fecha

 

domingo, 5 de mayo de 2013

UN CURA EJEMPLAR


                              Hablar del pasado es hacerlo con referencia a un objetivo definido y lo hago, a ciencia cierta y sin añoranza, con orgullo y con el propósito de darlo a conocer. En la Parroquia, como así se denominaba popularmente El Salvador por ser la única que existía en el núcleo urbano, don Félix León del Sacramento Hernández Rodríguez (1878-1963), simplemente don Félix, el párroco, fue el sacerdote que durante treinta y cinco años rigió sus destinos y ejerció notable influencia en una gran parte de la sociedad y de la juventud de Santa Cruz de La Palma.
                             Desde muy temprana edad, yo merodeaba en torno a la vida comunitaria, ayudando a los cometidos de monaguillo, al igual que los otros muchachos. Conviví alrededor del mundillo religioso y puedo afirmar con rotundidad que, el viejo cura, era un santo hombre entregado en corazón y alma, buen cristiano, verdadero samaritano, consecuente al contexto evangélico dirigido a sus parroquianos.
                             No quepa la menor duda, me dejó la marca indeleble de la ejemplaridad y la total dedicación con sencilla humildad a los labores del confesionario, donde se afianzó su apostolado y pasaba interminables horas y días desde los primeros albores hasta el atardecer. Motivado por su pertinente sordera muchos pícaros se acercaban a él con el fin de pasar desapercibidos, si no totalmente, parcialmente al confesar sus faltas pecaminosas.
                            Ese mismo espíritu alentador de todo lo que facilitara el acercamiento a Jesucristo y a la Eucaristía lo llevó a contribuir con decisiones impensables y a extender la fe entre los jóvenes y demás fieles. Realizar la apertura de la Iglesia al mundo como renovación doctrinal del nuevo creyente firme y convencido de unos ideales comprometidos a creencias y formación religiosa.
Sala Capitular. El Salvador
                             Su fallecimiento, 13 de agosto, fue muy sentido por bueno, querido y respetado. El sepelio se tradujo en una multitudinaria manifestación de duelo como no se recordaba en la capital insular. Mi pena fue no haber asistido a ese momento de dolor por estar ausente. Personificaba la suprema simplicidad que enarboló como bandera y la caridad como lección. Nada tenía, pues todo lo daba gratuitamente como un don recibido de Dios y compromiso a los hermanos pobres. Si las virtudes tuviesen color, solo habría uno en ese presbítero dulce y atento con los ojos azules, siempre mirando al frente con firmeza y acogida desde su interior, irradiando amor como norma  y comprensión como enseña, e injertando la savia de la conversión.
El Salvador. Detalle
                             La Palma ha marcado siempre una referencia en la aportación de vocaciones sacerdotales y la del referido Hernández Rodríguez fue una muestra de ello. Nunca faltó limosna y comida a los necesitados, según fuentes cercanas a su domicilio. Fue principal promotor de muchas instituciones, que han perdurado.
                             “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos” (Mc 9, 35). Finalizo aplicando lo anterior en la vivencia del preclaro sacerdote, que dejó una huella imborrable en muchas generaciones de palmeros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario