
Es cierto que las
personas mueren y se van al encuentro de la eternidad irrenunciable. Un mundo
concebible en lo natural y razonable en la mente de una síntesis o deidad
sobrenatural. El hombre abandona su cuerpo deteniendo el tiempo, siendo una
verdad convertida en realidad palpable y no discutida.

Nos dio, además, el placer de oír en directo y desde el balcón del maestro López, Felipe López Rodríguez (1909-1972), en la plaza del Tanquito y en las fiestas septembrinas del barrio, procesión de las veneradas imágenes de San Telmo y Nuestra Señora de La Luz, el estreno de la Loa a la Virgen (1966) con sus notas impulsadas al aire, níveo y silencioso, con el ímpetu inconfundible de sus cuerdas vocales. Prestó su colaboración siempre que se le pidió.
A las puertas de
la primavera voló su alma hacia la inmensa oscuridad de donde nunca más se
vuelve a la mortalidad, aunque la melodía y el timbre de su garganta se ha
albergado en nuestra memoria, como si fuera una obertura.
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