Lo esencial de una onomástica tan nuestra y arraigada a los
albores ancestrales, relacionada con la gente y el apostolado de la mar, tiene
una razón de ser. Nuestra Señora del Carmen, que desde la parroquia Matriz de
El Salvador de Santa Cruz de La Palma, hace su recorrido procesional hasta la
bahía del puerto insular al unísono con el fervor popular y religioso en el
tradicional embarque. Es una bella imagen, cuya mirada conmueve, representando
el fiel reflejo del amor y misericordia de la Madre de Dios. Misterioso es el
lenguaje, que nos relata los documentos y la leyenda, rememorando diariamente
la curiosidad del inquieto estudioso y del intrigado ciudadano por el
conocimiento de la singularidad histórica.
Las campanas tañen a la presencia en la calle de la esbelta
talla, admirada por todos los devotos del santísimo nombre del Monte Carmelo.
Se trata de una pieza única, realizada en madera policromada y con telas
encoladas, haciendo de la misma inigualable su estilo artístico en el mundo de
la imaginería canaria y clasicista del siglo decimonónico. Su autor, Fernando
Estévez del Sacramento (1788-1854), imaginero orotavense, la esculpió en 1824
con un marcado acento barroco. Actualmente, sustituyó a la homóloga que se
venera con la advocación de la Virgen de La Luz, que se halla en la ermita de
San Telmo, construida antes de 1551, que preside el retablo mayor en la
hornacina central del primer cuerpo. Es de reminiscencia marinera y alrededor
de 1718 salió de las gubias de Juan Manuel de Silva Vizcaíno (1687-1751). Su
donación no se registra hasta 1733 y es una efigie de candelero o de vestir.
Existe un lazo de unión para sublimar la nostalgia en la
mente humana y enaltecer la veneración que nos colman de bendiciones,
invadiendo la fe. Lo transmitido a través del tiempo pervive en el ánimo de
hombres y mujeres en el aire perfumado con aromas de incienso, revoleteando en
las pisadas rendidas de amor y transformándose en suspiros de oraciones y
mensajes. El martes, 16 de julio, no hubo lugar de España que haya tenido
alguna relación y se haya cantado la Salve Marinera. En 1870, 21 de diciembre,
Cristóbal Oudrid estrenaba en el teatro de La Zarzuela de Madrid la zarzuela
titulada El Molinero de Subiza, que era de tres actos. El primero se cerraba
con el número “Procesión y plegaria”, comenzando esta última parte del
repertorio con el verso “Salve, estrella de los cielos”. En su gira por
provincias, cuando fue representada en El Ferrol, los guardiamarinas del buque
escuela Asturias la adoptaron como propia, pasando a ser “Salve, estrella de
los mares”, para así convertirse en la referida alegoría musical, símbolo y
signo alusivo a la santa Patrona, que desde entonces se ha cantado en
cubiertas, escuelas y cuarteles de la Armada española y no quedó restringida
solo al ámbito militar, ya que todos lo hacemos (*).
(*) (Diario de Avisos. Martes, 23 de
julio de 2013-p. 17).
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