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domingo, 15 de septiembre de 2013

MISCELÁNEAS DEL NACIMIENTO MILICIANO PALMERO


                              Recrearnos en la historia es diversificar la vida cultural de cualquier pueblo de la faz de la tierra. Al identificar los hechos para conmemorar su pasado, poco o nada, se puede decir acerca de las primitivas milicias de La Palma. A los vecinos se les obligaba a tomar sus armas para defender su pequeña patria en caso de guerra y a las personas al frente de esos pelotones de paisanos, compañías, se denominaban oficialmente capitanes.
                              Hasta aquí comentamos, genéricamente, el cometido de unos cargos impuestos por la necesidad del momento, siempre cuando hubiera ataques de piratas, muy frecuentes por nuestras costas insulares. En cada pueblo había ordenanzas con misiones concretas a ejecutar de inmediato en la ayuda requerida con el armamento y bandera, respectivos. Los más pudientes compraban sus arcabuces, picas, dardos u otros instrumentos y a los pobres se los daban las autoridades locales. “Como por esta época eran harto frecuentes las invasiones de los piratas extranjeros, forzosamente había que sostener atalayas y retenes y, como esto ocasionaba gastos de alguna consideración, dispuso el Cabildo que, así en esta ciudad, como en todos los demás pueblos de la isla, se hiciese una especie de padrón comprensivo de todas aquellas personas que solían acudir con las compañías y banderas cuando eran llamados y de todos los demás vecinos, ya fuesen hombres o mujeres, que tuviesen bienes de cualquier clase y pudieran contribuir para el sostenimiento de los veladores que se habían tomado para hacer la vela y guarda de esta ciudad” (*) (p. 124).
Milicia del pago de Bajamar
                               Estaban reducidas desde la conquista y desde que llegó don Luis de la Cueva y Benavides, en 1589, señor de la villa de Bedmar, caballero de la Orden de Santiago, gentilhombre de boca de Su Majestad, gobernador, presidente de la Real Audiencia y capitán general, quien nombró jefe de guerra a Juan Niño. El recibimiento no fue grato por parte de la población, alarmada de que traía consigo seiscientos soldados de presidio y podría acarrear graves problemas de moralidad y de otra índole a los ciudadanos. Entonces, inmediatamente se envió el consiguiente ruego “a Su Majestad […], para que no se mandase a esta isla soldado alguno […], y que los mismos naturales estaban conformes y se comprometían a hacer la guardia y a tomar las armas para defender la isla, como siempre lo habían hecho” (*) (p. 124). Las tropas, sin pérdida alguna, regresaron con sus mandatarios al lugar de origen y la tranquilidad volvió a reinar.
                     Desde el momento inicial de la presencia del nuevo designado, sargento, a dirigir los designios de la villa, cambió el antiguo sistema miliciano y a la par recibían la instrucción militar pertinente y necesaria, formándose progresivamente nuevas formaciones o grupos compactos confiados a alguien, no ya de experiencia y valor como en un principio se hizo, sino a los que, además, tuvieran dichas cualidades aludidas y nobleza.
Milicia peruana
                              No se tardó en tener problemas con las elecciones de cargos y las acusaciones subieron de tono, hasta que fueron elevadas numerosas y aireadas protestas a las altas esferas de la sociedad del proletariado reinante, siendo proscritas las clases menos pudientes. “En 30 de julio del año de 1583, Su Majestad Felipe II expidió una Real cédula […], en la que le reconvenía, a virtud de queja del Cabildo, porque las elecciones que se habían hecho de capitanes, alféreces y de otros oficiales de aquellas milicias, después de la muerte del capitán general Pedro Cerón, no se había tenido en consideración la conveniencia de poner en semejantes destinos a personas de limpieza de sangre, valor y experiencia de las cosas concernientes a la guerra, sino que se habían dado a hombres mozos de poca suficiencia y sin ser de las partes y nobleza que debían , por cuya razón y causa los capitanes antiguos estaban muy resentidos” (*) (pp. 126 y 127).
                              "Por algún tiempo el grado superior fue el de maestre de campo, que consistía en mandar cierto número de tropas y a lo que parece equivalía al de capitán, como hoy se dice, y al capitán general como se le titulaba en el siglo XVI y principio del XVII” (*) (p. 127). Los títulos los daban a través de la máxima autoridad provincial, pero surgieron inconvenientes en dichas nominaciones que “hasta que por Real cédula de Carlos II, de 10 de agosto de 1672, se les prohibió hacerlo por no ser de su competencia. […] que recogiesen los títulos de maestre de campo que sus anteriores habían dado en Tenerife y La Palma y, que se enviasen originales al secretario de la Guerra, porque aquellos no tenían facultad para darlo" (*) (p. 128).
