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domingo, 13 de julio de 2025

EL CURA QUE SE GANÓ UN AURA DE SANTIDAD

        Me dispongo a coger el teclado del ordenador y me coloco en posición correcta para que mis pensamientos y los dedos de mis manos se deslicen sobre y suavemente por el teclado de letras y números, con otros signos, que no sé cómo llamarlos, aunque sí sé que tienen una denominación determinada por la actual técnica informática. Conforme a mis notas tomadas de apuntes o anotaciones sugeridas por la búsqueda de archivos para escribir de un personaje, que ha dejado huellas de cualquier calibre personal, social, religioso y de incansable labor humanística por todos los lugares palmeros, que era destinado para desarrollar su vida y vocación presbiteriana. Se trata de un presbítero muy querido y respetado por todos los palmeros de todos los puntos cardinales, de allá y de acá, que lo tenían como el ‘elegido de Dios’, pero que él se resistía a serlo.

                              Se trata del sacerdote o cura José Pons Comallonga (1875-1964), Nació en la provincia de Barcelona, concretamente en la localidad industrial de Manresa, el 20 de febrero en el año referente entre paréntesis. En su infancia tuvo que ocuparse del sostenimiento del hogar familiar por las penurias padecidas por la escasez de recursos de primera necesidad en un medio natural insuficiente e impuesto por causas de salubridad y de equilibrio económico sostenible. Ocupando las tareas agrícolas y ganaderas, hasta que manifestó su deseo de ingresar en el Seminario catalán, barcelonés. Después de mucho empeño logró entrar en el respectivo establecimiento eclesiástico de Vich e inició estudios de Filosofía, que alternaba con otros trabajos para poder subsistir.

       Se trasladó a las Islas Canarias, como muchos otros de dicho origen, eligiendo por destino la isla de La Palma. En esta isla desarrolló una labor ingente incalculable sin frontera mirando hacia delante con la vista puesta en el hermano, hombre o mujer, cualquier ser humano, necesitado de ayuda, así fue conocido con el nombre de ‘el cura caminante’.

          En 1894, fue reclutado, llamado y asignado a incorporarse a filas y, posteriormente, fue enviado a la guerra de la isla caribeña de Cuba. Hospitalizado, en 1898, es repatriado a España un mes después. Una vez retornado a su patria continúa sus estudios, recibiendo, en 1903, las órdenes mayores y dos años más tarde se ordenó de presbítero. Esta cruel contienda le dejó importantes secuelas, que le marcó con un escaso estado de salud, que, por consejo de amigos y allegados decidió venir a Canarias por lo benigno del clima, haciéndolo antes de cumplir un año de su nuevo estado religioso.

                             Una vez llegado al archipiélago de las Islas Canarias, se incorporó a su primer destino, que fue Alajerò, isla colombina de La Gomera, siguiendo la comunidad de Santo Domingo, de la Villa de Garafía, en la Isla Bonita o Verde de La Palma, que le acogió de corazón con cariño y respeto, así como en Tenerife, donde lo localizamos en diferentes sitios: San Bartolomé de Tejina, El Sauzal, El Tanque, Valle Guerra, etc.

    Siguiendo el calendario de tantos destinos a los que estuvo sometido durante su ministerio pastoral en la isla corazón, en mayo de 1931, fue asignado como párroco de Las Manchas, vinculándose definitivamente con la historia eclesiástica de La Palma. Algunos años después regentaba los destinos parroquiales de San Antonio Abad del núcleo de Los Canarios, municipio de Fuencaliente de La Palma, que, a lo largo del tiempo, ancha franja horaria, era conocido como el ‘cura caminante’, ya que habitualmente invertía cerca de tres horas en recorrer a pies el trayecto entre ambos templos, ermita de San Nicolás de Bari e iglesia de San Antonio Abad, Las Manchas y Los Canarios.

