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domingo, 18 de enero de 2015

LA CASA NATAL DEL SEÑOR DÍAZ

                              Al transitar por el callejón de la parroquia de El Salvador en Santa Cruz de La Palma, calle A. (Adolfo) Cabrera Pinto, antes la Simonica, y habiendo traspasado la homónima de Pérez Volcán, nos encontramos la casa de Hernández Carmona con el número 14, que está dentro del Casco Histórico en un rincón modesto y discreto en cuanto a su ubicación en el desarrollo urbanístico. El añorado investigador y excronista oficial (1975) de esta ciudad capital, Jaime Pérez García (1930-2009), identifica la vivienda en un recorrido histórico-social a través de la arquitectura doméstica.
                              El Teniente-Capitán Pedro Fernández de Paz fue dueño de un solar en el indicado lugar de referencia, s. XVIII, con la descripción siguiente: “cercado de pared vana con su puerta que está en esta ciudad en dicha calle de Batedías con quien linda por delante, por un lado casas mías, por detrás el barranco que dicen de los Dolores, y por el otro lado callejón que desciende a dicho barranco, el cual es libre de censo y tributo(*). Su viuda, cumpliendo con la voluntad del finado, donó un oficio de herrero a Feliciano Francisco de los Reyes por su pobreza y parentesco como, también, por otras razones y justas causas.
                              Transcurrido el tiempo, Francisco Hernández Carmona (¿?-1767), contrajo matrimonio con María del Rosario de los Reyes Guerra, hija del tal Feliciano y de Juana de San Agustín Hernández Guerra, quienes le dieron por dote el sitio de referencia en el cual fabricaron el inmueble citado y es el asunto principal del presente escrito.
                              Agustín Hernández Carmona (1750-1836), hijo de Francisco, herrero, lo mismo que su padre y abuelo, fue el sostén de su madre y sus otros hijos. En atención a la cláusula testamentaria de su progenitora en agradecimiento de los servicios prestados a la familia se adueñó de dicha propiedad.
                              La hermana del anterior, Francisca (1741-1799), se casó con Francisco Díaz Leal, natural de la Villa de Mazo, que emigró a América y muriendo en el intento de hacer fortuna. El infortunio prematuro originó el desamparo de una mujer y de tres menores nacidos en dicha finca urbana, llamados Francisco, Mariana y Manuel, este último con ocho años. Su tío-tutor con la delicadeza de un patriarca se hizo cargo de ellos, ofreciéndole amparo y educación.
                Manuel Díaz Hernández (1774-1863), Beneficiario del templo parroquial, cercano a su domicilio, fue un personaje excepcional de imperecedero recuerdo en la historia decimonónica, sobradamente conocido por sus conciudadanos. Por herencia intestada de su hermana, soltera y a la vez lo era de su tío bienhechor con quien se había criado, adquirió como residencia por venta la “casa que radica en la calle de la Simonica de esta población con la que linda por delante, por detrás el barranco que denominan de Dolores, por un lado callejón que va de dicha calle al citado barranco(*) y se componía “de sala, dos cuartos, un granero, comedor y cocina, y dos piezas bajas (almacenes o lonjas) por la calle del costado del precitado barranco y tiene una superficie de treinta y seis pies de frente y cincuenta y siete de fondo. Se compone de un solo piso con un granero en uno de sus costados en la parte de la calle de la Simonica y de dos pisos por la del Cincuenta y Siete(*). Este último acceso era un estrecho pasaje, que partía desde Álvarez de Abreu, bordeando el cauce, todavía sin cubrir, hasta la esquina de la construcción propuesta.
                               En la actualidad presenta puerta y ventana acristalada, al igual que el resto, con moldura abocelada en la subida a San Sebastián y en la trasera, avenida El Puente, número 19, convertida en fachada principal por ese lado presenta dos puertas de cantería roja. Su reforma data del XIX, aunque llegó estar casi en ruinas, hasta que a principios de este milenio los nuevos adquirientes la rehabilitaron con esmero y poseen un reto comercial de restaurante con el mundo turístico nacional e internacional y clientes locales.
                              El padre Díaz después de su accidentada caída sólo dejó por bienes propios una finca de tierra de pan sembrar y habitáculo, situada en Buenavista (Breña Alta), con una medida de doce fanegadas y nueve celemines (*).
                              Es penoso confesar el continuo desconocimiento por la población civil de su identificación, porque no hay una placa que la relacione con una de las figuras claves del saber palmero. El ilustre personaje no ha tenido el reconocimiento merecido por parte de la Isla, a la que tanto amó y a la que tan bien representó en todos los ámbitos sociales y culturales. Es la realidad palpable de un total abandono de nuestro pasado, que fue eslabón de grandes hechos dignos de mencionar.
                              Con estas pinceladas del insigne presbítero, imagen del mítico Siglo de Oro insular, finalizo dando las gracias a las personas de buena fe, que aman y ensalzan la labor, arte y humanidad y ven lo más altruista y fundamental de alguien que sembró el bien, amor a los demás y justicia.

     (*) Los Carmona de La Palma, artistas y artesanos y Santa Cruz de La Palma: recorrido histórico-social a través de su arquitectura doméstica. Jaime Pérez García. Santa Cruz de La Palma. 2001 y 2004.

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