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domingo, 11 de junio de 2023

A LA MEMORIA DE DON MANUEL DÍAZ

Retrato del Sr. Díaz. Sala Capitular de El Salvador
                              El jueves, 4 de mayo del corriente año, en la tarde-noche, honra y gloria de la isla de La Palma, con motivo de la presentación de la acertada restauración del Monumento a la memoria de Manuel Díaz Hernández (1774-1863), Sr. Díaz o Padre Díaz, que en mi deseo de contribuir a perpetuar el nombre del digno sacerdote y párroco de la vecina parroquia Matriz de El Salvador, transcribo palabras no rebuscadas, sino sentidas de corazón, habiendo pasado 160 años después de su muerte. Recopilo algo de lo mucho que la prensa ha publicado, ocupándose del preclaro personaje en pro del bienestar social, cultural, religioso y ciudadano para el engrandecimiento del pueblo palmero. La muerte del ínclito palmero que, por sus obras, sus hechos y su ilimitada caridad, ha perdurado en los años y con ellos su recuerdo se ha afianzado en vez de perderse y confundirse en la serie de acontecimientos, que desde aquel luctuoso día se han sucedido.

                              Como palmero y católico creo haber cumplido con un deber único y con una deuda, que, todos los creyentes, aquí han nacido, tenemos contraída con el ilustre sacerdote a quien la isla y la provincia entera admiró y veneró, porque es la inspiración de un sagrado deber de justicia y de gratitud.

                              Nació en Santa Cruz de La Palma, el 9 de mayo de 1774, en el seno de una familia acomodada a los avatares de la vida, siendo sus padres Francisco Díaz Leal y Francisca Hernández Carmona.

                              Al transitar por el callejón de la iglesia de El Salvador, calle A. (Adolfo) Cabrera Pinto, antes la Simonica, y habiendo traspasado la homónima de Pérez Volcán, nos encontramos la casa de Hernández Carmona con el número 14, que está dentro del Casco Histórico en un rincón modesto y discreto en cuanto a su ubicación en el desarrollo urbanístico. El añorado investigador y excronista oficial (1975) de esta ciudad capital, Jaime Pérez García (1930-2009), identifica la vivienda en un recorrido histórico-social a través de la arquitectura doméstica.

                              El teniente capitán Pedro Fernández de Paz fue dueño de un solar en el indicado sitio de referencia, siglo XVIII, con la descripción siguiente: “cercado de pared vana con su puerta que está en esta ciudad en dicha calle de Batedías con quien linda por delante, por un lado, casas mías, por detrás el barranco que dicen de los Dolores, y por el otro lado callejón que desciende a dicho barranco, el cual es libre de censo y tributo”. Su viuda, cumpliendo con la voluntad del finado, donó un oficio de herrero a Feliciano Francisco de los Reyes por su pobreza y parentesco como, también, por otras razones y justas causas.   

Rostro del cura don Manuel Díaz Hernández
                              Transcurrido el tiempo, Francisco Hernández Carmona (¿?-1767), contrajo matrimonio con María del Rosario de los Reyes Guerra, hija del tal Feliciano y de Juana de San Agustín Hernández Guerra, quienes le dieron por dote el lugar de referencia en el cual fabricaron el inmueble citado y es el asunto principal.

                              Agustín Hernández Carmona (1750-1836), hijo de Francisco, herrero, lo mismo que su padre y abuelo, fue el sostén de su madre y sus otros hijos. En atención a la cláusula testamentaria de su progenitora en agradecimiento de los servicios prestados a la familia se adueñó de dicha propiedad.

                              La hermana del anterior, Francisca (1741-1799), se casó con Francisco Díaz Leal, natural de la Villa de Mazo, que emigró a América y muriendo en el intento de hacer fortuna. El infortunio prematuro originó el desamparo de una mujer y de 3 menores nacidos en dicha finca urbana, llamados Francisco, Mariana y Manuel, este último con 8 años de edad. Su tío-tutor con la delicadeza de un patriarca se hizo cargo de ellos, ofreciéndole amparo y educación.

                              Díaz Hernández, por herencia intestada de su hermana, soltera, y a la vez lo era de su tío bienhechor con quien se había criado, adquirió como residencia por venta.

