Siento la satisfacción de ver hecha una realidad, que desde
hace mucho tiempo La Palma demandaba su apertura. Fue un reencuentro con el
pasado como salida y consolidación del momento actual, aflorando los sentimientos
de quienes recordaron su profesión, vocacional y sacrificada, por el bien común
en pro de generaciones destinadas a ocupar un puesto esencial y determinado en
la sociedad. Unos a enseñar en los elementales cuadernos y textos y otros a
aprender en su infancia.
Los centros de enseñanza actuales se hallan ausentes de los
cambios habidos en aquellas viejas escuelas, que se presentan con las mismas
vestiduras de entonces, no por ser de épocas atrás, sino por la capacidad
transmitida a hombres y mujeres, que supieron labrar un porvenir con bases
sólidas de convivencia y personalidad envidiable.
El Museo de la Educación Germán González abre las puertas y
destapa el baúl de los recuerdos cargado de sorpresas y anécdotas, que los años
no han podido borrar. Despierta la curiosidad por lo entrañable e increíble,
pensando en los numerosos sueños sucedidos hasta este recién estrenado milenio.
Como un pequeño relato surge la vida de un muchacho de
pantalones cortos, que se sentaba en esos pupitres, con la ilusión de aprender
las primeras letras y saber sumar, restar, multiplicar y dividir en las
cartillas escolares. A leer lo hacía en RAYAS y para los conocimientos
generales se utilizaban las enciclopedias de primero, segundo y tercer grado.
Más tarde estudió Magisterio y ejerció como maestro en diversos pueblos y
ciudades de las islas hasta que se jubiló. Los viejos cánones por su arraigo
entre las familias de los alumnos se configuraban en pilares de austeridad y
autoridad, plena en la imagen del docente, didácticas y pedagógicas aplicadas
con criterios convincentes y acreditados por entonces con firme resolución de
investigaciones con raciocinio y otros medios disponibles. Hoy, no quepa la
menor duda, es un mero espectador ante tan grande recreación del ayer no tan
lejano.
Con el contingente museístico se pretende acreditar el
reconocimiento a la arraigada tradición transformada en patrimonio. Imborrables
momentos de la vida en torno a esas mesas o bancos con la pasión convertida en
nostalgia, que nos llena la retina del cariño y apoyo de quienes nos dieron,
dan y darán proporcionando tantos beneficios. No son elogios, sino el galardón
otorgado a la constancia y al trabajo responsable.
“El trabajo dignifica, pero la pasión por las cosas es lo que
nos mantiene vivos”, concluyó Jorge González Arrocha, hijo de Germán, su
intervención en el acto de la inauguración, viernes, 27 de noviembre. Intenso bregar
altruista de un grupo de profesores reunidos en la Asociación Rayas. Con el
descubrimiento de una placa se convierte en pionero en España.
No hay comentarios:
Publicar un comentario