Los niños correteando y jugando por las plazas y calles, los
papás comprando para la víspera y Noche Buena… a casi todas horas es la estampa
habitual en esta fecha. Eran otros tiempos, ni mejores, ni peores, simplemente
distintos, los de antes y los de ahora, los vividos por generaciones anteriores
y en estos momentos actuales, que los jóvenes transforman en botellones u otras
formas de evadirse.
No observemos el lado negativo, sino tracemos un horizonte
lleno de optimismo como el trampolín mágico que nos impulse a la felicidad y a
la consecución de unos fines de comprensión, diálogo y paz entre los pueblos.
La navidad sea una celebración única en que las noches se conviertan en días y
viceversa. El reencuentro con los demás sea pura realidad con un beso y un abrazo,
la ilusión acalle los resentimientos, una sonrisa ilumine la fe de una tierra
mejor… Una flor de pascua sea un signo de amor y los villancicos la unión de lo
humano con lo espiritual como símbolo de alabanza, alegría y adoración a un
Dios misericordioso, humano y compasivo.
El pregón y la iluminación con motivos navideños nos
transformen en seres privilegiados, herederos de un espíritu jovial y
anunciador de hombres y mujeres optimistas, transmisores de la Gran Noticia a
los demás con sencillez y con ansias de renovación, desenvolviéndonos en una
sociedad de consumo.
Es el calor que vuelve al corazón de las personas y la
generosidad de compartir solidariamente. Con la tradición de los nacimientos o
belenes abrimos una ventana a la emoción del pasado, al valor del presente y a
la esperanza del futuro. Los recuerdos y las costumbres llegan con las
ilusiones de nuestra infancia, que es el deseo más sincero de cada día. Es una
parte de nuestra vida realizada en el hogar, donde se cuida el amor y respeto a
los otros y llevamos siempre en nuestro interior.
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