El binomio que le
da título al presente trabajo se complementa con ese otro referente a la
emigración de los isleños, nuestros antepasados, a la isla caribeña de Cuba y
con la salud, que muchos de ellos deseaban recuperar en las aguas termales de
la Fuente Santa de Fuencaliente. Nuestros abuelos, padres, hermanos, tíos,
etcétera con peculiaridades adversas a su estado físico, deteriorado por el
tiempo transcurrido en calamitosas situaciones, anhelaban y pensaban compartir
con su regreso al terruño.
La dilatada
biografía de uno de ellos nos da la semblanza lejana de alguien con caracteres
especiales para establecerse y encontrar un medio más hostil de desarrollar su
nueva vida. No me estoy refiriendo al que reflejaba cierto aire de riqueza o de
ambigua grandeza como nos muestra el dibujo a tinta y acuarela (22x29 cm), obra
(1911) de Juan Batista Fierro Van de Walle (1841-1930), que actualmente se
custodia en una de las salas del Museo Insular, antiguas dependencias del
franciscano Convento Real y Grande de la Inmaculada Concepción de Santa Cruz de
La Palma, sino de aquel aquejado de males corporales de la piel, de los huesos,
del estómago e incluso el reuma y la sarna. Los más necesitados de unos
tratamientos terapéuticos urgentes y continuos, residiendo en las proximidades
del balneario natural.

En el paréntesis
de dos siglos, aproximadamente, La Palma se convirtió en la más visitada de
Canarias. Tal era la riqueza aportada a su economía precaria en ese entonces
que solicitó la construcción, proveniente de las limosnas y el hospedaje de los
enfermos, del Pago de Las Indias, topónimo del vocablo “indiano”, por su
proximidad a la misma.
Muchos han sido
los intentos por redescubrirla, fortalecidos por la presencia cercana del
Teneguía (1971) y tras intensas investigaciones. En el verano de 2005 se logró
el hallazgo (45º o 50º), buscándose en la actualidad una solución idónea al
reconocimiento que siempre tuvo en nuestra historia palmera.
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