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domingo, 5 de julio de 2020

GARCÍA LORCA Y LA ESCUELA

                              Cuando se acaba el Curso Escolar, año tras año, los colegios cierran sus puertas para guardar en su curriculum vitae una etapa más de su quehacer educativo. No voy a relatar nada novedoso, pero sí interesante, por lo singular que ha sido el motivo de celebrar un acto de final de curso, en una escuela rural unitaria a media mañana por el mes de junio de 1998 y que yo visitaba como profesor del CER de LAS BREÑAS (La Palma).
                              Lo normal de todos estos eventos es que son amenos, actuando los alumnos, niñas y niños, constituyendo un magnífico escalafón final de la labor escolar con unos educadores dignos de admiración y merecedores de un sobresaliente.  Este lo fue muy a propósito por celebrarse el centenario del nacimiento de Federico García Lorca (1898-1936) y en ese entonces se estaba haciendo. Pertenece a la Generación del 27, destacando como dramaturgo, teatro y poesía. Géneros que cultivó abundantemente en su trayectoria de escritor.
                              No sé si García Lorca pensó alguna vez, tan siquiera en sueños, que sus versos iban a tener una sentida y acertada acogida en boca de pequeños recitadores de 6 a 8 años. Estando de espectador, compartiendo aquella convivencia me sorprendió escuchar a la maestra decir que aquel recital era en homenaje al aludido autor.
                              Cada uno de los alumnos y alumnas irían desgranando con maestría poética el recital previsto, distintos fragmentos del nutrido poemario. Duró el tiempo preciso, finalizando con unas cancioncillas populares, para que fuera sencillo y que no cundiera el cansancio de los que allí estaban.
                              Los pequeños actores se columpiaban por la tersa piel de las palabras como si estas fueran columpios en un parque mágico. Magistralmente mostraban la diversidad de recursos expresivos al realizar su actuación, dándole voz y movimiento lingüístico- literario a cada una de las estrofas.
                              Me mueve la certeza de que fue una experiencia que caló en lo más hondo de esos diminutos corazones, aunque grandes en sentimientos sumergidos en un mundo sin fantasía. Comprendí el sentido de la frase de Richard Bach: “Las únicas cosas importantes son las que están hechas de alegría y de Verdad”. Ese binomio, alegría y verdad, compone un entrelazado puzle con el recital a la memoria de Lorca.

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