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domingo, 17 de mayo de 2015

LOS CONVENTOS Y ÓRDENES RELIGIOSAS DE LA PALMA (1)

                              En esta ocasión tratamos un tema de mucho arraigo en Canarias y, sobre todo, en La Palma. Análisis de dos épocas antagónicas en el espacio y tiempo, religioso y popular, histórico y transcendental, suntuoso y cívico, etc. En una sociedad fuertemente jerarquizada durante el Antiguo Régimen, el clero regular masculino y femenino, el primero mucho más, era el sector eclesiástico más influyente y permeable, accesible a todas las corrientes en ese momento sobre la clase más pudiente y aristócrata, proletaria y comerciante, señorial y hacendada… El único criterio de selección para entrar en esos lugares sagrados era el basado en los antecedentes familiares, socio-raciales, fe y estirpe de los pretendientes, que en el lenguaje de la época se llamaba “limpieza de sangre”.
                              Los expedientes eran similares, que consistían en preguntas a personas representativas de la comunidad referentes a la legitimidad del nacimiento, procedencia de los abuelos (moriscos, judíos, negros o mulatos) y profesional, puesto que algunos oficios se consideraban como viles. De ahí procede el certificado de buena conducta dado por el cura párroco o coadjutor encargado del Archivo parroquial. Se examinaba la reputación de la línea de los progenitores y de los mismos, como ser cristianos viejos o convertidos recientemente al catolicismo y si habían sido penitenciados por sentencia pública o secreta del juez. Lo más importante que en su linaje no hubiera huella de algo social y el poder constituido delatase negativa o censurable.
                              Sin embargo, la selección de los aspirantes a la vida monacal o conventual, no era impedimento para que la mayoría de la población llana o no pudiese profesar, ya que un gran número de frailes y monjas procedían de estratos considerados como inferiores. Eran escasos los que procedían del estamento nobiliario y no poseían privilegios para acceder a los prioratos. No fue un destino provechoso para los segundones de la nobleza o para quienes desde las burguesías pretendían un puesto provechoso y respetable con ingresos de cierta magnitud. Resumiendo lo tratado se puede deducir, exceptuando las vocaciones a dicha vida, estaba destinada a aquellos cuya posición personal no les permitía aspirar a otra cosa dentro del estamento eclesial.
                              Mirando a la precariedad existente en una isla en donde predominaba la aristocracia y el dominio impuesto por los colonizadores el hambre, pobreza, inestabilidad y dureza hicieron que muchos sin auténtica humildad y sin la suficiente formación buscaran su subsistencia en dichos recintos que, quizás, fue la lógica junto con la acusada religiosidad y la cotidiana devoción mantenidas sobre el populacho hizo que hubiese una nutrida cantidad de religiosos de ambos sexos.
                              Las congregaciones de mujeres tenían unos condicionantes distintos de acuerdo a su naturaleza y posición estamental y pese a las elevadas dotes exigidas para profesar fueron superiores en miembros. Las razones serían, por un lado, que los acuerdos de casamientos fueran más elevados que los monásticos, siendo para la dinastía paternal y maternal una preocupación en sus patrimonios, y lo que no resulta extraño se optara por lo que fue un destino obligado. Y, por otro sentido, la desproporción entre unos y otros, incrementada por las guerras, emigración y causas de estatus empujaban a las féminas al claustro.
                              Fue un hecho clarividente encontrar un aumento de ellas, pertenecientes a estratos altos, de coro o de velo negro, conforme a su rango llevaba consigo criadas o servidumbre doméstica, impidiendo el acceso a otras, de medio velo o blanco, menos valoradas socialmente y jerárquicamente, que siendo legas debían pagar la mitad de lo convenido y vivir en celdas comunes, trabajando para sus manutención y estancia, incluso los domingos.
                              La mentalidad y hábitos presidiendo el XVII y buena parte del XVIII condujo a la hostilidad manifiesta, que suscitó la merma de ingresos y desprestigio en los elementos ilustrados de los sectores acomodados y del papel desarrollado, puesto que los propietarios de bienes vinculados limitaran considerablemente la cesión de tributos.
                              Una vez consolidada la posición socio-política de los mayorazgos y nobleza, los mismos no necesitaban de la Iglesia sus favores, redujeron drásticamente las constituciones de capellanías, templos, fundaciones, capillas y ermitas, surgiendo argumentos tendenciosos secularizadores y exclaustración.
                              El origen de las fundaciones en el seno de la burguesía asentada en un medio tan relevante como el creado fue el motivo de ser hecho por un señor o señora, que donaba una casa o propiedad para tal fábrica en una ciudad o villa, juntamente con algunas rentas y la obligación de darle en ese solar sepultura, proporcionándole sufragios perpetuos a los familiares.
                              En medio del entramado del compromiso contraído las instituciones tenían en mente una mayor proyección y una dedicación al estudio, predicación de la Palabra, enseñanza y misiones, bien vistas por los particulares y municipios, considerándolas útiles dichas tareas, solicitaban su presencia. Además, desempeñaban, práctica considerada un abuso admitido por causa de reputación, una función de refugio y depósito judicial de delincuentes, malos tratos, infidelidades, asesinatos…
