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domingo, 3 de diciembre de 2017

LA HISTORIA DE LA EMIGRACIÓN CANARIAS-VENEZUELA

                             La historia de la emigración Canarias-Venezuela está llena de un pasado de recuerdos, nostalgias y lágrimas de unas islas, que fueron testigos de aquellas maletas de madera. Una emigración forzosa motivada por la persecución de la dictadura y de la necesidad a nivel familiar y de cualquier índole personal y profesional. Emigrantes canarios que llevaban de equipaje su juventud, ilusiones… y algunos las novias o esposas en el corazón.
                              Quiero recordar que en la época del franquismo la inmigración no existía, porque España era un país pobre y nadie quería venir, sumida en una situación crítica y con crisis provenientes de los conflictos civil y mundial, entre ese tiempo y los primeros meses de 1952, se creó el referido fenómeno, que sí bien, en cuanto a lo no permisible, no suponía un hecho novedoso. Al contrario los españoles marchaban huyendo del hambre y la miseria. La Palma, al igual que las demás islas, no estuvo exenta de tal necesidad, durante muchas décadas en la última centuria.
                              Cuántos se ausentaron clandestinamente de su lugar de origen con el propósito de mejorar el bienestar social, atraído por el auge de la nación sudamericana, que supo dar respuesta de acogimiento y solución a los canarios y peninsulares como, también, a otros procedentes del continente europeo, en un medio hostil, que cada vez aumentaba su prosperidad. Actualmente, parece que esto se quiere olvidar y en muchos casos tratamos a los inmigrantes como no queríamos, que nos trataran cuando lo éramos.
                              Referente a la tierra llana y próspera americana, rica y de promisión, lo más fundamental en este caso fue, como se produjo el desplazamiento de paisanos nuestros, entre dificultades por no tener unos recursos idóneos para hacerlo. Se produjo de manera masiva y en gran parte, en los determinados “barcos fantasmas”, pequeños veleros y pesqueros, que emprendían la aventura de cruzar el Atlántico sin instrumentos náuticos adecuados.
                              No todos podían satisfacer la costa del pasaje en buques, que realizaban la ruta en dos semanas, aproximadamente, en clases económicas en condición legal, a través de visados u otros medios autorizados por los consulados, legalizados por la firma del Cónsul y refrendado por el sello de la Embajada en cuestión.
                              Aquellos menos favorecidos tenían que recurrir a la entrada ilegal a su llegada a los litorales marítimos, recurriendo a la detención y amparo de personas, que los acogían en numerosos puestos de trabajo industriales y agrícolas. La ejecución de lo convenido para el trayecto se hacía con módicas cantidades y con sigilo para no ser detectados por la vigilancia de la guardia civil, que impedían a toda costa la salida de dichas embarcaciones. El aval para tal objetivo era obtenido por mediación de préstamos a familiares y amigos con la promesa de devolverlo una vez aflorara el bienestar en su nueva estancia y, en otros casos, se ejecutaba a través de concesiones hipotecarias con intereses devengados hasta el momento de su cancelación.
                              Se dirigían a una tierra en expansión en aquel momento, beneficiada en los primeros periodos por un gobierno democrático, el de Rómulo Gallegos, y proseguido con los dictadores que le sustituyen.
                              Centrándonos en las embarcaciones con distintas esloras y bastante vulnerabilidad para cruzar las aguas en distancia tan larga, se sometían precariamente a la suerte y arriesgada convivencia. Solían estar sobrecargadas, que a veces parecían hundirse cuando se encontraban con temporales, huracanes u otras adversidades naturales. La mayoría de ellas cambiaban habitualmente de dueños, que, posteriormente, los rehabilitaban para tal menester. Unas fueron compradas en la Península, siendo una de las más renombradas la de Virginia Noya, adquirida en Galicia por Manuel Pérez Fernández, nacido en San Andrés y Sauces (La Palma), y conocida como el “barco del Serrano”.
Hogar Canario. Caracas
                              Parte de ellas eran motoveleros y contaban con dos palos. Pocas arribaban con el motor funcionando, ya fuera por avería o por agotarse el gasoil, que favorablemente se lo administraban por suerte en alta mar, efectuando casi la mitad de la travesía usando la fuerza impulsora del viento. Los patrones con escasos conocimientos avanzados para dar seguridad y confianza se guiaban por propia intuición de los alisios, constantes, y la Corriente Ecuatorial del Norte. Constituían la máxima autoridad a bordo, en quienes recaía la responsabilidad. Junto con la tripulación podían llevar armas de fuego y aplicar castigos si no respetaban las normas aplicadas de comportamiento establecidas de antemano.
                              Se partía de diferentes sitios y se avituallaban con la esperanza de llegar sin contratiempos a su destino indefinido. Nunca sucedía así, ya que llegaban sin agua y alimentos suficientes, que tenían que ser racionados con precaución o, también, fueran suministrados por otros navíos comerciales en plan samaritano encontrados en circunstancias imprevistas.

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