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domingo, 4 de abril de 2021

LA CIUDAD DE ROMA

La ciudad de Roma. Sabor de la Italia clásica. Vista aérea
                              Las palabras que formarán parte de la presente crónica de un viaje, que hice por el año 2001, a la Ciudad Eterna (Cittá Eterna), sede del catolicismo y símbolo de la cristiandad, es fruto de un ansia personal del otro lado del mar. Fue mi voz que naufragó para siempre en la erupción del corazón, como se diría en metáfora. Ahora comprendo que me encontraba en el epicentro de una ebullición social muy peculiar, distinta al resto del mundo occidental y fuente religiosa fundamental para la Europa naciente de conflictos étnicos, cambios culturales y movimientos socio-económicos. A donde todos los caminos nos conducen, según indica el decir cotidiano del pueblo llano, y que para el católico es un constante éxtasis poseído por un lenguaje universal.                                                                
La ciudad de Roma es un espejo, que refleja virtudes y pecados, vicios y humildad, asombro y contemplación, creación y sentencia… en todo momento la urbe y lo maravilloso de un secreto fielmente transmitido a través de los siglos, que tratará de inculcar en quienes la visitan.                             
Historia romana. Nueva era 
                               La mirada de unos hombres que volaron con su imaginación más allá del pensamiento, traspasando la frontera del sentimiento, al equilibrio entre lo real y lo grandilocuente, me ha hecho reconocer que somos unos seres privilegiados en ver lo portentoso. Dirigir la vista a lo destacable de un autor es hacer mayor su obra, tomando como ejemplo a Donato d´Angelo
Bramante (1444-1514), Miguel Ángel (1475-1564), Rafael Sanzio (1483-1520), Gian Lorenzo Bernini (1598-1680), Francesco Castelli Borromini (1599-1667)… por tal motivo lo realizan majestuosamente con sus creaciones. Se observa lo curioso en sitios distintos por unas específicas condiciones arquitectónicas, que me hablan de ingenio y de sublime expresión artística.                                                                                    Una vez pasadas unas jornadas y habiendo visitado el Vaticano, subí a la cúpula de la Basílica de San Pedro. Un rato en posición estática me quedé oyendo las campanas, mientras las palomas revoloteaban en círculo, agitando con rapidez las alas recorrían un amplio espacio con frenesí manifiesta y mis retinas se dilataron al disfrutar plácidamente el panorama inigualable, que muy feliz viví junto a los demás. Olvidado de todo sólo me importaba lo visto con el río Tíber (Tevere) de fondo y el silbido del aire, susurrándome en los oídos. Al llegar el mediodía me fui a la plaza a rezar el Ángelus a los pies del apóstol en presencia del Santo Padre Karol Józel Wojtyla (1920-2005), San Juan Pablo II. ¿Quién pudiera pintarlo o escribirlo? Lo diría hasta el más incrédulo, porque aquel instante estaba esperando que los duchos pinceles de un pintor o la pluma maestra de un poeta lo plasmasen como su obra suprema.  
El Coliseo romano. Colosal 
                              ¡Qué bonito recorrido por los lugares emblemáticos, rebosando de arte, historia y misterio en la mañana que vi la Capilla Sixtina! La imagen me hizo pensar que el cielo luce el manto puro de su realeza, porque goza plenamente de un encanto merecido. Las grandes obras brillan con destellos de gloria y reflejos de ilusión, como saben hacerlo por su fulgente origen, que sobre mi cabeza descargaban sueños de complicidad, embriaguez y soledad. En aquel entonces surgieron en mí inspirados pensamientos envueltos en deseos de gritar, al ver por primera vez la enorme bóveda y estancia al completo.                                                                                                                        Las entrañas son atravesadas por un colosal museo, acariciado por las tranquilas aguas y aves en vuelo de su rauda carrera. El sol vestía de oro la escena y el aire apenas movía el difuminado carmín de sus márgenes. La vocación cultural se conjugaba hábilmente con lo imperial y religioso, recreando episodios apasionantes y trascendentales, sobresaliendo el esplendoroso legado urbano de columnas, monolitos, teatros, palacios, edificios públicos, arcos, plazas, fuentes… y el Coliseo. Hoy, se alza a la sombra de su ilustre acontecer, que constituye un patrimonio espectacular: la Piedad y el Moisés de Miguel Ángel, fuentes y baldaquino de San Pedro de Bernini… y las basílicas mayores (San Pedro, San Pablo Extramuros, San Juan de Letrán y Santa María la Mayor). Esta última dedicada a la Virgen de Las Nieves por referencia a un hecho ocurrido en las inmediaciones (nevada), celebrándose la festividad el 5 de agosto.                             
Capilla Sixtina. Juicio Final 
                        El afán se colmó el Miércoles de Ceniza, al mediodía con la coronación de la Madre Peregrina, Nuestra Señora de Fátima por SS., Papa Juan Pablo II, y cuando acudí a la iglesia de Santa Sabina, por la tarde, a la imposición del signo carismático de la Cuaresma.                                                             Con libertad indico el convencimiento que no hubiera sido satisfecho, si no habría ido a las catacumbas de San Sebastián. Mi intención es transmitir una experiencia revalorizada en una lección extraordinaria.                                                           Hay muchas otras capitales que conocer para reivindicar sus deleites, pero ésta guarda un algo especial, que la hace única y centro de la cristiandad. Más antigua e importante del mundo, cuna del latín y del derecho romano, que ha inspirado los códigos de Occidente.

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