                              El Padre Díaz, después de su accidentada caída, solo dejó por bienes propios una finca de tierra de pan sembrar y habitáculo situado en Buenavista (Breña Alta), con una medida de 12 fanegadas y 9 celemines.

                              Los primeros y posteriores estudios los hizo en los exconventos de frailes dominicos y franciscanos de su ciudad natal con satisfacción manifiesta en lo eclesiástico, ya que dichos cenobios impartían cátedras polivalentes. Al final, durante la Edad de Oro en La Palma, así llamada por su esplendor y auge, la joven lumbrera contaba con una formación sostenida en los más fuertes fustes y capiteles de las columnas del saber y el conocimiento de auténticos pilares de proyección universal. Estudió humanidades y teología escolástica con objeto de alcanzar su vocación clerical.

                              El 5 de junio de 1789, fue tonsurado en la iglesia parroquial de Breña Alta, hallándose en visita pastoral el Ilustrísimo Sr. obispo Antonio de la Plaza.

                              A los 23 años, 8 de diciembre de 1797, ocupó por primera vez la cátedra sagrada, como simple tonsurado, por habérsele concedido licencia especial, revelándose el extraordinario orador que más tarde había de ocupar un distinguido lugar entre los predicadores de Canarias.

Foto que sirvió para el boceto de la estatua de Díaz Hernández 
                              Después de unas notables oposiciones, 28 de noviembre de 1799, realizadas en Las Palmas de Gran Canaria, se le propuso el primero en la terna para la provisión de uno de los beneficios vacantes en la parroquia Matriz de El Salvador de la capital palmera, expidiéndole su Majestad el rey Carlos IV la real cédula, expedida en El Escorial, nombrándole Beneficiado de la misma, se le dio la canónica institución de este destino, 28 de junio de 1800, y habiéndose posesionado de dicho cargo el 22 de agosto del mismo año.

                              En la villa de Teguise (Lanzarote), recibió las órdenes menores y en Telde (Gran Canaria), 20 de septiembre de 1800, por el obispo Manuel Verdugo, el subdiaconado, así como al siguiente día, 21 del mismo mes y año, el diaconado y, después, día 28, le ordenó de presbítero.

                              Seguir relatando su biografía, no tiene otro interés, sino de no olvidarnos de los muchos humanitarios sentimientos realizados a lo largo de su vida. En 1803, el Padre Díaz llevó hasta el extremo de inocular en varios niños la benéfica acción de la vacuna, que había descubierto Eduardo Jenner, mereciendo por ello y por el discurso que con este objeto pronunció, el beneplácito de sus contemporáneos.

                              Transcurría el año de 1810, cuando llegaron a esta población un contingente de soldados prisioneros franceses, a causa de la guerra de la Independencia (1808) y, entonces, el ilustre sacerdote se inclinó a estudiar lo básico de dicho idioma para aplicar en ellos tal ejemplar misión de caridad.

                              Debido a esa fama, extensa y popular, que había adquirido en el ámbito del contorno isleño, patria chica, en 1817, se le nombra Rector y al año siguiente se le asigna como Vicario de La Palma y, un año más tarde, electo Canónigo de la Catedral de Nuestra Señora de los Remedios, Obispado Nivariense, San Cristóbal de La Laguna (Tenerife), recientemente creado, 1 de febrero de 1819, por SS.PP Pío VII (1742-1823), cargo que no aceptó, porque no quería separarse de su amado templo, así que cuando se le preguntaban los motivos de su renuncia, contestaba: “Me he casado con esta iglesia y no quiero variar de esposa”.

                              En 1820, al pronunciar por segunda vez, el soberano Fernando VII el juramento de fidelidad a la Constitución de 1812 de la Monarquía Española, Constitución de Cádiz, conocida popularmente como la Pepa, por ser promulgada el 19 de marzo, festividad de San José, Díaz Hernández sintió que su alma se inflamaba con ardor humano, para solemnizar la promulgación constitucional, que se celebró en su parroquia, no hizo otra cosa que subirse al púlpito  y desde allí pronunció un exaltado exhorto, en el cual manifestaba sus creencias políticas, inspiradas en la idea de libertad, condenando el absolutismo, hizo que sobre su reputación de orador se acumulase la sombra de la acusación y se viese envuelto en un proceso de infidencia. Esto le obligó a fijar su residencia en la isla capitalina de Tenerife, en 1824.

