Recrearnos en la historia es diversificar la vida cultural de
cualquier pueblo de la faz de la tierra. Al identificar los hechos para
conmemorar su pasado, poco o nada, se puede decir acerca de las primitivas
milicias de La Palma. A los vecinos se les obligaba a tomar sus armas para
defender su pequeña patria en caso de guerra y a las personas al frente de esos
pelotones de paisanos, compañías, se denominaban oficialmente capitanes.
Hasta aquí comentamos, genéricamente, el cometido de unos cargos impuestos por la necesidad del momento, siempre cuando hubiera ataques de piratas, muy frecuentes por nuestras costas insulares. En cada pueblo había ordenanzas con misiones concretas a ejecutar de inmediato en la ayuda requerida con el armamento y bandera, respectivos. Los más pudientes compraban sus arcabuces, picas, dardos u otros instrumentos y a los pobres se los daban las autoridades locales. “Como por esta época eran harto frecuentes las invasiones de los piratas extranjeros, forzosamente había que sostener atalayas y retenes y, como esto ocasionaba gastos de alguna consideración, dispuso el Cabildo que, así en esta ciudad, como en todos los demás pueblos de la isla, se hiciese una especie de padrón comprensivo de todas aquellas personas que solían acudir con las compañías y banderas cuando eran llamados y de todos los demás vecinos, ya fuesen hombres o mujeres, que tuviesen bienes de cualquier clase y pudieran contribuir para el sostenimiento de los veladores que se habían tomado para hacer la vela y guarda de esta ciudad” (*) (p. 124).
Milicia del pago de Bajamar |
Estaban reducidas desde la conquista y desde que llegó don
Luis de la Cueva y Benavides, en 1589, señor de la villa de Bedmar, caballero
de la Orden de Santiago, gentilhombre de boca de Su Majestad, gobernador,
presidente de la Real Audiencia y capitán general, quien nombró jefe de guerra
a Juan Niño. El recibimiento no fue grato por parte de la población, alarmada
de que traía consigo seiscientos soldados de presidio y podría acarrear graves
problemas de moralidad y de otra índole a los ciudadanos. Entonces,
inmediatamente se envió el consiguiente ruego “a Su Majestad […], para que no
se mandase a esta isla soldado alguno […], y que los mismos naturales estaban
conformes y se comprometían a hacer la guardia y a tomar las armas para
defender la isla, como siempre lo habían hecho” (*) (p. 124). Las tropas, sin pérdida alguna, regresaron con sus
mandatarios al lugar de origen y la tranquilidad volvió a reinar.
Desde el momento inicial de la presencia del nuevo designado,
sargento, a dirigir los designios de la villa, cambió el antiguo sistema
miliciano y a la par recibían la instrucción militar pertinente y necesaria,
formándose progresivamente nuevas formaciones o grupos compactos confiados a
alguien, no ya de experiencia y valor como en un principio se hizo, sino a los
que, además, tuvieran dichas cualidades aludidas y nobleza.
No se tardó en tener problemas con las elecciones de cargos y
las acusaciones subieron de tono, hasta que fueron elevadas numerosas y
aireadas protestas a las altas esferas de la sociedad del proletariado reinante,
siendo proscritas las clases menos pudientes. “En 30 de julio del año de 1583,
Su Majestad Felipe II expidió una Real cédula […], en la que le reconvenía, a
virtud de queja del Cabildo, porque las elecciones que se habían hecho de
capitanes, alféreces y de otros oficiales de aquellas milicias, después de la
muerte del capitán general Pedro Cerón, no se había tenido en consideración la
conveniencia de poner en semejantes destinos a personas de limpieza de sangre,
valor y experiencia de las cosas concernientes a la guerra, sino que se habían
dado a hombres mozos de poca suficiencia y sin ser de las partes y nobleza que
debían , por cuya razón y causa los capitanes antiguos estaban muy resentidos” (*) (pp. 126 y 127).
"Por algún tiempo el grado superior fue el de maestre de campo, que consistía en mandar cierto número de tropas y a lo que parece equivalía al de capitán, como hoy se dice, y al capitán general como se le titulaba en el siglo XVI y principio del XVII” (*) (p. 127). Los títulos los daban a través de la máxima autoridad provincial, pero surgieron inconvenientes en dichas nominaciones que “hasta que por Real cédula de Carlos II, de 10 de agosto de 1672, se les prohibió hacerlo por no ser de su competencia. […] que recogiesen los títulos de maestre de campo que sus anteriores habían dado en Tenerife y La Palma y, que se enviasen originales al secretario de la Guerra, porque aquellos no tenían facultad para darlo" (*) (p. 128).
