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domingo, 25 de septiembre de 2011

NUESTRA SEÑORA DE CANDELARIA EN TIJARAFE

                               Se despierta en sus fiestas anuales un pueblo a 640 metros de altitud, con una superficie de 53,76 kilómetros cuadrados, equivalente al 7,59% de la Isla, y con 2800 habitantes, aproximadamente, es la primera población del noroeste insular. En sus inicios tuvo muy pocos moradores, probablemente a causa de la distancia que le separa de Santa Cruz de La Palma. Pese a ello, se le nombró alcalde pedáneo y alguacil, para ejecutar los acuerdos de la Justicia. Tuvo su pósito, que llegó a alcanzar bastante importancia.
                          Merece una mención especial Nuestra Señora de Candelaria al ser denominada “Virgen de septiembre”. Bajo este título es una de las advocaciones más veneradas en el Archipiélago, el cual se honra en tenerla como Patrona de Canarias. En La Palma no es muy común, porque, sólo, se cuenta con cuatro imágenes de esta denominación en cuatro lugares distintos. Localizadas en la capital isleña en el barrio de Mirca, donde se erige una ermita en su honor; Los Llanos de Aridane en la parroquia de Los Remedios; Puntallana en su iglesia de San Juan Bautista y como titular de Tijarafe.
                             La bella talla de María es de origen flamenco de madera policromada, posiblemente del siglo XVI, se halla en el centro de un conjunto pictórico-artístico. Estamos haciendo referencia al Retablo Mayor de estilo barroco y del XVII, que recientemente ha sido restaurado a finales de la década de los noventa de la centuria pasada, de gran valor y siendo uno de los pocos ejemplos conservados en Canarias. Consta de cinco calles y su originalidad afianza la fórmula seguida por el autor de situar en los intercolumnios o entrecalles todo el muestrario escultórico de apostolado, con lo que adquiere prácticamente la apariencia de once. Atribuido a Antonio de Orbarán, muerto en 1671 en la Villa de La Orotava (Tenerife), que fue arquitecto, escultor y dorador de incierto origen.
                             De la primitiva edificación de su templo se puede afirmar que debió realizarse hacia 1530, ya que se menciona en las Sinodales del obispo Vázquez de Arce. Por real cédula de Felipe IV, 24 de mayo de 1660, se erige la actual construcción en beneficio como tal, novena en antigüedad en el ámbito territorial isleño, y consta de una nave sobria y sencilla de carácter mudéjar, cuyo artesonado es rico en detalles, al igual que la de la capilla principal. Por la parte del naciente sobresale la del Santísimo o del Rosario, que es una de las que forman el crucero y la más antigua, conteniendo el más sobresaliente de todos los arcos. Y, por el poniente, se ubica la del Cristo y el baptisterio, que es posterior a las demás, con una cantería de tosca roja. Hacia 1950 en las paredes se abrieron diez nichos para la colocación de diversas imágenes y sobre habitaciones, utilizadas para el despojo de la parroquia, denominadas “Casita de la Virgen, se fabricó la casa parroquial, incluyéndose en su última adaptación un balcón de tea. La espadaña afronta con rigor las inclemencias del tiempo y de una influencia local como el coro, colocada en la parte posterior del recinto sacro. Posee el detalle de la balconada y escalera por el exterior del mismo. En su base existe una piedra grabada con la fecha de su construcción (1686).
                             Un punto y aparte merecen los actos populares y tradicionales de los festejos patronales, que comienzan con la izada de la bandera de simbología mariana y repique de campanas, acompañadas del redoble de tambor o “Caja Guerra”. La apoteósica “Danza del diablo” es el número uno de los celebrados en la madrugada del día siete al ocho de septiembre, víspera de la Jornada grande del municipio. Renombrada por el populacho, que se concentra en la plaza en espera de su aparición, acompañado de gigantes y cabezudos. Tiene que ver, en su principio, con un machango al que se le llamó “cataclismo” y que fuera construido por un señor conocido por Barba Roja. En 1923, tres tijaraferos lo relanzan con algunas modificaciones notables y desde entonces perdura hasta hoy. En la ruidosa manifestación y tras diversas vicisitudes esta figura ha luchado por su supervivencia dentro del acervo cultural a nivel patrimonial. Es un  pesado armazón cargado con más de 500 voladores o tracas, que se queman mientras corre detrás de los asistentes.
                             En el sentir folclórico existen de manera propia los “Verseadores” que  al ritmo del punto cubano improvisan ingeniosas coplas, que tienen cumplida presencia. En Canarias se convirtió la “décima espinela” en la estrofa de uso común para las controversias o “piques” entre los vates, pero también para los monólogos utilizados para expresar los aconteceres jocosos como trágicos de la vida cotidiana.
                             A finales del XIX y principios del XX en La Palma proliferaron los amantes de la poesía popular que verseaban cualquier acontecimiento como erupciones volcánicas, plagas, sequías, incendios o enfermedades. Cuna de grandes personajes del género mencionado. Era habitual en las “gallofas”, grupos de mujeres y hombres, que se reunían para realizar determinadas labores del campo y que practicaban la sana costumbre de recitar espontáneamente décimas como si fuera un habla peculiar y arraigada a la vida rural. Estas líneas sean para recordar a tantos nombres de personas, que constan  en la memoria o anonimato y que con entusiasmo mantengamos la labor de rescatar lo que corre peligro de desaparecer.

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