Panorámica  de la plaza de España. Vista del Ayuntamiento y estatua
                              En noviembre de 1829, el caritativo sacerdote volvió a la isla, con objeto de restablecer su quebrantada salud, permaneciendo hasta junio de 1830, cuando volvió de nuevo a su sentenciado destierro, formando parte, en febrero de 1835, de la Comisión que estudiaba la desviación del barranco de Martianes (Puerto de la Cruz), impulsado por el alcalde José Álvarez Rixo, cuyas aguas causaron estragos en el aluvión de 1826.

                              En octubre del mismo año regresó definitivamente a su isla y, entonces, fue cuando construyó el nuevo altar en la capilla mayor y realizó algunas otras obras que con la Mesa de Corpus, que ya había construido, se revela como un artista de geniosa inspiración.

                              Fue el principal promotor de la actual estructura neoclásica de la actual iglesia de El salvador, para cuya reforma contó con la estimable colaboración, ayuda y conocimientos arquitectónicos de su gran amigo y colaborador, José Joaquín Martín de Justa (1784-1842), presbítero. En la renovación interior, iniciada en torno a 1813 se comenzó por las capillas laterales y, más tarde, hacia 1818-1891, por las de la cabecera.

                              A Antonio María Esquivel y Suárez de Urbina (1806-1857), sevillano de origen y fallecido en Madrid, fue pintor de cámara de la reina Isabel II, le encargó el cuadro de La Transfiguración, lienzo de cálidas tonalidades, colocado en 1840 en el centro del altar mayor y firmado en la capital de la nación en 1837, cuyo autor lo presentó a la Exposición de la Academia de Bellas Artes del referido año.

                              Se le deben todas las pinturas de jaspes y cortinajes y la invención de la ingeniosa y teatral maquinaria que acciona el tabernáculo. En la realización de lo primero, tuvo el apoyo de su sobrino, Aurelio Carmona López (1826-1901), y primos, los clérigos, José María Carmona (1790-1850) y Francisco Morales. La segunda, obra que fue puesta en la onomástica del santo titular, de 1841, cuidadosamente meditada y asesorada por él, siguieno un diseño que vino de Madrid en 1820. A su conocido Sebastián Remedios y Pintado le recomendó varias razones sobre la ubicación, elegancia y composición, madera, pasta o cartón, de los dos angelitos dispuestos para recoger las cortinas del pabellón. Con los otros cuatro de mayor tamaño de Fernando Estévez del Sacramento y Salas (1788-1854), denominados turiferarios, a ambos lados del tabernáculo y en la parte superior del cuadro ya descrito, en una composición realmente notable, en el que se acciona el expositor, descubriendo la custodia con el Santísimo Sacramento en la mejor tradición de la escenografía barroca y calderoniana.

Vivienda en la que nació y vivió el Beneficiado de El Salvador
                              Partidario del imaginero orotavense Estévez del Sacramento con quien guardó gran amistad, después de su regreso en 1835, una vez consumado en Tenerife el destierro del cual fue injusta víctima del odio de sus opositores en el día a día y de la cruel envidia de sus adversarios, en 1824, al que fue sometido por causa del Exhorto pronunciado a sus feligreses desde el púlpito, 11 de junio de 1820, con motivo de la proclamación de la Constitución de la Monarquía Española en nuestro país. Sus enemigos le tacharon de revoltoso, masón y revolucionario y, por consiguiente, lo acusaron de que, aún, en el exilio, intervenía y dirigía a sus afines del lugar natal.

                              Con el orotavense enriqueció la imaginería de la ciudad capitalina con tallas de muy alto valor plástico y expresivo, que hoy disfrutamos y contemplamos con fe y gran devoción en los pasos procesionales de Semana Santa y en otras festividades, pertenecientes a la aludida iglesia y a los exconventos de San Miguel de las Victorias y del Real Inmaculada Concepción, ambos fundados en el XVI.

                              Se le debe la elaboración de la mesa del Corpus Christi, artilugio para descanso procesional del Santísimo Sacramento del Altar en sus solemnidades habituales y, sin lugar a duda, el monumento para la tarde-noche del Jueves Santo.

