Es el monumento más importante de nuestra capital. No
sencillamente indicativo de una o varias etapas de la historia del tiempo
pasado, no está anclado en siglos anteriores, sino que es un edificio vivo, que
ha ido haciéndose, que se va acrecentando en diferentes épocas, tiene pasado,
presente y futuro. Esta realidad, queda muy patente, muy bien documentada y muy
bien expresada en su continente y contenido.
El Salvador es un edificio vivo y en cada momento hemos de
aportar algo o mucho de lo necesario, de lo imprescindible para su conservación
y belleza. Los distintos aspectos arquitectónicos nos dan una luz enorme para
admirar, la gran armonía que posee esta construcción, que hacen sea un inmueble
único y que comprendamos muy exactamente, su presente y su futuro.
De su vida relevante es la historia del edificio, no lo es menos el
papel que hoy desempeña en la vida de Santa Cruz de La Palma. Por sus
actividades litúrgicas está en el centro de la vida religiosa de la Diócesis,
de modo que algunos acontecimientos como la Semana Santa y sus procesiones, la
convierten en el hito en torno al cual se produce el movimiento urbano. Ordena
el paseo de los turistas y mueve por ello numerosos grupos de personas. Acoge
hechos culturales que atraen a cientos de visitantes. Es un recinto sagrado
lleno de actividades.
De su unidad que es otra característica, aunque la construcción se
produjo principalmente en etapas bien distintas y de la mano de tantos
artistas, y fue entendido de forma diferente en cada época, ha llegado a
nosotros con una unidad formal infrecuente a este tipo de monumentos.
De su altura, otro rasgo a tener en cuenta como identificación del
mismo, cuando se planteó construir una auténtica “fortaleza de la Fe” y de ese
modo la continuaron levantando una metáfora del “Palacio Celestial”.
De su extensión, aunque sin el valor caracterológico que tienen los
apartados hasta aquí recogidos, es oportuno señalar la variedad de espacios que
componen la parroquia como otra de sus señas de identidad, en los que se
produce gran parte de la vida asociada a la liturgia y a la visita del complejo
artístico patrimonial.
Es, en su configuración actual, fruto de varias reformas y
ampliaciones que terminaron por conformar su planta basilical, de tres naves
separadas entre sí por arquería, de fuste liso y arcos de medio punto, que
descansan sobre soportes de orden toscano, cubiertas por techumbres de estilo
mudéjar, que les dan un aire arabesco.
Consta de cinco fachadas distintas, debido al trazado urbano
de su contorno, agregados y otros acometidos, plaza, Van de Walle, Pérez
Volcán, A. (Adolfo) Cabrera Pinto y Real, pero nos fijamos en la principal (ca.
1585), hacia el sur, frente a la plaza de España, elaborada en cantería gomera,
que se ordena a partir de sendos pedestales laterales sobre los que se apoyan
dos pares de columnas de capitel corintio que, a su vez, sostiene un frontón
triangular, de cuyos vértices parten pilastras de orden dórico coronadas a los
lados por jarrones y, al centro, por la imagen en mármol de El Salvador del
Mundo. Su remate curvilíneo se adentra en los postulados manieristas. A ambos
lados se halla un par de gárgolas con finalización grotesca, completando un
marco único, cuyas inscripciones están deterioradas. Es una evocación clásica
de un arco de triunfo de Cristo y su Iglesia.
El silencio se rompe con la contemplación del punto álgido de
la Pasión del Señor, cuando nos referimos a la mortaja de Jesucristo,
representada en el Cristo del Clavo, cuyo autor es el malagueño Francisco Palma
Burgos (1918-1985). A la escena clamorosa surge la presencia inconfundible de
las Mujeres de Jerusalén, Las Tres Marías, María la de Cleofá, María la de
Salomé y María la Magdalena. Composición magistral de los tres estados de dolor
mostrados por cada una de ellas, según la idea y obra del escultor palmero
DOMINGO CABRERA, Domingo José Cabrera Benítez (1971).
Las escalinatas que dan acceso al solar sacro están
construidas con cantería gomera, al igual que la fachada, por los canteros Juan
Rivero y Pedro Álvarez.
En el extremo oriental encontramos la torre campanario, que
aloja la sacristía edificada con piedra negra o volcánica y data del siglo XVI.
Posee cuatro campanas: La Grande o “de fuego”, usada para avisar de incendios;
La Pata Cabra, procedente de Cuba; La Verde, obsequio de Felipe Massieu y Tello
de Eslava y La Nueva, donada por Monteverde y Brier. Y, por último, la esquila,
donada por el marqués de Guisla-Ghiseliu.
De su acogida, cada cinco años, durante las Fiestas Lustrales de la
Bajada de la Virgen, acoge durante casi un mes la imagen de Las Nieves, Patrona
de la isla de La Palma.
El lunes, 1 de abril de 2013, sufrió un conato de incendio
por medio de un hombre de origen rumano, motivado por trastornos mentales que
le llevaron a tal decisión de prender fuego a la puerta principal, rociando
previamente la madera con un líquido inflamable, causando una gran alarma a las
personas que pasaban en esos momentos de la mañana, camino de sus deberes
cotidianos. Afortunadamente, la pronta intervención del cuerpo de bomberos
evitó su propagación.
De su constancia notifico la posesión de un gran archivo documental de
consulta para todos los estudiosos e investigadores. No habrá dificultad de
hacerlo, una vez solicitada su visita. Hace alarde, sin condición de lucro, de
un amplio y rico contingente de prendas, textiles y materiales de culto,
vestuario de imágenes, ornamentales y de otros usos, como los pertenecientes a
las distintas hermandades y cofradías, ubicadas en su jurisdicción, para ser
efectiva su presencia como propiedad en el tiempo y espacio, disfrutando de la
Cuaresma, Bajada Lustral, Día de la Cruz, Corpus Christi, Navidad y otros eventos
de rango popular y religioso.
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