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domingo, 28 de julio de 2013

RESCATAR LO TRADICIONAL TIENE SU RAZÓN DE SER

                               Lo esencial de una onomástica tan nuestra y arraigada a los albores ancestrales, relacionada con la gente y el apostolado de la mar, tiene una razón de ser. Nuestra Señora del Carmen, que desde la parroquia Matriz de El Salvador de Santa Cruz de La Palma, hace su recorrido procesional hasta la bahía del puerto insular al unísono con el fervor popular y religioso en el tradicional embarque. Es una bella imagen, cuya mirada conmueve, representando el fiel reflejo del amor y misericordia de la Madre de Dios. Misterioso es el lenguaje, que nos relata los documentos y la leyenda, rememorando diariamente la curiosidad del inquieto estudioso y del intrigado ciudadano por el conocimiento de la singularidad histórica.
                              Las campanas tañen a la presencia en la calle de la esbelta talla, admirada por todos los devotos del santísimo nombre del Monte Carmelo. Se trata de una pieza única, realizada en madera policromada y con telas encoladas, haciendo de la misma inigualable su estilo artístico en el mundo de la imaginería canaria y clasicista del siglo decimonónico. Su autor, Fernando Estévez del Sacramento (1788-1854), imaginero orotavense, la esculpió en 1824 con un marcado acento barroco. Actualmente, sustituyó a la homóloga que se venera con la advocación de la Virgen de La Luz, que se halla en la ermita de San Telmo, construida antes de 1551, que preside el retablo mayor en la hornacina central del primer cuerpo. Es de reminiscencia marinera y alrededor de 1718 salió de las gubias de Juan Manuel de Silva Vizcaíno (1687-1751). Su donación no se registra hasta 1733 y es una efigie de candelero o de vestir.
                            Existe un lazo de unión para sublimar la nostalgia en la mente humana y enaltecer la veneración que nos colman de bendiciones, invadiendo la fe. Lo transmitido a través del tiempo pervive en el ánimo de hombres y mujeres en el aire perfumado con aromas de incienso, revoleteando en las pisadas rendidas de amor y transformándose en suspiros de oraciones y mensajes. El martes, 16 de julio, no hubo lugar de España que haya tenido alguna relación y se haya cantado la Salve Marinera. En 1870, 21 de diciembre, Cristóbal Oudrid estrenaba en el teatro de La Zarzuela de Madrid la zarzuela titulada El Molinero de Subiza, que era de tres actos. El primero se cerraba con el número “Procesión y plegaria”, comenzando esta última parte del repertorio con el verso “Salve, estrella de los cielos”. En su gira por provincias, cuando fue representada en El Ferrol, los guardiamarinas del buque escuela Asturias la adoptaron como propia, pasando a ser “Salve, estrella de los mares”, para así convertirse en la referida alegoría musical, símbolo y signo alusivo a la santa Patrona, que desde entonces se ha cantado en cubiertas, escuelas y cuarteles de la Armada española y no quedó restringida solo al ámbito militar, ya que todos lo hacemos (*).
(*) (Diario de Avisos. Martes, 23 de julio de 2013-p. 17).

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