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martes, 5 de abril de 2011

A DÍAZ SU PATRIA

                              Todos pasamos por la vida dejando huellas y según avanza el tiempo cada uno va trazando un rastro particular que forja ese perfil humano captado por la gente. El sacerdote Manuel Díaz Hernández (1774-1863), nacido en Santa Cruz de la Palma, el 9 de mayo de 1774, conocido por el Padre o Señor Díaz, hijo de Francisco Díaz Leal, originario de la Villa de Mazo, y de Francisca Hernández Carmona, natural de la capital insular, perdió a su padre en la niñez, cuando sólo contaba con 8 años, y entonces su tío Agustín, hermano de su progenitor, lo acogió y crió como tutor, avecindado en la calle Cabrera Pinto, conocida por Simonica, domicilio cercano al Salvador que pronto comenzó a frecuentar actuando de mozo de coro, conjuntamente iniciaba su preparación académica con los frailes de los conventos circundantes. Estudió humanidades y teología escolástica con objeto de alcanzar su vocación clerical. En Breña Alta, el 5 de junio de 1789, recibió la tonsura de manos del Obispo Antonio de la Plaza. Poseía unas dotes extraordinarias como predicador, siendo un orador brillante. Las órdenes menores les fueron concedidas en Teguise (Lanzarote); el subdiaconado y diaconado, en Telde (Gran Canaria), el 20 y 21 de septiembre de 1800, respectivamente, y el presbiteriado de parte del Prelado Manuel Verdugo, el día 28 del mismo mes. En 1819 se creó la diócesis nivariense y se le nombró Canónigo electo de la Catedral, cuyo cargo renunció para no tener que ausentarse y abandonar su labor pastoral. Fue el símbolo del movimiento liberal palmero. Ha pasado a la historia de su isla natal como una figura excepcional, ejerciendo gran influencia en la vida pública a lo largo de todo el siglo XIX. Dejó una estela imborrable en la sociedad con incalculable proyección en el ámbito de las bellas artes, destacando principalmente en la pintura, música, escultura, educación, beneficencia y otras muestras. Al analizar su personalidad se le considera persona de pensamiento muy evolucionado para su época. Fue beneficiado del referido templo por nombramiento del Rey Carlos IV en virtud de Real Cédula expedida en El Escorial el 28 de noviembre de 1799, destino del que se posesionó el 22 de agosto de 1800.

                              Fue el principal promotor de la actual estructura neoclásica de La Parroquia de El Salvador, para cuya reforma contó con la estimable ayuda y conocimientos arquitectónicos de don José Joaquín Martín de Justa (1784-1842) que fue su gran amigo y colaborador. En la renovación interior, iniciada en torno a 1813, se comenzó por las capillas laterales y más tarde, hacia 1818-1891, por las de la cabecera. A Antonio María Esquivel y Suárez de Urbina (1806-1857), sevillano de origen y muerto en la capital de la nación, pintor de cámara de la reina Isabel II, le encargó el cuadro de La Transfiguración, lienzo de cálidas tonalidades, colocado en 1840 en el centro del altar mayor, y firmado en Madrid en 1837, cuyo autor lo presentó a la Exposición de la Academia de Bellas Artes del referente año. Se le deben todas las pinturas de jaspes y cortinajes y la invención de la ingeniosa y teatral maquinaria que acciona el tabernáculo. En la realización de lo primero tuvo el apoyo de su sobrino, Aurelio Carmona López (1826-1901), y primos, los clérigos don José María Carmona (1790-1850) y don Francisco Morales. La segunda obra fue puesta el día del santo titular de 1841 cuidadosamente meditada y asesorada por él siguiendo un diseño que vino de la capital de la nación en 1820. A su conocido Sebastián Remedios y Pintado le recomendó varias razones sobre la ubicación, elegancia y composición (madera, pasta o cartón) de los dos angelitos dispuestos para recoger las cortinas del pabellón. Con los otros de mayor tamaño de Estévez, denominados turiferarios, a ambos lados, en una composición realmente notable, se acciona el expositor descubriendo la custodia con el Santísimo Sacramento en la mejor tradición de la escenografía barroca y calderoniana.

