El canario está
unido por un cordón umbilical que le liga con la otra orilla atlántica. Nuestra
trayectoria vital está forjada por multitud de lazos, que hacen que el interés
por esas tierras sea algo innato en nosotros, los isleños. Es necesario
reflexionar y expresar mediante memorándum que recuperen ese pasado de nuestros
anhelos, sinsabores y experiencias que se transforman en fructíferos
conocimientos de décadas.
A la visión del
palpitar diario se añade esa nostalgia por lo que está lejos y se hace
inalcanzable. Pensamientos e ideas sobre la evolución social y política de la
época que se plasman en datos y vivencias, que enriquecen a forma de pinceladas
el ritmo de una población, que viven momentos críticos y con una vacilante
apertura económica, tratando de contrarrestar el abismo abierto en ella y en la
que el clan Fernández Ferraz se encontró sumergido.
En el seno de la
capital de La Palma, amante de lo innovador y vanguardista, frente a las
corrientes culturales es destacable la falta de información y sensibilidad de
las instituciones con sus hijos más ilustres y generosos. Sustraer del olvido a
la referida descendencia podría ser algo fundamental para completar un capítulo
de nuestra historia. Nacidos en Santa Cruz de La Palma, posteriormente,
residieron en Costa Rica y Cuba a finales del XIX, donde acrecentó el árbol
genealógico. Valeriano, Juan y Juana murieron en el referido solar continental
y Víctor, Ciríaca y Carolina lo hicieron en la isla caribeña.
Conservaron sus
raíces palmeras, aunque no volvieron a su patria. Constituían una familia
hacendada y con una economía bastante boyante, poseedora de propiedades
agropecuarias con auge artesanal. Su vivienda de dos plantas, aún, existente se
halla ubicada en la calle que lleva su denominación y con frente a otras dos.
Siempre añoraron
su lugar natal, que el destino los arrancó pero a la vez decía: “Ya que salimos
de nuestra tierra, no hubo otra mejor para habernos trasplantado, Costa Rica,
nuestra muy querida y segunda Patria”. Fueron considerados intelectuales en los
espacios literarios de países latinoamericanos, sobresaliendo las mujeres como
prolíficas escritoras.
Valeriano Fernández Ferraz |
“Espíritu vibrante
que a los ochenta y dos años -cual si hubiese recibido de los dioses el secreto
de una juventud eterna- siente todavía, en todas sus plenitudes, los fecundos
entusiasmos del arte y la idea; cerebro infatigable que hora tras hora aumenta
el tesoro de su sabiduría, como si el tiempo -que todo lo subyuga y lo
quebranta- respetase piadoso sus vigores, ha sido el doctor Ferraz durante
nueve lustros un fanal siempre encendido en las cumbres de esta patria que con
orgullo de madre, al igual que la otra, como hijo predilecto le reclama; y
puede en su vejez gloriosa, contemplando las generaciones que son hoy fuerza y
honor de Costa Rica, ver hechos realidades sus anhelos; encarnadas en la
sociedad sus enseñanzas, incorporada por modo definitivo la obra de su
apostolado al precioso caudal de nuestra historia”.
Pasó su vida estudiando, investigando,
buscando algo que aprender y leyendo. Admirándolo por esto último, aunque
decía: “mi hermana Juana, ha leído mucho más, ella se leyó La Historia de la
Civilización, obra de doscientos tomos que no he podido leer nunca. Es autora
del libro Espíritu del Río y yo no he escrito ninguno”. Hablaba de su hermana
como de un ser superior. De él no hay obra escrita, sino reportajes en
orientación, junto con sus hermanos, a la Enseñanza Nacional.
Atraídos por
Valeriano llegaron a la tierra prometida de América Juan (1849-1904) y Víctor,
en 1871, ambos educadores, dando el primero una relevante contribución a la
disciplina educativa en la centuria decimonónica. Representó al país anfitrión
en conferencias internacionales y fue director de la Imprenta Nacional, Oficina
de Estadística y del Museo Nacional. Realizó investigaciones históricas y
estudios sobre la arqueología del país y de los dialectos de los grupos
indígenas. Nombrado en 1886 Inspector General de Enseñanza escribió algunos
reglamentos para las escuelas. Completando su formación académica se licenció
en Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid (España). Su afán de lector y
de espíritu inquieto le condujo a ser colaborador de artículos políticos en
diversos periódicos y representante de la juventud republicana en Canarias como
miembro de la Junta Central.
Al igual que los
otros, el segundo, incorporado a la reforma de la enseñanza universitaria,
iniciada por el Dr. Ferraz, a los cuatro años después de su llegada marchó a
Cuba, en 1875. Lo hizo, cuando el Colegio San Luis Gonzaga de Cartago pasó a manos
de los jesuitas, en donde impartió clases. Constantemente, siendo corresponsal,
remitía a la Real Sociedad La Cosmológica de su ciudad natal elementos
etnográficos, Ciencias Naturales y bibliográficos.
La opinión pública y la
mía se encuentra envuelta de cierto atractivo personalizado a capacidades
abiertas de tendencias renovadoras del momento. Juzgando el papel de la mujer
en el mundillo masculino, tanto económico e intelectual, lo laboral no sólo se
concreta en lo de ama de casa, sino se prorroga más allá del aprendizaje
cultural desarrollando un entrelazado de poder en lo vetado al círculo
femenino.
Fue una proeza la
presencia de Juana (1834-1918), culta y de vocación literaria, como escritora y
poeta. Su novela El Espíritu del río, publicada
en 1912, la catalogó como socialista al igual que el crítico compatriota
Abelardo Bonilla. En ella ambienta la narración en torno a la Bajada de la
Virgen de Las Nieves repleta de tradición y costumbrismo, cuidando los detalles
y la duración, aproximadamente, de veintiocho días. Madre de Adoración
(1863-1945) y de Caridad Salazar Fernández (1869-1948).
La mayor fue
premiada en los Juegos Florales de 1934 y llegó con sus progenitores en 1872,
cuando tenía nueve años. Uno de los principales colegios de Alajuela, en donde
fue su residencia habitual, lleva su nombre. Autora de cuentos, dramatizaciones
infantiles, leyendas y novelas cortas.
Caridad Salazar Fernández |
Se saborea el
dulce néctar de la herencia inagotable al
contemplar sin paliativos la semblanza de la menor. Dedicándose al magisterio,
vocación adquirida por parte de sus tíos mencionados, cultivó la música,
pintura y literatura. Derivado de su profesión como redactora de prensa publicó
novelas, cuentos y poesías para cualquier edad con la difusión de su obra
titulada Un Robinsón tico. Utilizó
los seudónimos Cira, Clariza y María de Sylva. Consciente de las dificultades para abrirse paso en
un ente masculinizado, dijo: “Mucho he escrito y defendido causas nobles,
debatidas por la prensa; en más de una ocasión triunfaron mis ideas. Pero es
inútil escribir; a la mujer en Costa
Rica no se le toma en cuenta. Para tener éxito necesita calarse un sombrero de
hombre y firmar con un nombre masculino. Se atiende entonces al sombrero y al
nombre”.
Hola, yo soy tataranieto de don Juan Fernández Ferraz, mi abuelo es don Gonzalo Fernández Echeverría, mi bisabuelo Gonzalo Fernández Morúa, hijo de don Juan.
ResponderEliminarMi nombre es Ivan Moya Fernández.
Estoy tratando de contactarte. Soy bisnieto de JFF y estoy haciendo un trabajo sobre el personaje.
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