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domingo, 18 de marzo de 2018

RUMOR DE TAMBORES, CORNETAS Y MARCHAS PROCESIONALES

                              Jesucristo es el único hombre a quien se ha asociado sin mediatizaciones el nombre de Dios. En este tiempo no vamos a examinar las razones de la increíble afirmación de que aquel oscuro palestino es el Salvador de toda la humanidad. Así escribe el periodista italiano Vittorio Messori (1941) al comienzo de su “Hipótesis sobre Jesús”.
                              Israel ha transferido su predominio religioso a un pueblo que nació de Él y que afirma haber sido congregado por un Todopoderoso que ha bajado al terreno de la historia para situarse como pastor. “No hay en el Hacedor parecer, no hay hermosura que atraiga las miradas, ni belleza que agrade. Despreciado, desecho de los hombres, varón de dolores, conocedor de todos los quebrantos, ante quien se vuelve el rostro, menospreciado, estimado en nada.
                              Fue Él quien tomó sobre sí nuestras enfermedades y cargó con nuestros dolores, y nosotros le tuvimos por castigado, herido de Dios y humillado. Fue traspasado por nuestras iniquidades y molido por nuestros pecados. El castigo de nuestra salvación pesó sobre Él, y en sus llagas hemos sido curados” (Isaías 53, 2-5).
                              Los judíos esperaban un rey liberador del yugo político de Roma y se encontraron con un ajusticiado al que los romanos crucifica. Sin embargo, los profetas en el Antiguo Testamento ya habían anunciado que el Mesías reinaría en los corazones de los y no creyentes. Pasaron los grandes imperios, pero en los veinte siglos transcurridos desde la aparición de Jesús, su reino ha demostrado ser el único que no lleva camino de terminar de la misma manera.
                              Divinizar a una persona era posible en el mundo imperial, entre los romanos, pero totalmente imposible en Judea. Por eso, pensar que un galileo haya podido equipararse al Hijo de Dios y ser adorado como tal, pocos años después de su muerte, es no conocer nada del pasado hebreo. Para san Agustín, eso sería “el mayor de los milagros”. De hecho, san Esteban, el primer temerario que se atrevió a proclamar públicamente la divinidad de Jesucristo, fue arrastrado fuera de Jerusalén y lapidado.
                              Sin embargo, descubro que el Altísimo no escamotea las dificultades. Las Sagradas Escrituras es un gran tratado sobre el sufrimiento. Encontramos en sus páginas enfermedades y guerras, muerte de los propios hijos, deportación y esclavitud, persecución, hostilidad, escarnio y humillación, soledad y abandono, infidelidad e ingratitud, así como remordimiento de conciencia y la última palabra sobre el sentido vulnerable: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna”. Lo que Cristo le dijo a Nicodemo indica que el individuo será salvado mediante el propio mal. El Señor sufrió en sus carnes la fatiga, el hambre, la sed, la incomprensión, el odio y la tortura de la Pasión. De todas las respuestas al misterio del martirio, ésta que san Pablo llamará “la doctrina de la Cruz” es la más radical, ya que nos dice que, si la Crucifixión es el precio de nuestro rescate, el padecimiento humano es la colaboración en su misma redención. Resumiendo lo expuesto no hay otra salida al problema que el madero, en el que el mismo Salvador del mundo asumió el último suplicio.   
                              Rumor de tambores, cornetas y marchas procesionales suenan, como gotas de rocío o lágrimas en una fría mañana, caídas de las mejillas de María sobre las calles adoquinadas, mientras comienza el cansino discurrir del Nazareno hacia el Calvario. Silencio en la plaza, vacío en el alma… sólo roto por la algarabía de terciopelo y oro de la túnica, escoltado por celestiales infantes, que restan dramatismo a la escena y que cierran un espacio inconmensurable a lo incomprensible y ocultamiento del entendimiento de los que con fe se apegan a sus creencias.
                 El patetismo de la tarde se torna en dulzura para acoger la esencia del Amor. Las torres de los distintos templos tañen campanas de consuelo y la brisa mece acordes y rítmicos movimientos de vestimentas entre el azul, blanco, morado, rojo y negro de las cofradías, portadoras del mismo orgullo que alienta al discípulo amado, Juan, a abrir camino a la Virgen.
           “Son impresiones de mi Semana Santa que parten con la evocación de uno de esos momentos que marcan los 365 días del año, y que sin temor a exagerar, podría decir que han marcado mi vida. No en vano fue en una tarde de incienso, cera y tambores de un año cualquiera, cuando decidí dedicarme por entero a crear y restaurar la entrega de Dios hecha madera, porque no cabe duda, que pocas formas hay más hermosas de transmitir su Palabra que con el arte, al fin y al cabo, el ‘peldaño’ más cercano a la creación de la vida […].
                              Y es que no hay forma más hermosa para describir el dolor de María que el de una imagen de la Virgen por una calle cualquiera de nuestra ciudad a los acompasados sones de la banda de música… ¡cuántas veces hemos rezado con sólo mirarla!
                              Las esculturas benditas que cada año nos recuerdan la Pasión de Jesús pasan a ser parte de nuestra propia vida, como lo son los seres queridos de nuestra familia […].
                              Sepamos los cristianos valorar nuestro patrimonio escultórico, y no nos dejemos engañar por los que sólo ven en él fechas o nombres propios de artistas. Para nosotros es mucho más… es la representación visible de Jesús, de su bendita Madre o de los santos que supieron elegir el camino de la Verdad, el mismo al que nosotros estamos llamados. Por lo tanto si se le trata con cariño y esmero por su importancia artística, ¿cuál no será ese respeto cuando añadimos a éste la veneración que le profesamos?
                              Pero todas estas piezas de indudable valor no serían nada sin el sol de nuestra tierra que les ilumina la cara, o la noche que de estrellas cuajada acompaña su discurrir por plazas y adoquines con sabor a siglos. […]” ( MI SEMANA SANTA. Domingo José Cabrera Benítez. RESTAURADOR-IMAGINERO. Santa Cruz de La Palma).

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