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domingo, 11 de noviembre de 2012

LOS FERNÁNDEZ FERRAZ


                             El canario está unido por un cordón umbilical que le liga con la otra orilla atlántica. Nuestra trayectoria vital está forjada por multitud de lazos, que hacen que el interés por esas tierras sea algo innato en nosotros, los isleños. Es necesario reflexionar y expresar mediante memorándum que recuperen ese pasado de nuestros anhelos, sinsabores y experiencias que se transforman en fructíferos conocimientos de décadas.
                            A la visión del palpitar diario se añade esa nostalgia por lo que está lejos y se hace inalcanzable. Pensamientos e ideas sobre la evolución social y política de la época que se plasman en datos y vivencias, que enriquecen a forma de pinceladas el ritmo de una población, que viven momentos críticos y con una vacilante apertura económica, tratando de contrarrestar el abismo abierto en ella y en la que el clan Fernández Ferraz se encontró sumergido.
                             En el seno de la capital de La Palma, amante de lo innovador y vanguardista, frente a las corrientes culturales es destacable la falta de información y sensibilidad de las instituciones con sus hijos más ilustres y generosos. Sustraer del olvido a la referida descendencia podría ser algo fundamental para completar un capítulo de nuestra historia. Nacidos en Santa Cruz de La Palma, posteriormente, residieron en Costa Rica y Cuba a finales del XIX, donde acrecentó el árbol genealógico. Valeriano, Juan y Juana murieron en el referido solar continental y Víctor, Ciríaca y Carolina lo hicieron en la isla caribeña.
                             Conservaron sus raíces palmeras, aunque no volvieron a su patria. Constituían una familia hacendada y con una economía bastante boyante, poseedora de propiedades agropecuarias con auge artesanal. Su vivienda de dos plantas, aún, existente se halla ubicada en la calle que lleva su denominación y con frente a otras dos.
                             Siempre añoraron su lugar natal, que el destino los arrancó pero a la vez decía: “Ya que salimos de nuestra tierra, no hubo otra mejor para habernos trasplantado, Costa Rica, nuestra muy querida y segunda Patria”. Fueron considerados intelectuales en los espacios literarios de países latinoamericanos, sobresaliendo las mujeres como prolíficas escritoras.
Valeriano Fernández Ferraz 
                             Valeriano Fernández Ferraz (1831-1925), rodeado de una aureola de prestigio causó gran impresión. Alto y seco, barbado y con levita, ojos miopes de dulzura encandilada, sereno en el hablar y sabio, blando en la disciplina y de severa exigencia en la conducta, según una descripción de los correligionarios, fue durante medio siglo en la nación costarricense el profesor por excelencia, respetado o más bien venerado. Incansable escritor de críticas y resúmenes de Discursos académicos.
                             “Espíritu vibrante que a los ochenta y dos años -cual si hubiese recibido de los dioses el secreto de una juventud eterna- siente todavía, en todas sus plenitudes, los fecundos entusiasmos del arte y la idea; cerebro infatigable que hora tras hora aumenta el tesoro de su sabiduría, como si el tiempo -que todo lo subyuga y lo quebranta- respetase piadoso sus vigores, ha sido el doctor Ferraz durante nueve lustros un fanal siempre encendido en las cumbres de esta patria que con orgullo de madre, al igual que la otra, como hijo predilecto le reclama; y puede en su vejez gloriosa, contemplando las generaciones que son hoy fuerza y honor de Costa Rica, ver hechos realidades sus anhelos; encarnadas en la sociedad sus enseñanzas, incorporada por modo definitivo la obra de su apostolado al precioso caudal de nuestra historia”.
                             Pasó su vida estudiando, investigando, buscando algo que aprender y leyendo. Admirándolo por esto último, aunque decía: “mi hermana Juana, ha leído mucho más, ella se leyó La Historia de la Civilización, obra de doscientos tomos que no he podido leer nunca. Es autora del libro Espíritu del Río y yo no he escrito ninguno”. Hablaba de su hermana como de un ser superior. De él no hay obra escrita, sino reportajes en orientación, junto con sus hermanos, a la Enseñanza Nacional.
