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domingo, 31 de agosto de 2025

RECORDANDO LA FIGURA Y LA OBRA DE UN PRECLARO SACERDOTE


                              
A lo largo y ancho de una década, 10 años de espera y de mucha incertidumbre en los avatares cotidianos que nos depara la vida y la maratoniana existencia, tanto humana como inmaterial en los altibajos comunes en una sociedad cambiable y progresiva, según la página de la edad histórica que nos toca vivir al son de unos sones y acordes presentes, proyectados hacia un futuro sin llegar, heredado de un pasado constituyente en la memoria de un pueblo amante de lo suyo, que va desde los comienzos de la reforma del templo, Parroquia Matriz de El Salvador del Mundo, en 1947, a la fundación de la Cofradía del Santo Sepulcro, en 1957, en ese entonces la actividad parroquial era notable. Durante años era conocida popularmente por la Parroquia por ser la única existente en la capital insular y la del Real Santuario de la Patrona, Nuestra Señora Virgen de Las Nieves, Santuario del Monte, o de las afueras del casco urbano, hasta que se crearon otras indistintamente por el municipio de Santa Cruz de La Palma. La segregación se hizo con júbilo por los nuevos feligreses de las respectivas creaciones, suscitando la denominación de iglesia principal, de base basilical, al referido solar eclesial. La de San Francisco no se fundaría y no se abriría al culto hasta 1954.

                              En este capítulo de episodios fundacionales como la Cofradía de la Virgen del Carmen, experimentando un fuerte auge de la mano de este preclaro presbítero y de los coadjutores que alternaron su estancia con sus obligaciones religiosas. Ejerció una destacada influencia en una gran parte de la sociedad y de la juventud. Por ello, comenzaremos este trabajo recordando la figura y la obra de este preclaro sacerdote palmero.

                              Félix León del Sacramento Hernández Rodríguez (1878-1963), nacido en la localidad de San Andrés y Sauces, en Lomitos de Abajo, sobre las 22 horas del 20 de febrero del año referente entre paréntesis. Hijo de Antonio Hernández Rodríguez y de Antonia Rodríguez, matrimonio del que nacieron 2 varones y 3 mujeres. Fue bautizado el 24 del mismo mes en la iglesia bautismal de Nuestra Señora de Montserrat por José Domingo Pérez Álvarez, presbítero encargado del servicio de la misma parroquia mariana por ausencia de Juan Herrera Machín, cura ecónomo y se confirmó de manos del obispo Ramón Torrijos, el 29 de abril de 1890, en el mismo templo aludido con anterioridad de Los Sauces, siendo su padrino Crispiniano de Paz Hernández, natural de la dicha localidad, con titularidad de maestro nacional y farmacéutico.


                              Junto con 54 jóvenes de su época y de su municipio, en 1897, cuando tenía 18 años, fue citado a hacer el servicio militar, que cumplió en el mismo término municipal, ciudad natal. Fue la suya una vocación tardía. A los 28 años era alumno interno del Seminario Conciliar, cursando el primer curso de Teología Moral y en octubre de 1906 se dirigió por escrito al obispo manifestándole lo siguiente: ‘que le asisten grandes deseos de ascender al estado del Sacerdocio […] y se digne concederle la primera clerical tonsura y las 4 órdenes menores el primer día de noviembre’. Resumiendo lo dicho, recibió el sagrado orden del subdiaconado, que ejerció en la capilla del Santísimo Cristo de La Laguna (Tenerife) y en septiembre del mismo año recibió el diaconado en la homóloga del Palacio Episcopal y, por último, con 29 años, solicitó acceder al presbiterado, que recibió a las 8 horas de la mañana del 6 de octubre de 1907, en el respectivo oratorio, anteriormente citado palacio, por el Sr. y Reverendísimo obispo Nicolás Rey Redondo (1834-1917).