                              Partidario del imaginero Fernando Estévez del Sacramento (1788-1854) con quien guardó gran amistad después de su regreso, en 1835, una vez consumado en Tenerife el destierro, en 1824, al que fue sometido por causa del discurso (Exhorto) pronunciado en el púlpito a sus feligreses, el día 11 de junio de 1820, con motivo de la proclamación de la Constitución de la Monarquía Española en nuestro país. Sus enemigos le tacharon de revoltoso, masón y revolucionario y, por consiguiente, lo acusaron de que, aún en el exilio, intervenía y dirigía a sus afines del lugar de su nacimiento. Con el orotavense enriqueció la imaginería de la ciudad capitalina con tallas de muy alto valor plástico y expresivo que, hoy, disfrutamos y contemplamos con fe y gran devoción en los pasos procesionales de Semana Santa y en otras festividades, pertenecientes a la aludida iglesia y a los ex conventos de San Miguel de las Victorias (Santo Domingo de Guzmán) y de la Inmaculada Concepción, (San Francisco de Asís), ambos fundados en el siglo XVI.

                              En su faceta escultórica creó los Santos Varones, que salen el Viernes Santo en el Entierro del Señor o Procesión Magna; el crucificado venerado en Nuestra Señora de la Encarnación, cuya cabeza es del pariente mencionado, encontrándose la original en la ermita de San Sebastián mártir; una Santa María Magdalena que perteneció al recinto sagrado que regentaba y fue su obra menos afortunada y un Cristo Yacente, imagen de aspecto amable, aunque carecía del exhaustivo modelado anatómico de la imaginería procesional del barroco y desde 1948 se supone que se halla en la Gomera. A él se debe la elaboración de la mesa de Corpus Christi, artilugio para descanso procesional del Santísimo en sus solemnidades habituales y, sin lugar a duda, el monumento para la tarde-noche del Jueves Santo, después de la santa Eucaristía de la última Cena o lavatorio de los pies. Fue artífice de la creación del entrañable “Biscuits”, alusión al sobrenombre de quien lo bailaba, cuatro gigantes y algunos enanos para la Bajada de la Virgen de Las Nieves desaparecidos por el deterioro y, probablemente, serían pasto de las llamas de un incendio, réplicas burlescas de aquel entonces. En el campo musical destacó con sus “motetes” que se cantaban los Martes, Jueves y Viernes Santos por el afán de darle esplendor a los cultos religiosos, prueba de su inspiración excepcional. Además, fue imprescindible en los festejos populares. Hizo, también, alarde de sus virtudes pictóricas como demostró durante su estancia en el Puerto de la Cruz, en donde también intervino en la desviación y canalización del barranco de Martiánez impulsadas por el alcalde José Álvarez Rixo, Tacoronte, La Laguna y La Orotava.

                              Se preocupó por la difusión de la vacuna, cuyos beneficios fueron incontables. Divulgó su intervención en la formación intelectual de los jóvenes con la implantación de la escuela lancasteriana. No podemos dejar de recordar la atención espiritual que tuvo con los prisioneros franceses confinados en este municipio, por lo cual tuvo que aprender dicho idioma para entenderlos y comprenderlos eficazmente.

