fecha

 

lunes, 2 de julio de 2012

LA VILLA Y SU CORPUS


                             Haciendo un recorrido en una altiplanicie hermosa, que se extiende desde la Cumbre Vieja hasta el remanso de las azules aguas del mar, llegamos a Mazo. Tiene una superficie de 71,17 kilómetros cuadrados y una altitud de 500 metros. Su población, muy temperamental a las pendientes laderas adaptadas al clima húmedo aportado por el alisio de montañas, en donde abunda la vegetación mezclada con el paisaje volcánico formado de erupciones históricas.
                             Sus tierras fueron habitadas por los aborígenes antes de la conquista. En los primeros tiempos se le nombró alcalde pedáneo y alguacil ejecutor, constituyendo los habitantes un pósito de granos.
                             “Desde 1495 se tiene constancia de la edificación de una pequeña ermita dedicada a San Blas, en terreno cedido al efecto por Martín Camacho y otros conquistadores. Según Millares Torres, se la erigió parroquia en 1571, aunque el sagrario no se instaló hasta los primeros años del siglo siguiente, cuando los vecinos cumplieron su promesa de dotar al templo de lo preciso para tenerlo.
                             Por otros lugares del municipio se fueron levantando ermitas, algunas muy antiguas, y, al igual que durante la época prehispánica, Mazo ocupó un puesto destacado en la isla, como lo demuestran sus edificios y la prosperidad de que gozó.
                             Por la Constitución de 1812 se constituyó en municipio independiente, ocupando en sus inicios una vasta superficie, reducida al segregarse de él Fuencaliente, en febrero de 1837.
                             En 1878, el rey Alfonso XII, por su importancia y aumento de población, le concedió el título de Villa” (*).
                             Las viviendas se encuentran dispersas a lo largo de la zona de medianías. En cuanto a la cultura popular: “Variada es la producción artesanal mazuquera, donde destacan los bordados, encajes, traperas, tejidos de lana, cestería, trabajos de madera… Se incluyen las cuidadas reproducciones de piezas cerámicas de los auaritas, o aborígenes palmeros.
                             Entre las fiestas, tiene especial relevancia la del Corpus, donde participan los diversos barrios del municipio, y declarada de Interés Turístico. Al menos desde 1873 hay constancia de su celebración. A las primorosas alfombras, se unen los arcos: estructuras de madera, espectaculares y originales, diseñadas y realizadas por manos artesanas; son adornadas con material vegetal, semillas y pétalos, formando bellas composiciones.
                             Producto de sus campos, de parras que crecen entre cenizas volcánicas, son los apreciados vinos tintos, de buen cuerpo” (*).
                             Una oda a los sentidos es todo el encanto de su fiesta mayor a Jesús Sacramentado. La primavera nos anuncia la llegada de la plenitud más anhelada por los oriundos para transformarse en luz y color, laboriosidad y arte, añoranza y sueño… Son años difíciles de compartir con la crisis, pero no hay mejor modo para afrontarlos que la unión y el trabajo colectivo de las distintas partes del municipio macense. La fe y la esperanza de un futuro lleno de superación y paz.
                             La prosperidad no proviene del verbo progresar, sino de la cualidad innata para captar la simpleza y el embrujo de los nimios detalles. Una pléyade de hijos, amantes de lo insignificante, con gran sensibilidad, son capaces de infundir grandeza y personalidad propia a las cosas más triviales, que conscientes de ello, proceden a su realce de lo popular y genuino, tradicional y ancestral, único y portador de su original sello distintivo, salvaguardando la continuidad temporal de su acervo costumbrista.
                             Este museo floral erigido al aire libre, conjugando el sabio conocimiento de la flora local, la denodada labor artesana, la gran plasticidad que alcanza el éxtasis sorprendente de lo inesperado y la virtud para enlazar la esencia estacional al cristianismo, constituye el centro espiritual de las generaciones.
                             Partiendo desde los viejos muros del recinto parroquial, que son desbordados por el regocijo y el recogimiento de la bendición del amor fraterno, subimos las empedradas, pendientes y concurridas calles hasta saciar la sed fervorosa.
                             Con la mirada puesta en el esfuerzo sin límite, merece la pena andar el sendero, que no defrauda y ayuda a seguir disfrutando del néctar, fuente de inspiración. La fragancia de las flores, el silencio de la brisa, el deambular de la campiña, el trasiego de la bruma y la armonía humana nos invita a volver a la próxima vez, cuando se vuelve a tomar aliento en la perseverancia y sacrificio con que se vence a toda adversidad, para hacer realidad el objetivo marcado.

(*) (MUNICIPIOS CANARIOS. GEOGRAFÍA, HISTORIA Y COSTUMBRES. CANARIAS 7).

No hay comentarios:

Publicar un comentario