                              En diciembre de 1822, manifestó ante el pleno del ayuntamiento la necesidad de trasladar el hospital al convento de las monjas claras, actual emplazamiento y que en dichas fechas iba a suprimirse. Para tal motivo, alegó: “[…] ya que su calidad y constitución es de lo peor que puede haber […], pues dicha casa hospital está en el centro de esta ciudad, por un lado, linda con un barranco cuyas corrientes impetuosas han puesto en consternación a sus vecinos y, por otro, tiene cortada la acción de los vientos reinantes por elevación del terreno […}”. Dicho establecimiento o institución benéfico-sanitaria, datándose su fundación en torno a 1514, es el primero en la isla, hoy es el Mercado Municipal, y su oratorio transformado en el Teatro Chico, han tenido varias modificaciones y restauraciones.

                              Para la construcción del cementerio católico (1871), nunca llegaron a su fin los primeros planos para la fachada, diseñados por Luis B. Pereyra en 1874, ni, el segundo, para lo mismo y ensanche por Barreda Brito en 1881, y para cerrar el cuestionado capítulo, María Fierro y Sotomayor, viuda de David O´Daly, mandó que se acabara con arreglo al trazado del referido Sr. Díaz.

Otra perspectiva de la casa del distinguido sacerdote en las artes
                              Fue un sacerdote distinguido en las artes, destacando en la pintura, música, escultura, educación, beneficencia y otros menesteres, dejando una huella imborrable.

                              En cuanto a la pintura dejó muestra de sus habilidades en el manejo del pincel, así como, también, en el campo musical destacó con sus motetes, que se cantaban el martes, jueves y viernes Santos por el afán de darle esplendor a los cultos religiosos, prueba de su inspiración excepcional.

                              Los motetes eran breves, a 2 voces y solo de hombres. Se entonaban a la salida y a la entrada en cada una de las iglesias de tránsito. En la ceremonia del enterramiento, punto final de la jornada, se cantaba el llamado “Jerusalem” y, a título ilustrativo, en los 3 días indicados de Semana Santa los “Et recordatus est Petrus”, “O vos omnes” y “Dextera Domini”, respectivamente, y otros como “Vexilla”. No se sabe a ciencia cierta, pero se suele comentar que compuso un canto para cada día de la liturgia del año. Se cree que la mayor parte de su producción se encuentra en las antiguas parroquias de la Orotava y del Puerto de la Cruz, así como en la localidad francesa de Auxerre.

                              El padre Díaz, hombre polifacético, agraciado con un espíritu profundamente artístico, sobresalió en todas aquellas disciplinas vinculadas con las artes. Su buen quehacer giró en torno a la preocupación y afán de dar brillantez a los cultos religiosos dentro y fuera del recinto sagrado. Su aportación a la Semana Santa de Santa Cruz de La Palma y, sobre todo, al Viernes Santo es notable por las obras siguientes:

                              -Comenzamos haciendo alusión al crucificado, venerado en el templo de Nuestra Señora de la Encarnación, cuya cabeza es de su sobrino, el imaginero Aurelio Carmona López, encontrándose la original en la ermita de San Sebastián. Hasta 1967 estuvo saliendo en la procesión del Calvario, puesto que desde 1968 lo hace el de Ezequiel de León Domínguez (1926-2008), escultor orotavense, acompañado con las mismas imágenes de hoy, Santa María Magdalena (XIX), Fernando Estévez del Sacramento y San Juan Evangelista (1863), Aurelio Carmona López.

                              -La Santa María Magdalena efigie de papel encolado con una melena de cabello natural de gran extensión, creada para la procesión del Santo Entierro, perteneció a la construcción que regentaba y fue su creación menos afortunada, de tosca factura y desproporcionada. Talla realizada mediante una técnica muy antigua y de gran auge en el campo de la escultura ornamental, porque así se lograba hacerlas más rápidas, económicas y ligeras, por lo que era frecuente su carácter procesional. Durante buena parte del XIX y hasta bien entrado el XX se contaba con su presencia, hasta que, en 1945, se sustituyó por la actual de Estévez.

