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domingo, 8 de enero de 2017

UN BUEN PURO PALMERO

                              Se tiene un buen momento cuando se fuma un puro palmero, deleitando su aroma y el placer que se desprende de la más honda inspiración en los humanos pensamientos. Se descubre un mundo inimaginable observando el difuminado humo, saliendo de sus entrañas, que lentamente se disuelve en el onírico y etéreo espacio envolvente de nuestro hábitat. Es una fuente que forma parte de una tradición muy dentro del ser, consciente de la función artesanal del producto como proyección económica usando la materia prima con cierto secreto de anteriores generaciones familiares. A cualquier edad y etapa daba el fruto apetecible cuando se hacía con fe  y se cuidaba con perseverancia.
                              Saborearlo es todo un monólogo de gestos ceremoniales que constituyen una delicia en el fumador, degustando como un relax el rico manjar de las Hespérides.
                              Desde el instante de tenerlo entre los dedos comienza el conocimiento de su textura. Se prepara para inhalar su contenido mesiánico y caldea con una cerilla encendida hasta prenderlo. El cuerpo gaseoso de sus entrañas sale con arrogancia haciendo filigranas como esbeltas bailarinas de ballet, convirtiéndose en ceniza, cenicienta y definitoria de calidad.
                              Su fama ha traspasado fronteras insospechadas para atestiguar el prestigio de una Isla, con mayúscula y con merecimientos propios de reconocimientos y propiedad de denominación de origen con condiciones especiales, impuestas por los agricultores.
                              La cultura constituyó un mito importante en el seno del gremio. No es asunto para ignorar y castigar por el montón de dificultades habida en el tiempo e historia del tabaco. Apostar por un futuro mejor y prometedor de nuevas hazañas es sugerente.

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