Gotas de rocío como agua de mayo
que caen todas las mañanas, muy temprano,
restregándose las pupilas soñolientas
ahondando el silencio de la tierra seca
de la inmensa llanura con los brazos abiertos,
abrazando el húmedo manto con agua fresca,
transparente elemento de efímero momento,
como el que en medio de la vida busca
una tabla que impida su naufragio.
Aquella vieja casa
que se cubre de sombras
en memoria de los sólidos instantes
bajo el sol puro y bella luz de agosto
que al calor fugaz del fuego de la existencia
permanece en pie, junto a una plaza.
La casa de mi
infancia se levanta sobre el rumor del viento
a unos pasos, en ella nací, en ella fui creciendo,
guardando secretos, palabras detrás de una ventana
con sonoros reflejos de amor y esperanza.
Recuerdos atrapados
en medio de una telaraña
furtivos pensamientos se desvanecen en oscura noche
de invierno o primavera, de tarde en tarde doloridos
y de noche en noche amamantados por mis sueños
locamente, sin mirar a quién y a dónde, sostenidos
en brazos de acordes y melodías entrelazadas con notas
en pentagramas, líneas paralelas, compases incesantes…
en otoño y en verano fabrica sentimientos con sus manos.
Creo que la lluvia
es mi amiga en lo bueno y en lo malo
porque la siento caer en las manos como suspiros,
desde aquel rincón la esperaba limpia y hermosa.
Sin asustar el
canto de los pájaros,
sin desgarrar las hojas de los árboles
me arrullo como el infante en su cuna
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