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domingo, 1 de abril de 2018

UN INSIGNE PALMERO DIOCESANO

Monseñor  Elías Yanes
                              Mis humildes palabras, que pienso plasmar con la mejor sencillez, sirva de gran satisfacción al reconocer los méritos de Elías Yanes Álvarez (1928-2018). Al final, alcanzó la plenitud de un cansino peregrinar, en búsqueda de la Verdad y querer mostrarnos que la Justicia Divina está por encima de cualquier ideal, tanto social como político, para sembrar el bien a los más vulnerables en situaciones muy difíciles, donde la Iglesia se encuentra implicada por exigencias y presiones con directrices de cambios.
                                                 Muere el arzobispo en la más absoluta paz, ocasionada por su dilatado servicio. Con él se cierra un capítulo de la historia palmera, canaria y universal del orbe eclesiástico: “Por el eterno descanso de don Elías y damos gracias a Dios por este paisano nuestro que tanto bien hizo durante su vida” (obispo Nivariense).
                              Una vida de entrega adornó una personalidad consolidada en el ejercicio del deber. Con pasos firmes supo alcanzar altas cuotas y de un elevadísimo nivel a cualquier precio, debido a su celo apostólico, obediencia y recio carácter con los demás. Semblante alegre y jovial con todos aquellos que necesitaran de su ayuda incondicional.
Visita a su Isla natal
                              En este tiempo de prisas en el que el mundo gira, según los dictados del reloj, resulta grato dedicar este espacio a recordar, vitalizar la memoria, lecturas del pasado y a la reflexión. En un lugar de la bendita Isla de San Miguel de La Palma, del que sí quiero acordarme, la sin par e inigualable Villa de Mazo, no ha mucho que vivió un hidalgo, que se inventaba pasiones para ejercitarse: su virtud andariega de todos conocidas y que le ha hecho descubrir palmo a palmo los variados enclaves de su hermoso terruño.
                              Desde los remotos años de una juventud, que se evaporó entre dos monarquías, con el intervalo de una breve república, una sangrienta guerra civil y una prolongada dictadura, aquel joven se desenvolvió bien en lo que le llamara la atención o despertara su juvenil curiosidad. Nunca me olvido del cura Yanes predicando por la Semana Santa asomado al balcón de la parroquia Matriz de El Salvador. Con buena oratoria cautivaba los corazones de los fieles, que acompañaban los pasos procesionales.
                              Acabo por lo que pudo ser el principio, según mi opinión, pero lo he hecho a propósito para entender que no hay comienzo ni fin para un hombre excelente en todos los aspectos esenciales del ser, sino una continuidad que conduce a la casa del Padre, alfa y omega, signos enigmáticos y determinantes en la fe.

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