                              Los isleños en general han sido fervorosos fieles de la Iglesia Católica, convencidos y supersticiosos, siendo una mezcla de hábitos y ritos paganizantes de profundas creencias, que acrecentaba el prestigio de sus componentes entre la gente sencilla. El arte fue y es una pincelada para procurar los aspectos patéticos y realistas de la religión y santidad en dos formas fundamentales, exaltando el culto a la Virgen, santos y ángeles mediante imágenes en el contexto de una concepción de la belleza, particular participación en  una gente ignorante, castigada por la hombruna y epidemias, sumisa al lenguaje de las procesiones, milagros y fiestas, fundamentada en la oración y devoción.
San Francisco y Santo Domingo
                    El protagonismo de la cultura y la educación, erudita y dogmática, con gran esplendor ofrecieron las cátedras de Teología, Filosofía y Gramática, estaba ligado entre sí en el ámbito de los institutos de media, procedimiento relativamente económico al alcance de sectores intermedios. Las órdenes eclesiásticas obtuvieron prestigio y alcance más allá de lo previsto, que en muchos casos mantenía una reverencia ciega a la sotana, gozando con mayor apoyo la dominica y franciscana, que poseían como principio ideológico la teología escolástica.                                                                             La década de los años veinte del XIX se hacía notar la decadencia de los estudios y, por tanto, se habría la esperanza de nuevas vías de atracción en el aspecto educativo hacia la conversión en auténticas escuelas de primeras letras. La reforma de 1828 apenas se pudo ejecutar, porque pronto quedaban extinguidos.
                              1.- Real convento de la Inmaculada Concepción: Fue el cuarto de los franciscanos levantado en Canarias, fundado en Santa Cruz de La Palma y situado en la parte norte en unos terrenos cedidos por Martín Camacho y Magdalena Infante el 22 de noviembre de 1508. Un tiempo antes sus moradores vivían en sus alrededores, concretamente en la Encarnación al lado de la ermita, en cuevas y pobres chozas de paja, llegados con el conquistador como evangelizadores. Sus gruesos muros de mampostería se edificaron sobre una cota elevada de suelo con respecto a la calle principal y al nivel del mar y con tal advocación, primero en las islas, por mandato de la reina doña Juana.
                              Contiene una plaza de traza trapezoidal, que armoniza el entorno con la sombra de su templo convertido en la parroquia de San Francisco en 1954 y consta de una nave en forma de cruz latina, adosándose cuatro capillas con los patronazgos de familias de más abolengo capitalino. Solamente posee una única fachada visible desde el exterior, rematada en un extremo del atrio por una bella construcción de material volcánico, hecho a finales de 1700, que sirve de portada al cenobio y forma parte del conjunto arquitectónico de la torre, encerrando en su conjunto la espadaña y la entrada a la capilla de la V.O.T. (Venerable Orden Tercera), actualmente denominada Seglar y parece ser que durante la centuria pasada no haya sufrido variaciones significativas.
Patio de Los Naranjos
                              El resto de la edificación se encuentra oculto, tras la tapia circundante, en donde están instaladas las catorce cruces o estaciones del Vía Crucis, que después de varias reformas y contratiempos de abandono y ruina, haciéndose notar la crisis desde la segunda mitad del XVII, ha llegado hasta hoy a partir de finales del XVIII. Consta de dos claustros en torno a los cuales se distribuyen las principales dependencias, que se acceden por una amplia y esbelta escalinata de madera de balaustres torneados. El pequeño es el más antiguo llamado Patio de los Naranjos con una pila en el centro. En su parte alta estaban los dormitorios, que en 1835 habían veinticinco celdas de las que dieciocho estaban deterioradas, y enfermería y, en la baja, el refectorio, antesala del De Profundis, cocina y las capillas del Monte Averna y San Francisco Solano, que comunicaba con la iglesia por la Puerta de Gracias de un arco de medio punto, hoy, tapiado por necesidad de independencia. El segundo, se comenzó en la misma fecha de la torre, en un aumento y acomodamiento conventual, comunicándose al anterior en su enlace superior y, además, con escaleras de formación tosca en huecos opuestos a una diagonal del espacio geométrico delante de dicha apertura claustral, con dos vanos arqueados sostenidos por sendas pilastras de piedra molinera y capiteles toscanos, que alternan por todo el solar sacro.
                              El 12 de julio de 1821 se suprimió por primera vez, pero cinco años después, 14 de julio del séptimo mes, los frailes volvieron a ocupar su antigua propiedad hasta que fueron desalojados definitivamente el 1 de noviembre de 1835. Entonces, no cabe la menor duda, hubo un largo periodo de incertidumbre y ocupación con consiguientes restauraciones. Al principio del XX se convirtió en cuartel de las tropas militares hasta trasladarse en 1952 a su nuevo acuartelamiento de El Fuerte de Breña Baja. Posteriormente, estuvo el Taller Escuela Sindical Virgen de Las Nieves hasta irse en 1975 a las nuevas instalaciones del Instituto de Secundaria del mismo nombre y hasta 1983 estuvo instalada la Organización Juvenil Española (O.J.E.). En la huerta se edificó el CEIP José Pérez Vidal, público, perteneciente al Gobierno de Canarias. Adquirido por el Cabildo se instalan las dependencias del Museo Insular de La Palma con sus exposiciones permanentes de Bellas Artes, Ciencias Naturales y Etnografía, Biblioteca José Pérez Vidal y el Archivo General de La Palma.

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