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domingo, 5 de junio de 2016

EL RETRATO POST MORTEM

                              Hablar de la muerte produce un cierto temor a muchas personas y a unos pocos es solo pensar en un destino del ser vivo. En resumida cuenta forma parte del rechazo colectivo o de tantos datos históricos contrastados en la sociedad. La fotografía de difuntos fue algo habitual en épocas atrás y constituyó un punto de partida en la evolución de los pueblos, convirtiéndose en una costumbre como señal de amor y respeto al difunto. No que fuera obligado, pero sí extendido por todo el orbe cristiano para el recuerdo familiar.
                                               Comienzo por mis propias experiencias, que son las de cualquier correligionario, cuando se vestían con su mejor vestimenta y calzado tanto al varón o mujer fallecidos. Con esa práctica se señalaba la categoría social del muerto. Los clérigos, religiosos, militares y demás se hacían con la mejor gala, según su rango, para testimoniar la categoría del mismo.
                              La mortalidad infantil fue abundante por las muchas epidemias u otras enfermedades, que mermaban en gran cantidad a los niños de cualquier edad. El conocimiento médico o científico contaba sólo con el saber rudimentario y no sofisticado del siglo XXI. Los féretros, se distinguían de un modo especial por el ataúd y acompañamiento del cortejo, portándolos a mano.
                              Me he enterado por fuente fidedigna, que hay cursos de enseñar a maquillar, siendo la informante alumna de uno de ellos. Es curioso, puesto que rompen todos los moldes funerarios legendarios en el concepto de mortajas. Las nuevas técnicas traen consigo un entramado original en el desarrollo de lo adquirido por voluntad propia. Es un paso más de la vida terrenal a la eternidad. A veces lo vemos con recelo, porque sentimos miedo o una bendición a lo transcendental como martirio o tributo a un Dios inmortal.
                              La gente siente soledad a esa lejanía para siempre. Antes y no ahora, ya que se celebran en tanatorios o en los mismos hospitales en donde ocurren el desenlace, se moría en casa y se velaba en el mismo domicilio y eran acompañados por la Cruz parroquial con sacerdote y monaguillos hasta la correspondiente sepultura para rendirle el último adiós.
                            ¿Cómo fue ese punto de partida en el retrato de difuntos? ¿Cómo empezó todo? “Creo que el hecho de fotografiar o retratar a un difunto no parte del siglo XIX ni del XVIII ni siquiera del XVII. Parte de los egipcios con la momificación, a otro nivel. Los mayas lo hacían con máscaras de jade. Aristóteles ya lo habló en uno de sus estudios acerca del retrato post mortem. Leonardo da Vinci lo hizo en el siglo XVI, cuando inventó la famosa cámara oscura, de donde poco después partió el tema de la fotografía. A partir de ahí llegamos al Renacimiento, siglos XV-XVI, lo que llamamos antecedentes de la fotografía post mortem. A partir de ahí se comercializa, se familiarizan con un concepto llamado memento mori, que significa: recuerda que morirás o recuerda que eres mortal. Porque al fin y al cabo, todos llegaremos a ese punto de la vida. El memento mori es el retrato de la persona por medio de la pintura. En aquel momento se retrataba a los difuntos mediante un retrato pintoresco o de pintura. A partir de ahí comenzó a utilizarse el retrato, no solo para inmortalizar al individuo que acababa de fallecer, sino para concienciarnos también de la fugacidad de la vida, porque es evidente que hay que estar preparado para la muerte. Y no solo preparado para la muerte, sino también porque era una manera, en el momento de morir, de ser recordado su paso por el mundo. Es una manera de que las generaciones posteriores te recuerden, recuerden tu existencia” (*).
                              Era todo un ritual en manos de expertos profesionales sobre tal asunto, a veces complicado para sacar una realidad no palpable en la placidez de un semblante sin estímulos alguno. “Es impresionante el realismo de algunas de estas fotografías, que no dejan de ser de algún modo escabrosas pero a la vez bellas, retratos de la realidad, y la realidad era que alguien se moría, y alguien seguía viviendo” (*). Hoy, se atestiguan en las esquelas poniendo una foto sin aparentar la edad que tendría, en muchos casos, en el instante del óbito.
                              “Nos tenemos que dar cuenta de que cuando una persona fallece hay líquidos que se van del cuerpo, aparece el llamado rigor mortis, el cuerpo se va descomponiendo…, pero las personas que hacían este tipo de fotografía lo hacían como una manera de plasmar el alma del difunto, una manera de recordar al difunto, y una especie de reliquia. No era nada escabroso, como ahora nos puede parecer cuando buscamos por Internet fotografía post mortem y dices ¡qué horror! En aquel momento, en el siglo XIX, era algo bonito, era como una ceremonia. Los familiares acicalaban al difunto. Los profesionales de la fotografía se preparaban, le daban una especie de maquillaje especial. Pero la naturalidad de un vivo no es la expresión de un difunto. La posición de los labios, por ejemplo, era muy tensa, tenían que hacer una especie de manipulación de la sonrisa, metiendo a veces algodones en la comisura de los labios para que pareciera que estaba sonriendo, o les abrían los ojos con unas cucharillas de café, para que pareciera que estaban despiertos. Era una manera de buscar la espontaneidad en una escena que era tétrica, pero a la vez para ellos era bonita, porque querían reflejar el paso de ese familiar suyo tan cercano de la vida a la muerte, que por circunstancias determinadas se tenían que ir. Es verdad que en la fotografía post mortem, hablábamos del Renacimiento, hay que hablar del Barroco con Rembrandt, este artista maravilloso del que tenemos retratos fantásticos, donde el realismo de la enfermedad se plasma de una forma magnífica, y a partir de ahí, pasamos el siglo XV, XVI, XVII, XVIII y ya llegamos al XIX, cuando la fotografía post mortem da una evolución a lo que estamos hablando hoy. Gracias a su creador, Louis Daguerre, y a su daguerrotipo, ahora hablamos de una fotografía, aunque por aquellos días, con un procedimiento muy largo. También hay que recordar que la fotografía actual es muy rápida, sacamos una foto y tarda dos milisegundos, o un milisegundo. En aquel momento a lo mejor para tomar una fotografía tardaban treinta minutos o más” (*). No finalizo sin hacer mención del artífice palmero Miguel Brito Rodríguez (1876-1972), conocido por Medio Millón, gran maestro de este tipo de trabajos.

               (*) (Ángulo 13.Entrevista a Mónica González. Juanca Romero Hasmen. Diario de Avisos. Domingo, 7 de febrero de 2016. Sociedad. Página 20).

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