                              En diciembre de 1822 expuso ante el pleno del ayuntamiento la necesidad de trasladar el hospital al Convento de las monjas claras, actual emplazamiento, y que en dichas fechas iba a suprimirse. Para tal motivo alegó: “…ya que su calidad y constitución es de lo peor que puede haber…, pues dicha casa hospital está en el centro de esta ciudad, por un lado linda con un barranco cuyas corrientes imperiosas han puesto en consternación a sus vecinos y por otro tiene cortada la corriente de los vientos reinantes por elevación del terreno…”. Dicho establecimiento o institución benéfico-sanitaria, datándose su fundación en torno a 1514 y primero que se instaló en la Isla, es hoy el Mercado Municipal y su oratorio transformado en el Teatro Chico, que ha tenido varias modificaciones y restauraciones. Para la construcción del cementerio católico (1871) nunca llegaron a su fin los primeros planos para la fachada hechos por Luis B. Pereyra en 1874, ni el segundo para lo mismo y ensanche por Barreda Brito en 1881.Y, para cerrar el cuestionado capítulo, doña María Fierro y Sotomayor, viuda de David O´Daly, mandaba que se acabase con arreglo al trazado del referido personaje y de su íntimo compañero.

                              Con la colocación de un monumento a su memoria, el 18 de abril de 1897, a propuesta de don José María García Carrillo (1827-1898) y aprobada unánimemente por el Ayuntamiento, el primero de condición civil de esta naturaleza que se erigió en el Archipiélago, por su labor culminaron las reformas de la plaza de España en dicho año, antes de la Constitución, cuyos planos fueron diseñados en 1885, por el constructor naval Sebastián Arozena Lemos (1823-1900) que consistía en darle horizontalidad, manteniendo el trazado triangular que aún conserva y finalizando la escalinata que da entrada al atrio del templo para fortalecer su situación en el espacio y en la época ante los conjuntos emblemáticos más importantes de Canarias, donde convergen las esferas representativas del poder: Ayuntamiento, Iglesia y las casonas de Pinto, Massieu, Monteverde y Lorenzo. Su efigie, en bronce, obra del catalán José Montserrat y encargada a la fundición de Federico Masriera y Campins, en Barcelona, ejecutada en junio de 1895, se haya en el centro de la misma sobre un pedestal de mampostería, de tronco piramidal, que para la ejecución se presentaron tres diseños, dos de ellos por la mencionada fábrica y el tercero, obra del artista madrileño, afincado en el barrio de San Sebastián a partir de la última década del siglo decimonónico, Ubaldo Bordanova Moreno (1866-1909), que fue elegido, aunque se prescindió de la hermosa reja de hierro forjado que rodeaba la base. Adornado con relieves florales en las dos caras laterales opuestas sin ser la delantera, que presenta lápida de mármol con motivos alegóricos como lira, cáliz, paleta, palma del martirio, laurel y pergamino con partitura musical alusivos al magisterio eclesiástico y a las cualidades artísticas y humanas del homenajeado, y que en ella se lee: “A DIAZ Su PATRIA. 1894”. En la parte posterior, se halla el relieve del pelícano con sus crías y debajo una pequeña placa, al igual que la anterior, con signos latinos, que dice: “Quidecus et splendor, sacrati ad limina templi/Occubuit, zeli victima facta sui. MDCCCLXIII”. Es la misma expresión que figura en el retrato, óleo sobre lienzo, que hay del mismo en la sala capitular, contigua a la sacristía, autor Carmona, que traducida al castellano nos transcribe: “Que honor y esplendor, cayó muerto en los umbrales del sagrado templo víctima de su celo. 1863”.

                              Falleció en la localidad de su nacimiento a consecuencia de la caída que sufrió en la escalera del antedicho lugar en la madrugada del día de Pascua de Resurrección, el 5 de abril de 1863, a la edad de 89. Se guarda en La Cosmológica una biografía, titulada “Apuntes biográficos de Don Manuel Díaz” (1868), escrita por Antonio Rodríguez López (1836-1901), que contiene dentro de un recipiente portátil un mechón de cabellos del cráneo y la supuesta piedra en la que se golpeó mortalmente. Según recientes indagaciones habidas en el habitáculo patrimonial, está por confirmar que se encuentre un relicario en donde se conserve el pañuelo o algodón con residuos de sangre al ser socorrido en el instante inmediato al fatal accidente.

