Sobra la intención de saber el significado de la expresión,
porque nos indica una situación puntual después de un hecho real y contundente
para la vida de los apóstoles. Procurar a toda prisa hacer algo de un precepto
conceptual, sábado de la Vigilia Pascual, y amanecer en domingo con el sepulcro
vacío es fundamental para cumplir la profecía.
El Resucitado es el compendio del todo aceptado por la fe
cristiana. La iglesia católica sienta las bases en la Resurrección de
Jesucristo, nacido de María siempre Virgen y por obra del Espíritu Santo, que
siendo Maestro y Profeta, Hijo de Dios Padre, haciendo el bien a los pobres y
numerosos prodigios a la vista de todos; curando a los enfermos: lisiados,
ciegos, leprosos… y resucitando a los muertos, padeció la muerte de cruz por su
condición humana y por su divinidad resucitó al tercer día.
Es más que un icono, forma el pilar de una celebración
refrendada por los relatos evangélicos, fuerza vivificadora e invasora del
espíritu de hombre nuevo comprometido a extender por todo el mundo la esencia
renovadora de la Buena Noticia.
¡Cristo vive, reina y está con nosotros! Centro espiritual de
los siglos, ahora y siempre. Ayer, hoy y en el futuro presente en la Eucaristía
convidándonos a la conversión. Pan del camino y de la vida para alimentarnos en
nuestra peregrinación por este valle de lágrimas, como decimos en la Salve.
“Así estaba escrito: El Mesías padecerá, resucitará de entre
los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón
de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén” (Lc 24, 46-47).
El Señor, que aparece súbitamente, ajeno a las leyes del
espacio se muestra, ahora, palpable con carne y huesos y come delante de sus
discípulos. “Soy, les dice, yo mismo” y ellos no acaban de creer, de pura
alegría, pero les abre la mente, comprenden la Escritura y se les impone la
evidencia, sin que desaparezca la imposición de la nueva doctrina. Les trae la
paz como un don imprescindible conseguido con su propio sacrificio cruento.
El Sábado de Pascua es el gran día, la Noche Santa, más bella
de todas. En ella estamos de vela. Más fuerte que el mal, del pecado que hay en
cada uno de nosotros y de todos los poderes injustos. El amor nos abre las
puertas a una transformación plena. El Domingo de Resurrección es la fiesta más
importante del año, porque adquiere sentido nuestra religión y encontramos la
clave de la esperanza.
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