
De todas las islas
canarias fue sin duda la de La Palma la que, durante muchos años, suministró
relativamente el mayor volumen de iniciativas. Existe algunos rasgos
significativos de la peculiar idiosincrasia del pueblo palmero. Es evidente que
todos los canarios estamos marcados por una nativa condición, que no sé si es
virtud o dolencia, de nuestra insularidad, conformados espiritualmente por ese
diálogo inextinguible de cielo y mar. La belleza abrupta y grandiosa de su
paisaje, que no excluye rincones de idílico encanto apacible, y su mayor
riqueza forestal e hidráulica, que alberga una autonomía económica son factores
naturales que se suman a los otros históricos para conjugarse en ese resultado
final, definiendo el alma isleña, su inmersión en su pequeño y subyugante
cosmos y en esa atracción, particular y acentuada afección por lo suyo.
Si hubo un soñador
de sueños, un forjador de ilusiones y de estrellas, un dar la forma a lo
inexistente cuando las montañas se transforman en llanuras y estas en barrancos y playas, ese fue Félix
Duarte Pérez (1895-1990) y no es hablar en vano, sino conceder lo justo por lo
injusto y la razón a las más nobles tareas de la creación literaria y de la
cultura en su pequeño solar patrio.


Con el soneto MADRE, dedicado a su
hermano Carmelo, rubrica el esfuerzo y la finalización de una obra:
Plasmó Dios, en tu rostro, tal
portento
de
belleza, de gracia y de ternura,
que aunque la vida
es corta, en ti perdura
como en el
arte humano el sentimiento.
Con el
amor, la fe y el sufrimiento,
transformas en placer la desventura,
y nada hay
comparable a tu dulzura
bajo la
majestad del firmamento.
Símbolo
de sublimes esperanzas,
tus
caricias, sepultan desconfianzas
y
engrandecen las rutas de la Historia.
Tu
fervor es tan sólido y profundo
¡que no se
cansa de envidiarte el mundo
porque no
cabe en él toda tu gloria!...
La Real Academia
de la Historia solicitó, en 1947, por lo descrito anteriormente, se le
concediera el título de Muy Noble y Honorable Villa.
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