando y deseamos
que lo haga junto a los demás. Gracias, gracias por estar al lado de los que
piensan correctamente.
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