Molinos de viento |
“En esto,
descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en el campo, y así
como don Quijote los vio, dijo a su escudero:
- La aventura va guiando nuestras
cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho
Panza, donde se descubren treinta, o pocos más, desaforados gigantes, con quien
pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos
comenzaremos a enriquecer, que ésta es buena guerra, y es gran servicio de Dios
quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.
- ¿Qué gigantes? -dijo Sancho
Panza.
- Aquellos que allí ves
-respondió su amo- de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi
dos leguas.
- Mire vuestra merced -respondió
Sancho Panza- que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de
viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento,
hacen andar la piedra del molino…” (1).
Detalle de un antiguo moloino |
De esta forma tan
singular se nombran en el relato célebre de Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616)
los factores esenciales para tal rudimentaria máquina de importancia en la
historia del hombre. Poco después de la incorporación de las islas a la Corona
de Castilla y extendido el cultivo de los cereales comenzaron a levantarse los
primeros. Sus distintas ubicaciones como, también, su resurgir es interesante y
entrañable en el transigir del tiempo.
Se construían alrededor de una
zona cerealista o por circunstancias favorables a su funcionamiento
estructural. El cereal tostado era acercado por los mismos lugareños a los
molineros, quienes en los días permisibles, trabajaban en ellos aprovechando la
energía eólica ofrecida por la naturaleza y, así, obtenían el preciado gofio,
base de la alimentación hasta mediado de la pasada centuria. En Canarias
tuvieron una relevante importancia en la cultura y el devenir de la gente por
la elaboración del mencionado producto, ancestral de nuestros antepasados, que
aún pervive en nuestra gastronomía.
Santo Domingo. Garafía |
“Movidos por los vientos
alisios, estos enormes y elegantes artilugios desempeñaron una función
significativa a lo largo y ancho del municipio. Estaban tan presentes y eran
tan importantes en la vida cotidiana que, en muchos lugares donde no se
divisaban sus aspas, el lugareño aprendió a descifrar las señales del cielo para saber cuándo podía
acercarse a ellos para llevar el cereal tostado
o recoger su gofio. También los oriundos se avisaban unos a otros utilizando el
boca a boca.
El del molinero fue un oficio
indispensable […]. Era un observador constante del cielo, a la espera de prever
el tiempo para orientar y poner las velas con el fin de iniciar la faena a la
arribada de los alisios favorables o seguir aguardando su llegada. Algunas
veces, cuando las condiciones lo permitían, su jornada laboral se prolongaba
muchas horas. […] dado que tenía que limpiar las piedras o muelas tanto antes
como después de utilizarlas. Él mismo reparaba y sustituía las maderas rotas y
acudía al herrero del pueblo cuando precisaba renovar o reparar alguna pieza de
hierro.
Llano Negro. Garafía |
Eran bastantes las personas que
llegaban, desde puntos alejados, portando los ingredientes y un jacho de tea,
amarrado con alambre, para alumbrarse al regreso, sustituido más adelante por
la luz de un farol. […] A ello contribuían las tertulias, canciones o
chismorreos sociales. Algunos jóvenes tocaban la guitarra y el laúd, cantaban y
bailaban, recitaban relaciones en cuartetas o en décimas, los chicos y las
chicas del lugar entablaban conversaciones picaronas; también allí surgieron
historias de amor que finalizaron en boda o infidelidades. Al igual que otras
reuniones sociales, en ocasiones se formaban dos grupos: uno de hombres
(hablaban de la guerra, de la miseria en la que estaban sumergidos, narraban
cuentos de Cuba, del campo y recordaban aventuras de juventud) y otro de
mujeres (conversaban acerca de temas relacionados con sus hijos, sus labores,
sus animales o sus novios)” (2).