                              En otro capítulo tratamos de las reformas sufridas antes de 1771, sin dejar de mencionar que se componía de una compañía y de un regimiento de infantería compuesto por tres mil doscientos hombres, quedando, posteriormente, en regimiento de mil ciento cincuenta y dos plazas, sin contar los oficiales, sargentos y tambores, que se desglosaban en unas compañías de ciento treinta artilleros en Santa Cruz de La Palma y la mitad en Tazacorte con un sargento, cabo y diecisiete artilleros. Muy poco más podemos decir de un lamentable suceso ocurrido, según consta en papeles fehacientes: “el capitán general de la provincia don Valeriano Weyler dispuso sin saberse la causa, aunque se presume, que todos los documentos de este archivo insular, así los del tiempo de su mando como los anteriores, fuesen quemados […], y el encargado de su ejecución fue el comandante del Batallón territorial don Gerónimo Acevedo de la Cruz, que a la sazón se hallaba en Tenerife” (*) (p. 130).
          Anteriormente dijimos, que se hizo un padrón en  1568 para que los vecinos contribuyesen a sufragar los gastos originados por el sostenimiento de los veladores para guarnecer la capital y atalayas en el territorio insular. El sistema de estas últimas, que duraron hasta principio del XX y se ponían por último en tiempo de guerra, colocándose algunos hombres en las montañas más altas de cada pueblo de manera que se viera de una a otra y, así, transmitir la recalada sospechosa de algún barco. Por estrategia natural existían una en el risco de La Concepción (Breña Alta)  y otra en la montaña de Tenagua (Puntallana). Las señales de buques a la vista se hacían colocando un palo muy elevado con un manojo de hierba en la parte superior del mismo, o en otro punto convencional, si era de día y, de noche, encendían hogueras de forma que pudiesen ser vistas por los vigilantes de los pueblos inmediatos. Fue un servicio diario, que hacían los oriundos desde la edad de catorce, a excepción de los militares y aquellos imposibilitados por falta de vista. Se colocaban dos en Puntallana y en San Andrés y Sauces y una en Barlovento, Garafía, Puntagorda, Tijarafe, Los Llanos, Fuencaliente, Mazo y las Breñas, ocupándose durante el año cuatro mil trescientos ochenta personas útiles para tal menester. En casos especiales por causas ajenas, como escaso número de habitantes o incremento de impedimentos físicos, tenían en muchas ocasiones que ocuparse de tres o cuatro al mismo tiempo en perjuicio de la agricultura.
                              “Además de este servicio, pagaban también los vecinos la vela, o guardia, de dieciséis soldados, que se hacía en el  Castillo de San Miguel del Puerto y en el de Santa Cruz del Barrio del Cabo, ganando quince pesos cada uno; para cuya carga contribuían a saber: esta ciudad y sus pagos, con sus quince pesos; Puntallana con dieciséis; San Andrés y Sauces con treinta y dos; Barlovento con veintiséis; Garafía con cuarenta; Puntagorda con catorce; Tijarafe con treinta y seis; Los Llanos con cuarenta y tres; Mazo con treinta; Breña Baja con quince y Breña Alta con dieciséis, que suman todo un total de doscientos ochenta y tres pesos. Esta cantidad no alcanzaba ni con mucho a cubrir la aludida carga, porque de ella se deducía el diez por ciento que percibía el cobrador, y un cinco que también tomaban los alcaldes por administración, con otras varias gavelas; de modo que los Propios del Cabildo tenían que suplir el déficit. Cada un vecino casado de esta ciudad pagaba para dicho objeto uno y medio reales; y solo estaban exceptuados de esta contribución las viudas, los solteros, los fueristas y los hermanos de la cofradía de la Vera Cruz.
Convento franciscano
                          No es menos el mérito con que estos naturales se han ejercitado en el Real Servicio, pues no contentos con el que hacían en las diecisiete compañías que antiguamente había  en esta isla, continuaban prestando también en Flandes, Portugal, Cataluña e Italia, para cuyas guerras levantaron a su costa en distintas fechas diecinueve compañías y se presentaron, en el siglo pasado, en aquellas lejanas tierras sin ningún gravamen para la Real Hacienda, y si con bastante dispendio y atraso de sus cortos caudales, todo lo cual resulta comprobado con actas de este Cabildo y documentos de la Veeduria” (xx) (pp. 223 y 224). Cabe reseñar que en 1771 se iniciaron reformas militares en sus fueros internos.
        A continuación hacemos mención de la fundación en 1508, 22 de noviembre, del convento real y grande de la Inmaculada Concepción, llamado así por disposición de la reina doña Juana, perteneciente a los padres seráficos, cuarto de esta orden religiosa en Canarias, por hallarse los frailes albergados en unas cuevas y chozas. La edificación se alzó en un solar propiedad de Magdalena Infante y que, luego, se amplió por donaciones de Martín Camacho y Juan de Valle. Había doce soldados asignados a custodiar la cárcel local y fortalezas, denominados Los 12 de Su Majestad, que residían en el Castillo Real de Santa Catalina y que construyeron una capilla, conocida por San Francisco Solano, en un claustro del mencionado recinto (Claustro de los Naranjos) para ser sepultados. “No solamente fueron enterrados en dicha capilla los soldados fundadores, sino los que les sucedieron. En 1903, al hacerse  las reformas del cuartel de San Francisco, desapareció esta capilla” (*) (p. 31). Curioso es lo referente a la muerte del primero de ellos: “El día 26 de dicho mes de noviembre de 1700, a las ocho de la noche, mató Domingo el carnicero con un cuchillo a Lucas Marques, herrero, soldado del castillo principal de esta ciudad; y como iba borracho lo cogió la Justicia y prendió y se está fulminando la causa. Lo mató en aquel llano donde es hoy la ermita de Santa Catalina, al principio de aquel callejón que va al castillo, y murió al otro día. Fue el primero que se enterró en la capilla que hicieron los soldados en San Francisco junto al Monte Alverno” (*) (p. 155).