                             Atraídos por Valeriano llegaron a la tierra prometida de América Juan (1849-1904) y Víctor, en 1871, ambos educadores, dando el primero una relevante contribución a la disciplina educativa en la centuria decimonónica. Representó al país anfitrión en conferencias internacionales y fue director de la Imprenta Nacional, Oficina de Estadística y del Museo Nacional. Realizó investigaciones históricas y estudios sobre la arqueología del país y de los dialectos de los grupos indígenas. Nombrado en 1886 Inspector General de Enseñanza escribió algunos reglamentos para las escuelas. Completando su formación académica se licenció en Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid (España). Su afán de lector y de espíritu inquieto le condujo a ser colaborador de artículos políticos en diversos periódicos y representante de la juventud republicana en Canarias como miembro de la Junta Central.
                             Al igual que los otros, el segundo, incorporado a la reforma de la enseñanza universitaria, iniciada por el Dr. Ferraz, a los cuatro años después de su llegada marchó a Cuba, en 1875. Lo hizo, cuando el Colegio San Luis Gonzaga de Cartago pasó a manos de los jesuitas, en donde impartió clases. Constantemente, siendo corresponsal, remitía a la Real Sociedad La Cosmológica de su ciudad natal elementos etnográficos, Ciencias Naturales y bibliográficos.
                             La opinión pública y la mía se encuentra envuelta de cierto atractivo personalizado a capacidades abiertas de tendencias renovadoras del momento. Juzgando el papel de la mujer en el mundillo masculino, tanto económico e intelectual, lo laboral no sólo se concreta en lo de ama de casa, sino se prorroga más allá del aprendizaje cultural desarrollando un entrelazado de poder en lo vetado al círculo femenino.
                             Fue una proeza la presencia de Juana (1834-1918), culta y de vocación literaria, como escritora y poeta. Su novela El Espíritu del río, publicada en 1912, la catalogó como socialista al igual que el crítico compatriota Abelardo Bonilla. En ella ambienta la narración en torno a la Bajada de la Virgen de Las Nieves repleta de tradición y costumbrismo, cuidando los detalles y la duración, aproximadamente, de veintiocho días. Madre de Adoración (1863-1945) y de Caridad Salazar Fernández (1869-1948).
                             La mayor fue premiada en los Juegos Florales de 1934 y llegó con sus progenitores en 1872, cuando tenía nueve años. Uno de los principales colegios de Alajuela, en donde fue su residencia habitual, lleva su nombre. Autora de cuentos, dramatizaciones infantiles, leyendas y novelas cortas.
Caridad Salazar Fernández
                             Se saborea el dulce  néctar de la herencia inagotable al contemplar sin paliativos la semblanza de la menor. Dedicándose al magisterio, vocación adquirida por parte de sus tíos mencionados, cultivó la música, pintura y literatura. Derivado de su profesión como redactora de prensa publicó novelas, cuentos y poesías para cualquier edad con la difusión de su obra titulada Un Robinsón tico. Utilizó los seudónimos Cira, Clariza y María de Sylva. Consciente de las dificultades para abrirse paso en un ente masculinizado, dijo: “Mucho he escrito y defendido causas nobles, debatidas por la prensa; en más de una ocasión triunfaron mis ideas. Pero es inútil escribir; a la mujer en  Costa Rica no se le toma en cuenta. Para tener éxito necesita calarse un sombrero de hombre y firmar con un nombre masculino. Se atiende entonces al sombrero y al nombre”.
                             Sigamos aceptando los designios  o privilegios de tener insignes paisanos, que han colocado en lo más alto del podio nuestro terruño con firmeza y lealtad a los principios patrios. La memoria sea lo esencial para rescatar un patrimonio testimonial. Legados insulares que componen en su total compendio un bagaje cuidado y guardado en el corazón en circunstancias no favorables como uno quisiera. Se adquirirá, no obstante, en sitios desconocidos, al socaire de los recuerdos, la añoranza de respirar el ambiente salitrado de la costa; oír el ruido de los rompientes contra las rocas y contemplar el azul intenso de un mar embravecido, que con sus olas arrastran los cantos en el flujo y reflujo de las mareas.

2 comentarios:

  1. Hola, yo soy tataranieto de don Juan Fernández Ferraz, mi abuelo es don Gonzalo Fernández Echeverría, mi bisabuelo Gonzalo Fernández Morúa, hijo de don Juan.
    Mi nombre es Ivan Moya Fernández.

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  2. Estoy tratando de contactarte. Soy bisnieto de JFF y estoy haciendo un trabajo sobre el personaje.

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