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domingo, 3 de noviembre de 2019

RECORDANDO A LOS MUERTOS

Cementerio de Santa Cruz de La Palma
                              Es esencial hacerlo al celebrar el Día de los Difuntos, 2 de noviembre, que consiste en un deber con vínculos inalienables, perdurando sentimentalmente arraigados a costumbres religiosas, creencias y maneras sociales. Pensar en un reencuentro con los que ya han partido a la eternidad nos hace vulnerables como cristianos y creyentes en un más allá, donde no hay tristezas, ni dolor de ninguna clase, solo amor y gozo compartido en una única presencia celestial.
                              El ciprés nos señala el sentido del peregrinar en una inconfundible dirección y sentido de verticalidad hacia el cielo, ineludiblemente, de los humanos pensamientos a Dios comprensivo y misericordioso con cada uno de nosotros. Una realidad vigente y palpable cuando recordamos a los muertos.
Interior del camposanto. Detalle
                              Con el título “Los cipreses”  y con la introducción de Diego Navarro: “Aquí la carne en polvo se convierte:/toda su vanidad, sombra ligera,/nace con gravedad de calavera/a la presencia augusta de la muerte.”, escribo mi dicho poema, escrito el 14 de noviembre de 1997, que dice:
                              “Los cipreses se enamoran/de la brisa que recorre/las tapias del cementerio,/acariciando las fosas/y rezándole a los muertos./La verdad queda profunda/llena de eterno misterio/abrazada a las raíces/de pacientes monolitos./Sus extremos marcan el camino,/la senda de la verdad,/a un cierto peregrinaje/de himnos y libertad”.
                              Un camposanto es el lugar sagrado donde reposan los restos mortales de los ya fallecidos. El vocablo proviene del término griego koimetérion, que significa dormitorio. Convergen en ellos, sobre todo en el nuestro, el camino del andar cansino por una vida de infelices circunstancias, conduciéndonos a un vacío angustioso. Se adornan con flores y otros motivos que le dan un especial colorido, signo de una unión fraternal.
Sepultura. Estatua
                              “Dales, Señor el eterno descanso, y que la luz perpetua los ilumine. El justo permanecerá en eterno recuerdo, y no temerá falsedades” (Requiem aeternam dona eis, Dómine, et lux perpetua luceat eis. In memoria aeterna erit lustus, ab auditione mala non time bit).
                              Para finalizar, dejando presente todo cuanto hemos comentado transcribo mi trabajo, En el viejo cementerio, 7 de noviembre de 1996, que dice: “Allá se quedan los restos,/en paz reposan los muertos,/en el viejo cementerio/derruido por el tiempo./En él los míos descansan/detrás de una fría losa,/o bajo una honda fosa,/recordando que la cosa/ocurre en fatal bonanza./En la soledad sombría/del silencio y los cipreses/allá se quedan los muertos/en los brazos de lo eterno./Allá se quedan los sueños/abatidos por las tapias/que son suspiros del alma/y lamentos de los cuerpos./Allá se quedan los muertos,/a solas, sin pensamientos/ni sentimientos de vivos/para esperar el motivo/de su cierto advenimiento./Y con la tierra por lecho,/además de estar serenos,/siempre se dará por hecho/un epitafio esculpido:/con el amor nos unimos/y con la muerte partimos/hacia el mundo de los sueños/donde se hacen eternos.   
                              (Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, dona eis réquiem, [bis]/agnus Dei, qui tollis peccata mundi, dona eis réquiem sempiternam) = “Cordero de Dios, que quitáis el pecado del mundo, dadles reposo [bis]/Cordero de Dios, que quitáis el pecado del mundo, dadles reposo eterno”.

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