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domingo, 1 de diciembre de 2019

VIAJE HACIA LA ESPERANZA

                              Transcurría el año 1949, cuando ya había sido la erupción de San Juan y la visita del Generalísimo a esta isla, siendo notable la emigración de Canarias a Venezuela. Los palmeros escribieron entonces una página en la historia de la migración con tinte satisfactorio para muchos en saciar el ansia de cubrir las necesidades económicas de cualquier hombre o mujer, favoreciendo a la familia dejada en el terruño en espera de un sustento mejor. Muchos usaban la clandestinidad en embarcaciones a vela o motor hasta llegar al destino preferido, que experimentó un alza considerable.
                              Las condiciones de esta emigración dejaba mucho que desear, porque se empleaban barcos de pesca artesanal con mucho tiempo de funcionamiento e incapaces de operar con las mínimas garantías en alta mar. Sólo, se apoyaban en la posición del archipiélago  y acción de los alisios, siendo su gran carencia la incertidumbre de recalar en algún punto de la deseada costa americana.
                              También apuntamos, sin lugar a duda, por la carestía del pasaje legal con la tramitación burocrática de los papeles, complicados  y dificultosos a la clase no pudiente, que afrontaban sangrantes intereses a un 100% y préstamos con hipotecas a cargo de propiedades y otros enseres no específicos. Por supuesto, que constituían requisitos, casi siempre, insalvables.
                             Mis padres, Domingo y Trinidad, fueron unos de tantos, llevándome con ellos por mi corta edad, se aventuraron a realizar el viaje hacia la esperanza, que nunca se hizo por circunstancias adversas. Desfavorable a los sueños de paisanos ilusionados de ir a la tierra prometida, donde los ríos manaban miel y leche, como indica la santa Biblia, reflejado en el posible trabajo bien remunerado.
                              Capítulo aparte son los recuerdos que asaltan a mi mente, sintiendo la fría mañana refugiados en una cueva a orillas del reflujo de las olas del mar, en la costa de la Villa de San Andrés, noreste de La Palma, estando recostado en el regazo de mi madre, oía el silbido de las balas, que la Guardia Civil disparaban al aire por motivos de amedrentamiento de una travesía frustrada. A continuación fueron llevados hacia Los Sauces, uno detrás del otro, como si se tratara de una secuencia de un peliculón americano de mercenarios romanos, a declarar ante el juez comarcal los pormenores del hecho abortado. Yo fui llevado a casa de mi familia saucera, puesto que mi madre era natural de ese lugar. Así no cabe la más mínima duda, de que en potencia, verídica y real, me convirtiera  en un emigrante ilegal (sin papeles), aunque haya sido de forma inconsciente e involuntaria.                                                                                                  Por los setenta de la pasada centuria, siendo profesor en el pueblo de Barlovento, pago de La Cadena y frente a Oropesa, poseía una admirable amistad con mi amigo Moisés, vecino y tertuliano con gran capacidad de acción. Un día a sola compartíamos un momento de los muchos habidos, con lágrimas en los ojos, me contó su decisión tomada en hacer una maleta de madera y embarcarse rumbo a la llamada hoy República Bolivariana, más mal que bien, algunas veces, se abrió camino en ese desconocido entorno con la intención de volver a donde partió con riesgo y arraigo personal.
                              En noviembre de 1948 es depuesto Rómulo Gallegos por una Junta militar presidida por Delgado Chalbaud. El régimen dictatorial bien pronto reconoce al gobierno español. De esa forma los indocumentados son declarados ilegales y según fueran llegando eran conducidos a los establecimientos penitenciarios de Guasina  o la Orchila , mientras que las tripulaciones eran repatriadas hacia España o confinadas durante varios meses en las dependencias de El Dorado. Cerramos un paréntesis de lucha y mejora personal con legalización de la situación sin problema.
                              Con la nueva legislación se abre a partir de 1951 una etapa distinta de la emigración canaria. La subida al poder de Marcos Pérez Jiménez florece una potenciación hasta su derrocamiento en 1958, que reducirá al mínimo las barreras que obstaculizaban a la misma.
                              La economía en nuestras islas mejoró en la década de los cincuenta con respecto a la grave penuria experimentada en los cuarenta. La tierra de la aventura americana, a pesar de lo dicho, se convirtió en un país en expansión, rico en expectativas, con una moneda cotizada, con posibilidades de trabajo y remuneración en alto nivel. La ida en ocasiones se trazaba con un objetivo de permanencia definitiva, pero al cabo del tiempo se convirtió de vuelta, a camino entre la nostalgia por la tierra natal y las ventajas que proporcionaba un cambio favorable, favorece las comunicaciones, los intercambios, el volver con unas intenciones y cambiarlas, contraer un matrimonio en las islas y decidir su regreso, se tradujo en un modelo a seguir, de visitas periódicas a la tierra de origen.
                              El aumento de la inseguridad y agravamiento de la crisis, que se asemeja a un callejón sin salida, ha conducido a sectores de las clases media y baja isleñas a retornar a su tierra, aunque desde esa perspectiva son generalmente sus hijos los que en mayor número lo hacen, acogiéndose a las ventajas para la repatriación que les ofrecen los gobiernos español y canario.

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