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domingo, 8 de mayo de 2016

ROBERTO RODRÍGUEZ

                              En silencio, bajo las alas de los ángeles, a puntillas en medio de la callada sintonía celestial, se ha marchado para siempre Roberto Rodríguez del Castillo (1932-2016) en busca del encuentro cósmico, eco en total acorde con los reflejos del alma de un gran palmero de raíz, en la más pura extensión del término. Un hombre universal, culto y asentado en una formación personal, social y cultural de enormes proyecciones de futuro y brillantez en sus actitudes artísticas.
                              Desde hace años lo conocía y lo admiraba. Poseía, no cabe la menor duda, relevantes valores coordinados con las muchas cualidades, pensando en el afán de superación en ese complejo abanico de posibilidades, compromisos y responsabilidades de mostrar una imagen distinta de esfuerzo y constancia.
                              Como pintor, fotógrafo y cineasta fue un entusiasta creador, cuyo auge lo tuvo en la década de los setenta. La figura de acuarelista, siendo uno de los más sobresalientes de Canarias, con la gama de óleos, caricaturas, grabados y dibujos, amplia pinacoteca, se destacó con singularidad de buen realizador a semejanza de un mundo rural del cual procedía.
                              Comentar sobre él es la referencia inexcusable del legado etnográfico, que se completa con formidables ideas de una filmoteca con sus documentales; fototeca con instantáneas familiares y las propias fotos artísticas y una fonoteca de tal magnitud como la biblioteca.
                              Se reveló como un artista polifacético que fue capaz de adentrarse en terrenos muy dispares. Pisando fuerte en el bagaje de las tradiciones nos trajo curiosos testimonios con la observación del viajero culto y honesto en las Bellas Artes.

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