Capilla San Francisco Solano
                              Cuando se formó un regimiento quedaron exceptuados de formar parte de él los pueblos del interior por su lejanía y dificultades de comunicación. Los pueblos de   Puntagorda, Garafía y parte de Barlovento, hasta que la Junta Gubernativa, en sesión de 14 de enero de 1809, “acordó pedir a los alcaldes y párrocos de estos mismos pueblos una lista de aquellos jóvenes que por su robustez y demás condiciones pudieran ser soldados” (*) (p. 281), que desde entonces comenzaron a servir.
                 Haciendo inventario en el periodo comprendido entre 1742 y 1747 había 136.092 habitantes, contingente humano, que se redujo a 136.000 como población de las siete islas, confrontándose en ellas un número de dieciocho Regimientos con un total de 29.000 hombres. “Canaria 4.400; Tenerife 15.200; La Palma 3.200; La Gomera 1.600; Lanzarote 1.900; Fuerteventura 2.000 y en El Hierro 700” (***) (p. 193). Siempre ha bastado para la defensa de cada una, porque en el caso de invasión los naturales tomaban las armas y, presumiblemente, se defendían mutuamente.
Castillo de Santa Catalina
              La insuficiencia de armas y de pólvora fina para abastecer los fusiles era un problema añadido a los muchos existentes en las tropas respectivas: “pues aún en tiempo de paz, es poquísima, de mala calidad y cara la que allí se encuentra, y consiguientemente todos los soldados están sin ella por no haber de donde proveerse aún a sus propias expensas. Por igual razón acontece lo mismo con las demás municiones que les corresponden; siendo por ello muy urgente la precisión de remitir a cada una de dichas islas respectivamente así fusiles y bayonetas, como pólvora, balas y piedras para ellos” (***) (p. 194). Se libraron varios litigios para el sostenimiento y nombramientos de capitanes a causa de las enfermedades, edad avanzada y ausencias prolongadas.
                              Las diecisiete compañías de que se componían eran: “en Santa Cruz de La Palma, una de caballería y tres de infantería, denominadas de Forasteros, del Medio y de la Somada; y una de cada pueblo con los nombres de Breña Alta, Breña Baja, Mazo, Fuencaliente, Tajuya, Llanos, Tazacorte, Tijarafe, Garafía, Barlovento, San Andrés, Puntagorda y Puntallana” (****) (p. 116). La propuesta para cubrir las vacantes surgidas por alguna causa imperiosa e intransferible se realizaban por medio de ternas y cuando no había número suficiente de sujetos para llenar los tres puestos primeros de las listas los colocaban alternos, “el individuo que ocupaba el número uno de una de ellas llenaba el número segundo de otra, y así sucesivamente” (****) (p. 117).
Castillo de Santa Cruz del Barrio
                              Se echaba de menos que los isleños con su constante mirada al pasado no se haya sumado a la corriente existente en Europa y América, donde se recrean acontecimientos antiquísimos, generalmente, de carácter bélico. Se ha formado un grupo de amigos, constituyendo la Asociación de Recreación Histórica de la Guarnición del siglo XVIII de Santa Cruz de La Palma, que con gran esfuerzo e interés personal y económico cubren esa laguna. La iniciativa surgió en la Bajada de la Virgen de Nuestra Señora de Las Nieves de 2010 con el desfile de las Milicias del pago de Bajamar, siendo una manera novedosa en el entorno del Festival dieciochesco (Minué).
                              La pasión de realizar algo por la ciudad es resaltar su vida cultural, que es la salida para una serie de actividades y exposiciones. El proyecto no consiste en la simple recreación de un hecho glorioso, como la expulsión de las costas del corsario Windham, sino que ha supuesto una oportunidad para conocer lo acaecido y obtener una mayor información militar de Canarias.
BIBLIOGRAFÍA:
     (*) NOTICIAS PARA LA HISTORIA DE LA PALMA. Juan Bautista Lorenzo Rodríguez. Tomo I. Tercera edición, 2010. Cabildo Insular de La Palma y Gobierno de Canarias-pp. 31, 124, 126, 127, 128, 130 y 155/(**) Tomo II. Edición de 2000. Cabildo Insular de La Palma-pp. 223 y 224/(***) Tomo III, pp. 193 y 194/(****) Tomo IV. Edición de 2011, pp. 116 y 117.
     DIARIO DE AVISOS (da)-La Palma. Sábado, 9 de julio de 2011-pp. 11 y 12.            

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