Milicia peruana |
"Por algún tiempo el grado superior fue el de maestre de campo, que consistía en mandar cierto número de tropas y a lo que parece equivalía al de capitán, como hoy se dice, y al capitán general como se le titulaba en el siglo XVI y principio del XVII” (*) (p. 127). Los títulos los daban a través de la máxima autoridad provincial, pero surgieron inconvenientes en dichas nominaciones que “hasta que por Real cédula de Carlos II, de 10 de agosto de 1672, se les prohibió hacerlo por no ser de su competencia. […] que recogiesen los títulos de maestre de campo que sus anteriores habían dado en Tenerife y La Palma y, que se enviasen originales al secretario de la Guerra, porque aquellos no tenían facultad para darlo" (*) (p. 128).
En otro capítulo tratamos de las reformas sufridas antes de
1771, sin dejar de mencionar que se componía de una compañía y de un regimiento
de infantería compuesto por tres mil doscientos hombres, quedando, posteriormente,
en regimiento de mil ciento cincuenta y dos plazas, sin contar los oficiales,
sargentos y tambores, que se desglosaban en unas compañías de ciento treinta
artilleros en Santa Cruz de La Palma y la mitad en Tazacorte con un sargento,
cabo y diecisiete artilleros. Muy poco más podemos decir de un lamentable
suceso ocurrido, según consta en papeles fehacientes: “el capitán general de la
provincia don Valeriano Weyler dispuso sin saberse la causa, aunque se presume,
que todos los documentos de este archivo insular, así los del tiempo de su
mando como los anteriores, fuesen quemados […], y el encargado de su ejecución
fue el comandante del Batallón territorial don Gerónimo Acevedo de la Cruz, que
a la sazón se hallaba en Tenerife” (*) (p. 130).
Anteriormente dijimos, que se hizo un padrón en 1568 para que los vecinos contribuyesen a
sufragar los gastos originados por el sostenimiento de los veladores para
guarnecer la capital y atalayas en el territorio insular. El sistema de estas
últimas, que duraron hasta principio del XX y se ponían por último en tiempo de
guerra, colocándose algunos hombres en las montañas más altas de cada pueblo de
manera que se viera de una a otra y, así, transmitir la recalada sospechosa de
algún barco. Por estrategia natural existían una en el risco de La Concepción
(Breña Alta) y otra en la montaña de
Tenagua (Puntallana). Las señales de buques a la vista se hacían colocando un
palo muy elevado con un manojo de hierba en la parte superior del mismo, o en
otro punto convencional, si era de día y, de noche, encendían hogueras de forma
que pudiesen ser vistas por los vigilantes de los pueblos inmediatos. Fue un
servicio diario, que hacían los oriundos desde la edad de catorce, a excepción
de los militares y aquellos imposibilitados por falta de vista. Se colocaban
dos en Puntallana y en San Andrés y Sauces y una en Barlovento, Garafía,
Puntagorda, Tijarafe, Los Llanos, Fuencaliente, Mazo y las Breñas, ocupándose
durante el año cuatro mil trescientos ochenta personas útiles para tal
menester. En casos especiales por causas ajenas, como escaso número de
habitantes o incremento de impedimentos físicos, tenían en muchas ocasiones que
ocuparse de tres o cuatro al mismo tiempo en perjuicio de la agricultura.
“Además de este servicio, pagaban también los vecinos la vela, o guardia, de dieciséis soldados, que se hacía en el Castillo de San Miguel del Puerto y en el de Santa Cruz del Barrio del Cabo, ganando quince pesos cada uno; para cuya carga contribuían a saber: esta ciudad y sus pagos, con sus quince pesos; Puntallana con dieciséis; San Andrés y Sauces con treinta y dos; Barlovento con veintiséis; Garafía con cuarenta; Puntagorda con catorce; Tijarafe con treinta y seis; Los Llanos con cuarenta y tres; Mazo con treinta; Breña Baja con quince y Breña Alta con dieciséis, que suman todo un total de doscientos ochenta y tres pesos. Esta cantidad no alcanzaba ni con mucho a cubrir la aludida carga, porque de ella se deducía el diez por ciento que percibía el cobrador, y un cinco que también tomaban los alcaldes por administración, con otras varias gavelas; de modo que los Propios del Cabildo tenían que suplir el déficit. Cada un vecino casado de esta ciudad pagaba para dicho objeto uno y medio reales; y solo estaban exceptuados de esta contribución las viudas, los solteros, los fueristas y los hermanos de la cofradía de la Vera Cruz.
