Mientras mi cena se enfría, releo unos apuntes sobre unos
pensamientos de hace muchos años atrás, cuando estuve activo en mi profesión de
profesor. Lo más habitual de los comentarios entre los padres en las citas de
tutoría eran lo referente a la
autoestima de los hijos. Se
convertían en una de las áreas más importante en la vida colegial del ser
humano, entre alumnos, se convertía en lo social e intransferible. Hoy en día,
es bien sabido constatar con ella y sentir la satisfacción de lograr un alto
rendimiento.
Sabemos que necesitamos relacionarnos con otras personas
para mantener un buen estado de salud y equilibrio físico,
sicológico y emocional. Si bien, también, estas
relaciones ocasionales son básicas y muy necesarias. Hay otras que tiene igual
o más prioridad, la que uno mantiene consigo mismo.
Me mantengo al margen de situaciones sugerentes, que, sólo,
es una opinión, puede ser consigo mismo y con otros, lejanos o cercanos, a un
área de influencias. En función de cómo sea esta relación de sí está basada en
un amor tolerante, bondadoso y compasivo
o si parte del rechazo, la desaprobación y el desprecio,
entonces, nuestra o mi experiencia de vida puede ser radicalmente,
tajantemente, distinta. Se trata de un vínculo que siempre viene
determinado por el tratamiento de lo tratado en este trabajo.
Llegando a un punto determinado y a un momento puntual de
nuestra vida, en definitiva, la autoestima determina e interfiere
de forma directa en todas las áreas: en cómo nos tratamos y cuidamos
y en cómo pensamos y nos relacionamos con los
demás. Es el pilar de la salud mental.
Parece ser con toda
razón, siendo un reflejo colateral, que manifestamos lo que
guardamos en nuestro interior. Hasta nuestra grafología, manera de escribir o
hacer la escritura, firmar u otras cosas relativas al estado anímico es motivo
de estudio y observación del sujeto. ¿Qué habita detrás de cada uno de
nosotros, en esa imagen que se refleja cuando nos miramos en un espejo, en los
gestos diarios que conforman nuestra esencia más profunda, en las palabras que
transmiten sentimientos y expresan emociones? ¿Cómo
somos bajo esa tersa piel en la que subyace el tiempo caduco, aquel que rige
cada paso que damos desde el mismo momento en que nacimos?
Es un mundo complejo que se nos abre ante nuestros ojos y un
universo amorfo que despierta con nosotros mismos cada mañana. No se trata de
una novela corta o larga, ni tampoco de un ensayo, sino de nuestra realidad
como si fuera el hálito imprescindible para respirar, imaginándonos lo
maravilloso de ser como somos.
Mírate al espejo y verás a tu verdadero yo, hablándote sin
articular vocablos, ni gestos. La visión podrá ser mejor un día u otro, pero
harás lo que el alma te indique, sin ser esclavo de tus propias reflexiones,
que solo te sirva para ser libre.
Eres tú quien posee la decisión de determinación. Puede ser
reflejo o espejo de ti mismo. Será siempre una postura respetada. Te sugiero un
análisis o síntesis, si te propones el reto de
continuar en la lucha de saber la verdad. En mi propuesta puede ser no
correcto, pero ten por seguro que te hará encender una bombilla sobre tu mente
y, entonces, lo veas y te satisfaga tu vana curiosidad.
Nuestra autoestima tiene que ver con la vinculación
en la infancia, a través de los mensajes de reconocimiento o desaprobación que
recibamos de nuestros padres y de las personas que más influencia tengan para
nosotros, y a través del afecto o las carencias a nivel afectivo por su parte.
Lo primero y más notable y tener muy claro es que nunca es
tarde para iniciar un proceso para fortalecer la autoestima.
Tengamos la edad que tengamos y estemos en la situación en la que estemos.
Todo lo dicho anteriormente nos sirva de punto de reflexión
y nos haga recapacitar a tomar una decisión positiva, haciendo un proceso de
crecimiento personal que nos permita revivir esos apartados o capítulos más
determinantes de nuestra vida, los que más han interferido en la destrucción
del adulto que somos hoy. La inseguridad podría transformarse, según creo, en angustias
incontenible, lo que desemboca en altibajos emocionales, que se desequilibran a
la primera. La oportunidad de reconocernos conscientes de nuestra procedencia,
tengamos la capacidad de perdonar y de perdonarnos por todos los errores.
Analizar el presente, puede calar muy profundo
en nuestra manera de vernos e interfiere en nuestro vivir.
El último paso, no puede ser otro, que responsabilizarnos.
Dejar de pensar en que no puedes y no eres capaz, es muy interesante para
enfrentarte a eso que te da miedo. Solo así podrás demostrarte a ti que sí que
puedes lograrlo.
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