Estos gigantes de aspas,
que llevan muchos años nutriéndose de los vientos han contribuido a la economía
y al acervo etnográfico campesino isleño. A partir de los años sesenta serían
sustituidos por los de motor o molinas, quedando, entonces, en nuestro paisaje
como simples testigos silenciosos del pasado. Los miramos con nostalgia y hasta
recordamos sus propietarios, que se hallan en nuestra memoria junto al aroma de
la molienda, que salía de la tolva o cubo y que se olfateaba como una de las
mejores partículas volátiles de nuestra vida. Convivieron unos y otros hasta
que dejaron de ser útiles y pasaron a ser industriales y de mayor rendimiento,
motivado por el progreso de una sociedad nueva y expectante al rumbo mundial
generado por los deseos de transformar el presente para presentar a las
generaciones futuras una heredad de confort material.
Las Tricias. Garafía |
“Los molinos de
viento hace mucho tiempo que desaparecieron del paisaje insular después de
haber cumplido su misión, siendo ya sólo recuerdos en la memoria de unos pocos.
Sólo las viejas y deterioradas imágenes en blanco y negro o color sepia nos
traen entrañables estampas del pasado, cuando las prisas no existían y las
singulares aspas como velas movidas por el viento giraban lentamente.
Después de tostar el grano:
millo, trigo, cebada, garbanzos etcétera, se llevaba a moler al molino para que
las piedras movidas por las
infatigables aspas, molturaran el grano hasta conseguir el apetitoso gofio,
alimento básico de los isleños.
Mientras el molino ejercía su
paciente labor y esparcía el aroma a gofio
caliente, en sus alrededores o a su sombra, hombres y mujeres esperaban en
animadas tertulias” (3).
Puntagorda |
Habrá que añadir en relación a
la materia prima utilizada que, bastantes veces, se mezclaban, dando una
textura deliciosa al paladar, los componentes siguientes: centeno, avena, altramuces
(chochos), habas, arvejas, chícharos y lentejas.
“No obstante, a la gente les gustaba acudir
siempre que podían a los primeros por el sabor y el olor que desprendía el
gofio obtenido en los molinos eólicos.
Normalmente se llevaba el cereal tostado y
se abonaba el precio estipulado por su molienda. Sin embargo, los más pobres
habían de ingeniárselas para conseguir el preciado sustento; así, en ocasiones,
se utilizaba el trueque (consistía en dejar al molinero productos alimenticios
o elementos de uso cotidiano elaborados por ellos mismos a cambio de la
trituración).
Monte Pueblo. Mazo |
Otros pagaban el gofio con
labores realizadas en los terrenos del molinero, previo acuerdo. Los que no
tenían fuerzas para trabajar o no podían
llevar a cabo estos trabajos por otros motivos dejaban al molinero una
parte de la molienda. En los años treinta del siglo pasado, moler un almud de gofio costaba 0,05 pesetas, pero, en tiempos de
carestía y miseria, muchas veces era muy complicado disponer de ese dinero para
conseguir un alimento fundamental” (2).
En cuanto a las
medidas empleadas para el pesaje se usaban unas cajas abiertas de madera de tea
de distintos tamaños:
-
Almud, que equivalía a unos cuatro kilos.
-
Medio almud.
-
Cuartillo, que era la mitad del medio almud, igualaba a
un kilo.
-
Cuartilla, que valdría a tres almudes.
-
Fanega, correspondía a cuatro cuartillas.
Después de la
guerra civil, la Delegación Provincial de Abastecimientos y Transportes dispuso
que se utilizara el kilogramo en la compra y venta de lo relatado por medio de básculas.
Mogán. Gran Canaria |
En La Palma llegaron de la
mano del constructor-artesano autodidacta de dichos menesteres Isidoro Ortega
Sánchez (1843-1923), que nace en Santa Cruz de La Palma y fallece en La Gomera. Cuatro están enclavados en Garafía entre Llano Negro, El Calvario, Las Tricias
y Santo Domingo y uno en Puntagorda y Villa de Mazo, siendo este último taller
de artesanía.
La abundancia de
tea, en general, y por otra parte la carestía y dificultades para el suministro
de cal, sobre todo en tierra palmera, propiciaron que se construyeran con dicho
recurso natural.
