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domingo, 12 de noviembre de 2017

LOS CUARENTA MÁRTIRES DE LA FE

Vista parcial de Tazacorte. Isla de La Palma. Canarias
                              La mar rompía con sus olas la tranquilidad del inicio del viaje que presagiaba un encuentro fatídico con el agresor, que los acechaba no se sabía dónde.
                              - ¿Adónde vas Ignacio con tanta prisa?
                              - A comunicarme con los muchachos y alentarlos en el amor de Dios…
                              Las horas transcurrían lentamente, mientras el casco del galeón por el mascarón de proa cortaba el agua oceánica con la pequeñez de su envergadura.
                              ¿De qué le servían ahora su fe, si la débil carne temblaba y henchidos sus corazones por el dolor y la impotencia contenida? Cuando de pronto aparecía allá, en el horizonte, la silueta de un navío enemigo…
Representación pictórica
                              Azevedo con gallarda valentía corrió de un extremo a otro de la embarcación hacia el grupo y se abrazó a ellos. Los bendijo con el silencio del sufrimiento y el designio cruel, frente a la fragilidad humana…
                              - Padre, gritaba otro de los acompañantes, tenemos miedo… ¿qué hacemos? Volvió a inquirir con una voz ya más lastimera.
                              No podían comprender que sus vidas acabaran tan bruscamente. No, no querían ver como se perdía todo aquello, seguir su rumbo a tierras brasileñas, bajo el rugir de la espuma.
Ignacio de Azevedo
                                 Todo estaba ya perdido, cuando quedaba rezar ante la imagen de la Virgen, que celosamente llevaba con él, Ignacio de Azevedo, y que con prontitud sacó de sus pertenencias. La elevó hasta donde alcanzó sus brazos en alto… y dónde ya se encontraban varios ensimismados en esa labor postrera.
                               En ese momento, simplemente, daban gracias al Altísimo, porque sabían que ya no había nada que temer. Cuentan los historiadores que uno tras otro morían con una paz celestial, perdonando a su verdugo. El Ángel Exterminador, así, cumplió su misión en la tierra, queriendo acabar con las ilusiones de unos jóvenes, truncadas vilmente por el odio e intereses de países extranjeros.
Cruces en homenaje
                               En ocasiones, lo terrible del crimen es de tal magnitud que difícilmente puede asumirlo en plenitud quien, felizmente, es ajeno a lo maligno que puede llegar a ser un ser humano. Seguramente lo más aconsejable es no realizar el esfuerzo de imaginar lo que pasó el 15 de julio de 1570, hace 447 años, frente a la costa palmera de la punta de Fuencaliente, cuando los esbirros del corsario Jacques de Sores, al servicio de los hugonotes, interceptaron la nao en que viajaban los jesuitas. Todos fueron acuchillados en una masacre, que se recuerda como los Mártires de Tazacorte o de Brasil. Los hechos sorprendieron en el siglo XVI y siguen haciéndolo, inmortalizados en pinturas u otros medios.
                              No tuvo que pasar mucho más de media centuria para que el papa Gregorio XV ya diera, en 1623, tratamiento de mártires y beatificados por Pío IX, el 11 de mayo de 1854. En 1999, el Cabildo de La Palma les hizo un homenaje, sumergiendo 40 cruces de hormigón en el fondo del Atlántico en el lugar del martirio y, en 2014, se levantó una cruz de piedra de unos 4 metros de altura en medio de una pequeña plaza, al lado del faro en memoria de las  víctimas.

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