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domingo, 28 de agosto de 2016

LOS ALJIBES

                              Fueron unas construcciones necesarias hasta bien entrada la segunda mitad de la centuria anterior. Imprescindibles para el sustento de un hogar, en donde se recogía el agua de lluvia, siendo hoy parte esencial de valor etnográfico y paisajístico. Muchas de ellas eran depósitos privados, propiedad de las clases más privilegiadas del entorno de una ciudad o pueblo rural, aunque algunas servían para el abastecimiento público por pertenecer a las corporaciones municipales o de la iglesia.
                              El principal inconveniente, para cualquier núcleo poblacional alejado de fuentes u otros medios naturales de obtención, desde siempre, de dicho elemento ha sido un problema de primordial importancia debido a situaciones geográficas, que implica no contar con las precipitaciones necesarias provocadas por los vientos alisios, altitud, clima severo, altas temperaturas o de periodos de sequías.
                              Los primeros pobladores canarios sobrevivieron a los imperativos naturales de las islas por el ingenio creado al sometimiento y necesidad del suelo, para uso y disfrute de embalsamientos controlados y distribuidos equitativamente de los miembros y formaciones jerárquicas. El sedentarismo de los grupos humanos en las diferentes zonas isleña viene dado por la presencia en las proximidades de los asentamientos de nacientes, fuentes, leres…, estos últimos se refieren a los charcos impermeables en los cauces de los barrancos.
                              A veces pienso que es una metáfora por su realidad en el pasado e irrisorio en el devenir del tiempo, rico y de sentido único, siendo un patrimonio de la humanidad o, por lo menos, un Bien de Interés Cultural (BIC), sin dejar de ser declarado Reserva de la Biosfera. Resumiendo lo descrito son vestigios de un ocaso merecedor de elogios, nunca olvidados, para señalar un paréntesis educativo de generaciones deseosas de enriquecer su bagaje cognitivo.
                              Su uso no fue, exclusivamente, agrícola y ganadero sino doméstico para el aseo personal, cocina y saciar la implacable sed. En la calle Fernández Ferraz nos hallamos con una curiosa y, al mismo tiempo, ingeniosa obra de ingeniería, depósitos subterráneos o sucesión de albercas, bajo el nivel del suelo a base de piedra y presentan un revestimiento de cal y arena, apareciendo cubierta por una bóveda de medio cañón en ladrillos de barro, destinados al aprovechamiento de la lluvia, constituyen una forma más de distribución y almacenamiento. Sirviéndose del desnivel de la vía el rebose de las tanquillas superiores facilitaban el surtido de las siguientes. De este modo los palmeros convirtieron un obstáculo orográfico en un recurso para el desarrollo, al hacer fructificar la fuerza de la gravedad de manera sencilla y funcional. Iban destinados tanto al consumo privado como mancomunado y estuvieron activos hasta los años cincuenta, aproximadamente, según consta en el Archivo Municipal por los pagos efectuados del impuesto local.
                              Para finalizar, otros medios fueron los chorros, tanques y sistemas de avanzada estructura, sin olvidar que la extracción de las entrañas de la tierra se hacía por medio de profundos  pozos y kilométricas galerías hasta encontrar el objetivo propuesto en las denominadas bolsas. En El Roque (Santa Cruz de La Palma), cerca de la urbanización Benahoare, se encuentra una perforación vertical con fines industriales de explotación.

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