                              Aparte merece el hacer referencia al alzado de catafalcos de carácter funerario en las honras fúnebres. En algunos casos debieron ser magníficos, correspondiendo con la categoría del difunto. Así pudo ser con el celebrado en San Agustín de Las Palmas de Gran Canaria en memoria del Venerable finado, que, aún, no consta en el callejero capitalino ninguna calle ni plaza a su nombre. Sus restos fueron trasladados a la Parroquia Matriz, el 28 de agosto de 2008, que reposaban en el camposanto local en una sobria tumba cubierta por una tosca losa sin inscripción, sino sólo poseía una simple cruz y una sencilla lámina de metal, recordándonos textualmente: “D.E.P. El Presbítero beneficiado de la Parroquia del Salvador. Don Manuel Díaz Hernández”. En la actualidad se hallan al comenzar el presbiterio bajo una lápida de mármol blanco con la inscripción: “Aquí aguardan/la Resurrección/en la que creyó/y esperó/los restos del/insigne presbítero/Rvdo. Sr. D./Manuel/Díaz Hernández,/párroco de/El Salvador,/trasladados/a este templo el/28 de agosto de 2008./Nació y murió/en esta ciudad/el 9 de mayo de 1774/y/el 5 de abril de 1863,/respectivamente”.

                              El Diario de Avisos se hace eco del traslado de los restos a El Salvador con dos meses de antelación y el titular “El Señor Díaz regresará a su hogar”, dando su buena acogida por la población palmera: “Unanimidad en el respaldo y satisfacción social son las reacciones captadas por la iniciativa, históricamente demandada, del párroco de El Salvador, Manuel Lorenzo, para trasladar los restos del también párroco y símbolo del liberalismo palmero Manuel Díaz Hernández, conocido como “señor Díaz” hasta el templo del que fue beneficiario y de donde nunca debió haber salido”. “Trasladar los restos del sacerdote Manuel Díaz, imagen del liberalismo palmero y del mítico “Siglo de Oro” insular, bautizado así por Juan Régulo Pérez, desde el cementerio municipal de Santa Cruz de La Palma al templo de El Salvador, es una decisión loable como reconocimiento a la labor sociocultural y política de este sacerdote que supo leer los signos de los tiempos”.

                              Y, por último, hacemos alusión a la jornada del jueves, 28 de agosto de 2008, en la que el articulista Víctor J. Hernández Correa, lo mismo que en las anteriores referencias David Sanz, titula en el mismo periódico “Sacerdote de un siglo caótico: el padre Manuel Díaz” y comienza: “El traslado esta tarde de los restos mortales del padre Manuel Díaz Hernández (1774-1863) desde el Cementerio de Santa Cruz de La Palma hasta la iglesia de El Salvador resulta apropiado para el recuerdo de lo que significó tan alta personalidad en el ámbito sociopolítico de principios del siglo XIX, en el terreno artístico y en el adelanto cultural y religioso de La Palma, que le tocó vivir”.

Bibliografía:

     a) Fastos Bibliográficos y Los Carmona de La Palma, artistas y artesanos. Jaime Pérez García-cronista oficial de Santa Cruz de La Palma.

     b) I ENCUENTRO-Geografía, Historia y Arte. Teatro Chico. Santa Cruz de La Palma-Marzo 1993.Área de Difusión Cultural.

     c) Arte en Canarias. [s. XV-XIX]. Una mirada retrospectiva. Tomo II.

     d) Diario de Avisos del martes, 10 de junio de 2008; jueves, 28 de agosto de 2008 y otros apuntes.

     e) Testimonios orales.

1 comentario:

  1. Buena recopilación de historia. Hace tiempo estuve de visita en las Canarias y tomé una foto del monumento en la plaza de España.
    Gracias a este post ahora soy un poco mas sabio.

    Un cordial saludo.

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