                              Hablando de su bregar, interés y de la labor desarrollada por el sujeto en cuestión, digno de este trabajo, que marcó un antes y un después en la vida religiosa de nuestra querida ciudad y parroquia. Mirar hacia la persona de ‘don Félix’ es hacerlo en la sociedad palmera que militaban los numerosos y variopintos círculos familiares, culturales y sumisos a un régimen dictatorial, posterior a una guerra civil. Naciendo yo, en 1942, pude y lo fui monaguillo y admirador de un ‘hombre santo’, entregado con todo esfuerzo y con ansia de ayudar y socorrer al necesitado, pobre y desamparado, que fuera a solicitar un favor o un plato de comida, que nunca faltó tiempo para poner en práctica el amor, amparo y misericordia al prójimo como a Dios y a sí mismo.


                              ‘El cura del Salvador’ fue un enamorado de administrar el sacramento del Perdón. Pasaba muchísimas horas del día, jornadas enteras, concediendo y repartiendo la comprensión en un don sobrenatural de impartir la absolución como gracia en el nombre del Padre, Hijo y Espíritu Santo a todos aquellos, arrepentidos, se arrodillaban a los pies del confesionario. Me consta, así como a muchas generaciones, nos identificábamos con él a través de actividades religiosas, fermentadas por el buen quehacer del ‘anciano cura’, respetado y muy querido durante su estancia como párroco, padre espiritual, consejero digno de escuchar y de obedecer sus admirables mensajes. Ejemplo de magnanimidad y de afecto, jamás visto, la afluencia de personas, familiares y feligreses incondicionales, para darle el ‘último adiós a don Félix, nuestro querido párroco’. Virtudes que no le falten para esperar la Resurrección en la que creyó y sus restos mortales se hayan en el suelo del templo que fue su parroquia, durante muchísimos años, desde 1968, a los pies del antepresbiterio. En aquella ocasión de dolor, Elías Yanes Álvarez (1928-2018), fiel admirador de sus destellos de santidad, destaca de su figura:

                              ‘Su devoción preferida, la Eucaristía. Su ministerio más destacado, el confesionario. Su técnica pastoral, la bondad, la sencillez, el optimismo y estas tres cosas prolongadas con tenaz perseverancia. Siempre me impresionó su espíritu abierto para todo lo nuevo. En contraste con otros hombres de su edad, don Félix siempre vio bien los nuevos métodos de apostolado, la orientación hacia nuevas metas. Siempre gozoso ante todo lo que significa aparición de nuevos colaboradores dispuestos al trabajo. Y, luego, aquella humanidad suya tan cercana siempre a los problemas modestos del vivir cotidiano de las gentes, la familia, el trabajo, el dolor ajeno, la pobreza…’.

                               Sus destinos respectivos fueron ‘El Salvador’ de Alajeró (La Gomera), de 1907 a 1909, ‘El Rosario (Barlovento), de 1912 a 1928, donde impartió enseñanza en la casa parroquial para el aprendizaje de los niños del lugar a leer y escribir y, definitivamente, ‘El Salvador’ de Santa Cruz de La Palma, donde permaneció 35 años, desde febrero de 1928 hasta su fallecimiento en agosto del año, también, reseñado entre paréntesis, principio de este escrito, con un breve espacio de tiempo en Puerto Rico sustituyendo a un sobrino suyo, si no me equivoco, llamado Juan (sacerdote).

                              Haciendo cuenta de un rosario de hechos, retenemos en nuestra memoria la toma de posesión, el 24 de febrero de 1928, como nuevo párroco. El Diario de Avisos (da), Decano de la Prensa de Canarias, algunos días después destacaba en sus páginas la noticia del nuevo nombramiento y de los méritos que obtuvo el aspirante en las oposiciones celebradas en los distintos municipios de la isla de La Palma.