“Además de este servicio, pagaban también los vecinos la vela, o guardia, de dieciséis soldados, que se hacía en el Castillo de San Miguel del Puerto y en el de Santa Cruz del Barrio del Cabo, ganando quince pesos cada uno; para cuya carga contribuían a saber: esta ciudad y sus pagos, con sus quince pesos; Puntallana con dieciséis; San Andrés y Sauces con treinta y dos; Barlovento con veintiséis; Garafía con cuarenta; Puntagorda con catorce; Tijarafe con treinta y seis; Los Llanos con cuarenta y tres; Mazo con treinta; Breña Baja con quince y Breña Alta con dieciséis, que suman todo un total de doscientos ochenta y tres pesos. Esta cantidad no alcanzaba ni con mucho a cubrir la aludida carga, porque de ella se deducía el diez por ciento que percibía el cobrador, y un cinco que también tomaban los alcaldes por administración, con otras varias gavelas; de modo que los Propios del Cabildo tenían que suplir el déficit. Cada un vecino casado de esta ciudad pagaba para dicho objeto uno y medio reales; y solo estaban exceptuados de esta contribución las viudas, los solteros, los fueristas y los hermanos de la cofradía de la Vera Cruz.
Convento franciscano |
Capilla San Francisco Solano |
Haciendo inventario en el periodo comprendido entre 1742 y
1747 había 136.092 habitantes, contingente humano, que se redujo a 136.000 como
población de las siete islas, confrontándose en ellas un número de dieciocho
Regimientos con un total de 29.000 hombres. “Canaria 4.400; Tenerife 15.200; La
Palma 3.200; La Gomera 1.600; Lanzarote 1.900; Fuerteventura 2.000 y en El
Hierro 700” (***) (p.
193). Siempre ha bastado
para la defensa de cada una, porque en el caso de invasión los naturales
tomaban las armas y, presumiblemente, se defendían mutuamente.
La insuficiencia de armas y de pólvora fina para abastecer los fusiles era un problema añadido a los muchos existentes en las tropas respectivas: “pues aún en tiempo de paz, es poquísima, de mala calidad y cara la que allí se encuentra, y consiguientemente todos los soldados están sin ella por no haber de donde proveerse aún a sus propias expensas. Por igual razón acontece lo mismo con las demás municiones que les corresponden; siendo por ello muy urgente la precisión de remitir a cada una de dichas islas respectivamente así fusiles y bayonetas, como pólvora, balas y piedras para ellos” (***) (p. 194). Se libraron varios litigios para el sostenimiento y nombramientos de capitanes a causa de las enfermedades, edad avanzada y ausencias prolongadas.
Castillo de Santa Catalina |
Las diecisiete compañías de que se componían eran: “en Santa Cruz de La Palma, una de caballería y tres de infantería, denominadas de Forasteros, del Medio y de la Somada; y una de cada pueblo con los nombres de Breña Alta, Breña Baja, Mazo, Fuencaliente, Tajuya, Llanos, Tazacorte, Tijarafe, Garafía, Barlovento, San Andrés, Puntagorda y Puntallana” (****) (p. 116). La propuesta para cubrir las vacantes surgidas por alguna causa imperiosa e intransferible se realizaban por medio de ternas y cuando no había número suficiente de sujetos para llenar los tres puestos primeros de las listas los colocaban alternos, “el individuo que ocupaba el número uno de una de ellas llenaba el número segundo de otra, y así sucesivamente” (****) (p. 117).
Castillo de Santa Cruz del Barrio |
La pasión de realizar algo por la ciudad es resaltar su vida
cultural, que es la salida para una serie de actividades y exposiciones. El
proyecto no consiste en la simple recreación de un hecho glorioso, como la
expulsión de las costas del corsario Windham, sino que ha supuesto una
oportunidad para conocer lo acaecido y obtener una mayor información militar de
Canarias.
BIBLIOGRAFÍA:
(*) NOTICIAS PARA LA HISTORIA DE LA
PALMA. Juan Bautista Lorenzo Rodríguez. Tomo I. Tercera edición, 2010. Cabildo
Insular de La Palma y Gobierno de Canarias-pp. 31, 124, 126, 127, 128, 130 y
155/(**) Tomo II. Edición de 2000. Cabildo
Insular de La Palma-pp. 223 y 224/(***) Tomo
III, pp. 193 y 194/(****)
Tomo IV. Edición de 2011,
pp. 116 y 117.
DIARIO DE AVISOS (da)-La
Palma. Sábado, 9 de julio de 2011-pp. 11 y 12.
No hay comentarios:
Publicar un comentario