“Cortaban con
hachas los viejos pinos, extrayendo las ramas y la capa exterior, que
utilizaban para hacer carbón. Desde las montañas y ayudados por una yunta de
bueyes, transportaban esos troncos hasta un aserradero próximo al lugar en que
se iba a construir el molino. Éste debía presentar un desnivel de dos metros.
En el plano superior se formaba una tarima de tablas atravesadas, sostenida con
dos puntales o palos en la parte baja; la empleaban para desplazarse por ellas
y colocar el tronco. Las piezas se marcaban con una cuerda mojada en agua y
añil que se tensaba y luego se dejaba caer, con lo que quedaba una línea
perfectamente recta. Después, un hombre situado arriba, que era el director de
la maniobra, y dos abajo, formaban un equipo eficiente en el manejo de un gran
serrucho durante numerosas horas” (2).
Fuerteventura |
Una visión general
nos da idea de la orientación geográfica, porque de ella dependía el buen
funcionamiento y su idónea ubicación. En más de una ocasión tuvieron que
trasladarlos de sitio por no ser el primero el perfecto en su función a
desempeñar.
La tecnología es
variada y simple en torno a un ámbito especial. La fuerza del aire se utilizaba
en el giro rotatorio de un eje
vertical y mover las aspas, que se hallaban conectadas con las piedras
molineras o muelas destinadas a la trituración del grano o con elementos
intermedios habidos en un nivel inferior. Los componentes constituyentes son
conocidos en ocasiones con nombres dispares, aunque todos son muy similares y
presentan partes muy diferenciadas: la exterior, formada por la torre o esqueleto
y la arboladura o noria y la interior, que posee dos alturas y es donde se
albergan la maquinaria y el almacén.
Algunos fueron
desapareciendo para reutilizar su estructura en la construcción de viviendas.
Práctica habitual en una época de escasez e incertidumbre monetaria y precarias
comunicaciones por carretera, aunque la marítima se hacía con regularidad por
medio de pequeñas embarcaciones (falúas), dificultosa por la inclemencia del
mar en el desembarco de la carga transportada.
Guatiza. Lanzarote |
“La tipología de
los molinos de la isla de Tenerife era plana circular, de forma troncocònica,
rematados por una cubierta de madera cónica con una de sus partes abierta para
dar salida al eje de las aspas. La maquinaria de estos molinos era de gran
sencillez y realizada en su totalidad en madera, aunque existieran piezas de
hierro como clavos o tornillos. Para el buen funcionamiento del molino el
factor importante era la dirección del viento, para lo cual las aspas eran
orientadas moviendo el timón del molino que está anclado al suelo” (3).
En las demás islas,
exceptuando La Palma, son del tipo y modelo de los de Castilla. En
Fuerteventura y Lanzarote están bien conservados, causando la admiración de los
foráneos.
“El funcionamiento
de un molino de viento -en términos generales- era muy simple: las aspas, al
ser movidas por el viento, arrastran al eje al cual está unida una rueda dentada; ésta acciona al husillo por
medio de unos dientes y cuyo extremo inferior o cangrejo se introduce en la piedra superior en el llamado diente de
perro que es una pieza metálica unida a la rueda y que hace que ésta gire, molturando
el grano depositado en la tolva.
Las dos ruedas se encuentran dentro de un gran tambor llamado los cambales.
Todo el conjunto disponía de un freno de
mano situado en la parte superior de la rueda dentada accionado por una palanca de madera” (3).
FUENTES CITADAS:
(1) DEL BUEN SUCESO QUE EL
VALEROSO DON QUIJOTE TUVO EN LA ESPANTABLE Y JAMÁS IMAGINADA AVENTURA DE LOS
MOLINOS DE VIENTO,… Capítulo
VIII. El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha. Primera Parte. Miguel de
Cervantes Saavedra.
(2) EL GOFIO Y EL PAN EN
GARAFÍA. Etnografía
de la alimentación tradicional. Pilar Cabrera Pombrol.
(3) DESDE LA TRONERA. Diario de Avisos. Domingo, 4 de
noviembre de 2012. Francisco M. Hernández Martín.
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