                              El primer dato que nos encontramos del referido párroco, oficiado en El Salvador, es la administración de un matrimonio, el 4 de febrero de 1928. La presentación oficial arciprestal ante la feligresía se hizo en los cultos nocturnos de la Cuaresma de ese año, con una numerosa concurrencia. Tras reconocer que él no era el sacerdote ‘con el talento y la virtud requeridos para la ciudad, capital isleña, pero que acataba órdenes y se había visto obligado a aceptar este cargo’, saludando a los fieles y a ellos se dirigió con las palabras ‘la paz sea con vosotros’, tema sobre el que disertó su corta, pero sentida homilía, que eligió como primer acto oficial, anunciando desde el púlpito su disposición a que:

                              ‘Toda persona pobre que falleciese y que sus familiares no contasen con recursos para sufragar los gastos del sepelio y enterramiento católico o fuera insolvente, que el óbito sucediese en el Hospital de Dolores, lo comuniquen para hacerles los oficios y procesión de calle gratuitamente’. Gesto que honraba al clérigo palmero, según afirmaba la Prensa local.


                              Transcurrido el tiempo de forma habitual y haciéndose notar el entusiasmo personal, ocho meses después promovió la formación y organización de la primera sección Adoradora Nocturna de Jesús Sacramentado en la isla, cuya inauguración oficial y solemne se verificó en la noche del último sábado de octubre del ya referido año. Del mismo modo, alentó e impulsó la creación del primer Centro de la Juventud de Acción Católica que hubo a nivel insular y en el archipiélago canario. Entre otras actividades, indicamos la celebración de conferencias para la formación de jóvenes, así como clases de cultura general, apoyo a la primera rondalla de Los Divinos y favoreció el uso del órgano y el canto gregoriano para la liturgia.

                              En 1957 celebró sus Bodas de Oro sacerdotales, que plasmaron de forma inequívoca el cariño entrañable que el pueblo sentía por el venerable clérigo. El acto consistió en una misa solemne a la que asistieron las autoridades locales e insulares y numerosísimos fieles. Pronunció la homilía el canónigo de la catedral de La Laguna, Elías Yanes, y el besamanos final fue amenizado por la banda de música Santa Cecilia, a reglón siguiente se trasladaron al salón de plenos del Ayuntamiento, en donde se celebró la entrega del título de ‘Hijo Adoptivo’ de Santa Cruz de La Palma, que llevaba aparejada la concesión de la Medalla de Oro de la misma ciudad, según acuerdo plenario de fecha 2 de octubre.

                              Unos años más tarde y 8 meses antes de su fallecimiento, el 2 de enero de 1963, don Félix el Cura, como se conocía cariñosamente, fue agasajado con otro homenaje con la celebración de una eucaristía a la que asistieron las autoridades insulares y ayuntamiento capitalino en pleno con la presencia del alcalde titular, así como la mayoría de los sacerdotes de la isla de La Palma, por haber sido nombrado Canónigo Honorario de la Santa Iglesia Catedral de La Laguna, el 10 de septiembre de 1962. Acto precedido por Luis Vandewalle en el que le impuso la ‘muceta’, atributo de la dignidad concedida. Ofició la misa el vicario episcopal en ese entonces Sebastián Farraiz. En la misma se leyó una carta del obispo, Luis Franco Cascón (1903-1984), que se sumaba al homenaje recordando que ‘es Dios quien premia los trabajos que hacen por Él’.

                               Abrió el acto ya aludido, Luis Cobiella Cuevas (1925-2013), destacando la faceta humana del homenajeado y, a continuación, Elías Yanes Álvarez, pronunció su conferencia ‘Graves problemas que en este momento aquejan a la humanidad de cara al Concilio Vaticano II’. Cerró el mismo el sujeto sobresaliente en virtudes como el ayudar a los pobres, trabajador como nadie, bondadoso y humilde como ninguno y digno de ser agradecido a los demás por el bien de la Iglesia Católica a la humanidad, paisanos y pueblo en general, quien manifestó que ese homenaje, halago repleto de júbilo y de natural satisfacción, no podía aceptarlo, pero que lo recogía:

                              ‘Para ofrecerlo a todo el clero católico que tanto trabaja, para ofrecerlo al Papa, al Obispo, para ofrecerlo a los misioneros, para ofrecerlo a ustedes mismos. Yo os lo devuelvo…’

                              Y, con el mayor afán exhibido, dando la luz que se merece tan insigne persona, cerramos la parte referida a los méritos concedidos, pero yo diría conseguidos por don Félix. Su ciudad natal, San Andrés y Sauces, en vísperas del día de Reyes de 1963, le nombró ‘Hijo Predilecto’.


