Cuando quedan lejanos aquellos días en los que las calles de
nuestra ciudad se hallaban repletas de fieles expectantes por ver unas
procesiones de Semana Santa envueltas en fervor y olorosas nubes de incienso,
el sonido solemne de los motetes y chirimías se colaban por cualquier esquina y
nuestras imágenes recorrían todos y cada uno de los principales templos del
casco urbano, es necesario hacer una reflexión.
No es de extrañar que actualmente la creciente secularización
de la sociedad haya motivado una pérdida de importancia social a la iglesia
católica, principalmente en la emergente juventud. Es por ello que las
hermandades y cofradías presentan un papel fundamental en la estructuración del
pensamiento cristiano de nuestros tiempos, y por consiguiente de la relación
entre una y otra.
En aquellos lugares donde estas formaciones religiosas tienen
una mayor presencia, un porcentaje más elevado de individuos se profesan
practicantes de la fe, aunque sólo sea una vez al año. Las cofradías son un
amplio puente entre lo manifestante y el pueblo, puesto que están lo
suficientemente cercanas al carácter popular, a la vez que forman parte
indisoluble del organigrama eclesiástico.
Desde hace algún tiempo dichas formaciones han aportado un
mayor ornato y fastuosidad a los desfiles procesionales, consiguiendo resaltar
aún más el mensaje último de nuestra Semana Mayor, manifestando una exaltación
de creencia a través de los signos externos.
Dentro del rico patrimonio cofrade hay dos aspectos bien
distintos. Por un lado la restauración de los enseres que ya poseen y, por
otro, la adquisición de nuevas obras para el culto público. En cuanto nos
referimos a lo primero es algo delicado y máxime cuando este se compone en su
mayor parte de elementos expuestos al culto.
En el caso de la imaginería el problema se agudiza, puesto
que ésta ha de ser contemplada en todos sus ángulos y perspectivas uniendo las
diferentes tonalidades lumínicas y demás peculiaridades expresivas que la
acompañan en todo su recorrido.
Su conservación es evidentemente necesaria para conseguir una
ausencia de humedad en equilibrio perfecto con un ambiente relativo y ausencia
de agentes externos nocivos. No siempre son adecuadas las condiciones en que se
encuentran los templos. Lo más adecuado sería recomendar un seguimiento de la pieza
en la observación, detección y contacto con un profesional.
Otro apartado, no quepa la menor duda, es la manipulación
inadecuada por manos inexpertas, bien sea por su extrema juventud, ignorancia o
carencia de cualquier conocimiento artístico o, simplemente, devocional.
Y, por último, los cultos en las vías urbanas, que constituye
el fin más popular, porque la obra de arte está expuesta a los agentes
atmosféricos. Mucho se ha hablado de la lluvia por su acción directa,
perjudicando las policromías, estofados en oro y penetración en la madera. Otro
punto sería la conveniencia de evitar los movimientos bruscos de las piezas.
Quizás uno de los aspectos más apasionantes del mundo cofrade
es la aportación de nuevos objetos de culto que a la larga se transformarán en
un contingente artístico para futuras generaciones, que se transforman en
simbología.
Anualmente se renuevan con nuevos miembros, hombres y
mujeres, niños y niñas, jóvenes y adultos, implicados en el compromiso de sus
estatutos, para que sea una garantía de continuidad. No podemos defraudar a los
que con tanto amor y dedicación supieron en tiempos pretéritos recoger el
testigo para trasladárnoslo. Tiene que dar testimonio y una vez salir para
mostrar su fe.
La Pascua que celebramos no es un final, sino el principio de
una vida nueva. No nos quedemos indiferentes ante esta notable información y
que no sea un espacio, sólo, para el descanso o la evasión. Cada uno tiene que
propagar esta buena noticia si vivimos en una sociedad coherente. La vida
cristiana y la alegría son dos realidades íntimamente unidas. La fe, devoción y
emoción manifestadas serán la forma más hermosa en el marco de esta ciudad
maravillosa.
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