                              José Pons, desempeñó una notable labor apostólica en pro a los demás de un lado u otro de la isla palmera, con ahínco y coherencia meridiana, haciéndose notar con prontitud y provecho en todo lugar y a cualquier instante del transcurso de la vida. Hablamos de catequesis, que impartía tanto en escuelas de primaria como, también, en todas y cada una de las parroquias en las que estuvo, siendo venerado en todo el territorio insular, ganándose a pulso un aura de santidad, pocas veces, visto en nuestra tierra.

     Fue capellán de las monjas de clausura o Reverendas Madres (RR.MM) del Monasterio de la Santísima Trinidad de la Orden del Cister, Breña Alta. Por dicho motivo se le conocía como el ‘Cura del Cister’, durante muchísimos años. A su vez, a finales de su vida, ya bastante mayor, siempre decía, refiriéndose a los palmeros: ‘Que gente tan atenta y hospitalaria, no la había encontrado nunca’.

                              Estando internado en el Hospital de Nuestra Señora de los Dolores, Santa Cruz de La Palma, falleció, el 26 de agosto a mediado de la década de los años 60 del siglo pasado, y sus restos mortales reposan a la espera de la resurrección, en la que creyó y espera eternamente, en el cementerio católico de esta localidad.

                              Como finalización quisiera relatar una anécdota que, seguramente habrá cientos de ellas por toda la geografía insular y regional, en donde se convirtió en santo andariego por los caminos sinuosos para hacer llegar la Buena Nueva de y entre barrancos y montañas, pendientes cimas y cerros escarpados sembrando cansancio, paz y austeridad para que lo sembrado con amor se hiciera fructífero:

     “Un día, cualquiera de los tantos que compartió en nuestra tierra occidental, encontró a una señora que le dijo, muy amablemente, que, por la edad avanzada, caminaba muy bien y con bastante rapidez, ya que ella, siendo mucho más joven, lo hacía con bastante dificultad. Entonces, le contestó lo siguiente o ‘será por el peso de los pecados’. Curiosa y esencial para indicar el instante culmen de la expresión sorpresiva de la sorpresiva opinión”.

                              El epílogo no puede ser otro, sino el que hago ahora hasta el final. En edad muy temprana, no me acuerdo cuando me sucedió, aunque, sin lugar a duda, sería cuando era cura párroco de la Parroquia Matriz de El Salvador, Félix León del Sacramento Hernández Rodríguez (1878-1963), estando acogido el cura José Pons en el centro de misericordia, celebraba la Eucaristía, diariamente, en la pequeña capilla perteneciente a la Congregación religiosa de las Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl, que prestaban sus servicios espirituales de acogida y mantenimiento de atención al prójimo con una constancia y entereza sobresaliente. No sé cómo, pero tuvo que ser en edad de bachiller, primeras horas del día, me propusieron la misión de samaritano, por decirlo de alguna manera, de ayudar a don José en su tarea de celebrante y así tenerlo en constante concentración con el desarrollo de la misma misión, según lo propuesto en el Misal Romano para toda la Iglesia Católica Universal, debido a los numerosos despistes o lagunas que tenía con muchísima frecuencia por su avanzada edad y precaria mente en declive.

        Damos término al capítulo de méritos concedidos por su admirable dote de amor, misericordia y frutos de esperanza desplegados durante su vida en nombre de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo por todos los caminos fatigosos que sus pies ofrecía con sus pisadas grabadas como signo de ir a los brazos del Señor. Además, de Fuencaliente de La Palma, Breña Alta y los Llanos de Aridane, que le han dedicado una calle en sus respectivos términos municipales, éste último territorio adoptó, en el pleno del 25 de febrero de 1988, un acuerdo solicitando a las autoridades eclesiásticas la declaración de como Siervo de Dios y su consiguiente beatificación y canonización.

                              Igualmente, el año de su muerte ingresó, a propuesta del Excmo. Cabildo Insular de La Palma, en la Orden Civil de Beneficencia con distintivo Blanco y categoría de Cruz de Segunda Clase, premiándose así su acción caritativa.

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