                              Muchas veces pienso que con la construcción y remodelación del solar y templo sagrado de El Salvador, que presenta una concepción unitaria y una grata simetría entre sus partes, nos identificamos sin tener necesidad de dar ninguna contraseña. La pauta del tiempo y los páramos esperanzadores del acontecer cotidiano, abriendo surcos innovadores para sembrar la semilla fructífera de lo económico, político, cultural y del progreso social, si se hace con fe y se cuida con perseverancia, solo será cuestión de tiempo recoger sus frutos.

                              El marco temporal sobre el que se movió don Félix Hernández, comprendido en una etapa bastante larga, vamos a dejar unas pinceladas que dignifica su nombre y su quehacer en la historia de la Parroquia Matriz de El Salvador, terminando por donde teníamos que haber empezado, me siento obligado, pero sí orgulloso de hacerlo, a pregonarlo a los cuatro vientos como el homenaje póstumo que no se le hizo.

                              Tiene como eje conductor la actividad emanada y desarrollada en torno a la parroquia del fiel y comprometido sacerdote diocesano, característica más destacada, desde el punto de vista religioso, fue marcada por una efervescencia de lo católico, así como por una omnipresencia del fenómeno religioso cristiano en las distintas esferas de la sociedad palmera, abarcando tanto al ámbito de lo privado, individuo, familia como al de lo público asociaciones, Ayuntamiento o Cabildo.

                              Esta dinámica religiosa, que en Santa Cruz de La Palma tenía su epicentro en la parroquia de El Salvador, no se producía como un hecho aislado en nuestra sociedad, sino que debemos situarla en un marco mucho más amplio. Se trataba de una continuidad de la política religiosa que, tras la Guerra Civil y durante el mismo conflicto en el bando nacional. Era el nacionalcatolicismo.

                              He derrochado la cantidad de renglones que hemos escrito y leído, evocando lo suficiente y para decir eso con la fuerza que otorga todo contraste. Sus palabras, las del cura don Félix, servirán para contagiar evocaciones ajenas. Y eso, nada más y nada menos que eso, lo esencial de un lapsus de lo que sea, es lo que trato de hacer, contagiar, mediante la evocación, el recuerdo. No sé si usar el presente o el imperfecto, ‘es esto y lo otro’ o ‘era esto y lo otro’. Pienso si digo, don Félix, es, en el fondo estoy diciendo lo que el sujeto en cuestión era, así que da lo mismo el tiempo verbal, porque el presente es el eco más reciente del pasado. Si les muestro mi mano, derecha o izquierda, preguntando, ‘¿qué es esto?, dirán ustedes, ‘es tu mano’, lo que no es cierto, porque la mano que ustedes vieron cuando pregunté no es la mano que ahora es sino la mano que era en el momento de la pregunta. Así que don Félix era.

                              Con estas sencillas reflexiones honestas en el desarrollo de ellas lo hacemos con corazón para despertar la aceptación de lo contado y la memoria de un pueblo surgido de la bahía marcado por su historia con un sello indeleble en el transcurso de los siglos. Esta cultura de Santa Cruz de La Palma se traduce en el establecimiento de verdaderas dinastías. Tengo la certeza de hacer realidad, desde el comienzo del presente trabajo, el agradecimiento a todos. Sea como fuere y aunque, aún, sigan algunos detalles en la incertidumbre, se ha enriquecido y matizado con testimonios fieles y fiables a la tradición, arquitectura, escultura, devoción y costumbres ancestrales y populares.

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