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domingo, 3 de marzo de 2019

SOR MARÍA DE JESÚS

                              El dicho popular nos dice: “En casi todos los conventos femeninos hay una monjita incorrupta”. Puede ser cierto y yo afirmo haber visto dos. Una de ellas es Sor Santa Ángela de la Cruz, María de los Ángeles Guerrero González (1846-1932), en Sevilla y, la otra monja, Sor María de Jesús, María de León y Delgado (1643-1731) en el convento de Santa Catalina de Siena en la ciudad de San Cristóbal de La Laguna (Tenerife). Murió en olor de santidad y así se considera actualmente por los numerosos testimonios recibidos por cientos de miles de peregrinos postrados ante su cuerpo venerado incansablemente, atribuyéndosele muchas acciones milagrosas, aunque, aún, no se haya pronunciado la Santa Sede por su beatificación, refrendado por la Congregación de la Curia Romana para las Causas de los Santos.
                                  Fue una religiosa dominica austera, hermana lega, que se ha convertido en una de las figuras históricas de Canarias y tomada como hipotético signo a favor del amor profesado al Padre, Creador del mundo, Hijo, Redentor, y Espíritu Santo. Siento el calor y cariño a una imagen de vestir de la Siervita expuesta el año pasado en Güimar, en el salón de plenos del ayuntamiento tinerfeño, cuyo autor, imaginero-restaurador Domingo José Cabrera Benítez (1971), consagró sus manos en elaborar una obra maestra con el sentido de mayor perfección posible.
                              Deseo comentar la admiración sentida aquella tarde, 15 de febrero, de un año no recordado visité y contemplé el sarcófago abierto, cubierto de cristal, después de varias horas haciendo cola, mientras recorrí el perímetro del recinto conventual, accedí al templo con expectación y ansia de ver lo no visto nunca.
                              Se conserva en buen estado, desde hace más de dos siglos, con tratamiento de aplicación de ceras por medios profesionales. A ella acuden a ofrecer sus peticiones y ofrendas florales, agradecimientos y favores, por cuanto hayan recibido. Es increíble y difícil de explicar la fe de los fervorosos devotos.
                                 En aquel momento de mi visita, mágico y único, noté en mi interior una misteriosa atracción, que me sirvió de honda experiencia vivida, porque cuando observo las rejas que separan el coro y sirven para indicarnos el silencio claustral me persiste la nostalgia y soledad de ese encuentro, que quisiera volver a tener.

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