En este enclave nos recreamos en la memoria de un pueblo, que
presume de historia y, sobre todo, del transcurrir del tiempo en un marco
incomparable, desembarcos de corsarios y piratas, episodios bélicos y
desenlaces cotidianos en el transigir marinero del puerto.
En los astilleros a nivel de playa surgió una industria
floreciente de competición y vanguardia, que en la carrera de Indias cosechó
grandes éxitos. Sus barcos, construidos por fabricantes locales, carpinteros de
ribera y por armadores, surcaban los mares y unían puertos tan distantes como
los de La Habana y Amberes.
Esta cultura marinera se traduce en el establecimiento de verdaderas dinastías de maestres, fabricantes y pilotos, como las que ejemplifican las sagas de los Cano, Díaz Pimienta, Arozena Lemos y Henríquez, Casas Lorenzo, Rodríguez González, Fernández y otros tantos más, que constituyeron auténticas familias de constructores y navieros. Se trata de una transmisión marinera que con altibajos llega a los albores del novecientos, con gran arraigo en la memoria colectiva de los palmeros, cuando la construcción de barcos de vela decayó a favor por la competencia de los grandes vapores, que monopolizaron el comercio y el tráfico nacional e internacional.
A través del cauce del barranco de Las Nieves, desde la Nao
de María, sonaba la voz de José Feliciano Reyes (1932-2020) una y otras tantas
veces lo hizo en muchas Bajadas de la Virgen, Nuestra Señora de Las Nieves,
Patrona insular, hasta que se ha apagado para siempre. Sumergiéndose en lo
infinito del firmamento sideral y en la profunda esperanza de ver más allá de
lo humano, se puso en el forzoso camino con el equipaje, llevando no sé cuántas
ilusiones, proyectos, amarguras… inconclusas. Antiguo comodoro del Real Club
Náutico de La Palma, fue toda una institución, agrandando su cometido como
director del Museo Naval, a lo largo y ancho de bastantes años de buen quehacer
y enriquecimiento, refrendado por los numerosos incondicionales, y el hallazgo
de los restos del navío General Álava, hundido en 1863 frente a la bahía.
Siguiendo la descripción más acorde al lugar en cuestión de
los medios de acceso, se erigió una puerta en el sur de la ciudad, que era
cerrada con llave a la hora de la queda con objeto de impedir la entrada y
salida de personas durante la noche. En sesión del Cabildo, celebrada el martes,
18 de agosto de 1559, se acordó que para hacer sonar la campana de queda se
observaran las leyes de estos Reinos, tocándose en verano a las 10 y a las 23
horas, horario de apertura, y en invierno a las 9 y a las 22 horas, guardando
iguales condiciones en el tránsito peatonal.
El reducto de paso Barreto o de Bajamar, situado a unos dos
mil metros de la población, a la derecha del Muelle y castillo de San Miguel,
sobre un risco y defendiendo la playa desde la desembocadura del barranco hasta
el castillo de San Carlos del que distaba unas 3.600 varas.
Junto al risco, en el lugar denominado La Caldereta, se
hallaba el Cuerpo de Guardia, con una superficie de 19,25 metros cuadrados y
que fue cedido al ayuntamiento más tarde para caseta de consumos. Era una
construcción de un agua de 5 varas de largo y 3 ½ de ancho, piso empedrado y
techo ripiado de tejas, resguardado por dos lados con un muro de una vara de
alto. Su puerta, de madera de tea, la formaban dos hojas con quicialeras
(Quicial, marco en el que se sujeta una puerta) de bronce, cerradura y llave, y
para subir a ella tenía delante una rampa empedrada. A la izquierda había una
aspillera que daba a la puerta y la luz por la parte de afuera era de medio
pie. Entre esta pieza y la puerta de salida, existía un poyo corrido, de
mampostería coronado de losas, de tres tercias de alto por dos de ancho, y otro
poyo en el lado opuesto junto a una barranquera. La puerta estaba rematada en
su punto superior por tres pequeñas almenas, que le daba aspecto militar.
Por Real Orden, en 1924, se declaró inadecuado para las
necesidades del Ejército este reducto de Paso Barreto o Bajamar, y se dispuso
su enajenación como había sido propuesto. Fue vendida en 1949 esta propiedad a
Antonio Isidro Durán.
En la propiedad privada del primigenio dueño se halla una
cruz, encima de una base pedestal de mampostería, popularmente conocida por la
Cruz de La Portada, colocada en medio de una de las terrazas exteriores, detrás
del primitivo inmueble. En tiempo atrás se enramaba por la Onomástica del 3 de
mayo, acudiendo muchísimas personas en dicha festividad. Se cuenta como
leyenda, que el santo madero fue colocado en ese sitio por el mismo Antonio
Isidro al encontrarse enterrado un cofre de caudales como punto de referencia. Agrego
otra posibilidad de haber sido ubicada ahí, al estar sobre la portada, encima
de la almena central como símbolo de la ciudad, y que por el deterioro sufrido
ese lugar se tomó tal decisión a disponerse su enajenación como había sido
lógico en cualquier forma protocolaria y momento histórico.
BIBLIOGRAFÍA:
HISTORIA DE LAS FORTIFICACIONES
DE LA ISLA DE LA PALMA. José Manuel Castellano Gil (1960), Francisco Javier
Macías Martín (1960) y José Juan Suárez Acosta (1963). Premio de Investigación
Histórica Juan Bautista Lorenzo Rodríguez (1841-1908). 1990. Excmo.
Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma. Centro de la Cultura Popular Canaria
(CCPC). Abril, 1991.
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