Reproducción de la primera obra de la que se tiene mención. Biscuit
                              -El Cristo Yacente, se trataba de una imagen de aspecto amable, aunque carente del exhaustivo modelado anatómico de la imaginería procesional del Barroco. La hizo con el mismo procedimiento antes descrito. No mantiene una postura natural, sino como se preparaban a los difuntos de épocas pasadas, con los pies ligeramente abiertos. Amortajado con un tejido o sudario de color blanco, desde los talones hasta los hombros, y con los brazos descubiertos doblados en cruz sobre el pecho, el derecho sobre el izquierdo, con las manos extendidas, juntos en las muñecas, y con heridas profundas. Desde 1948 se supone que se encuentra en la Gomera, ya que se trajo otra escultura procedente de los talleres de Olot (Gerona), que actualmente se conserva en la parroquia de Nuestra Señora de La Luz (Santo Domingo-Garafía). Su iconografía es semejante a otras muchas existentes en diferentes localidades de la isla. Sólo, por citar algunas, podemos contemplar la custodiada en la villa de San Andrés, El Paso, Fuencaliente…

                              -Los Santos Varones, elaborados a mediados del XIX, año de 1862, aunque la fecha de su ejecución es incierta, fueron imágenes pensadas precisamente para procesionar este día, Viernes Santo, y para este acto litúrgico del Entierro del Señor. Salieron de las gubias del citado presbítero con iguales medios, que las anteriores. Siguen las pautas neoclásicas, siendo realizadas en cartón piedra y madera. Anteriormente, desfilaban en andas separadas y de manera paralela, ataviadas con vestimentas de estilo romano, lo cual le confería un aire tiernamente popular. En fechas recientes, estas esculturas se visten de negros ropajes inspirados en la tipología hebraica, imperante en el tiempo de Jesús y, hoy, lo hacen en un trono único, formando un expresivo conjunto, similar a otros, con la cruz arbórea al fondo. Hace 2 años salen nuevas efigies.

                              Divulgó su intervención en la formación intelectual de los jóvenes con la implantación de la escuela lancasteriana.

                              La Danza de Mascarones, es un número popular en los grandes festejos anuales de Santa Cruz de La Palma, formado por la comparsa de gigantes y cabezudos, que toman las calles. Estamos ante uno de los motivos de fiesta más entrañable del calendario de efemérides, que no podemos dejar de sentirnos atraídos por la magia de estos personajes o figurones, vinculados estrechamente al imaginario de nuestra ciudad.

                              Son inventivas, que nos trasplantan a una patente realidad en las redes sociales, reflejando el sentir de un pueblo que quiere extender los dominios de la imaginación y creatividad. Son algunos pocos protagonistas de distintas vivencias que, tras propagarse oralmente, hacen que nos sintamos parte fundamental de un gran relato.

                              Además, destacamos la importancia que han tenido en el Corpus Christi. Ellos dan la nota irónica y, a la vez, lúdica de la fiesta local con el estilo oriundo y caracterizado, acabamos manifestando que son el germen de los inigualables enanos. Según el cronista oficial, Manuel Poggio Capote, aparece documentado desde 1814. En los actos organizados por la restauración del reinado del rey absolutista, Fernando VII, y un año más tarde se refleja su no participación en las Fiestas Lustrales.

                              Se trata de la primera obra de la que se tiene mención en la capital. Desde siempre me ha fascinado Biscuit. Es de suponer que el enorme enano se corresponde con el figurón, citado en antiguas fotos y crónicas. El más antiguo fue hecho por el sacerdote Díaz Hernández, que en 1865 participó en las Lustrales y sucesivamente hasta 1931, cuando un pavoroso incendio destruyó el viejo Casino o Sociedad La Investigadora, ubicado en el solar de lo que fue el Parador Nacional de Turismo, en donde se guardaban en un almacén de su propiedad, destruyéndose totalmente por las llamas.

                              ¿Por qué le fue dado este nombre? Cuentan por tradición, que lo bailaba un amante de consumir galletas, siendo en traducción al idioma inglés el conocerlo de manera genuina.

                              La silueta del Enano, sugerente título para despertar la curiosidad y un sinfín de opiniones dispares y convertirse en un torrente de tinta en el mundillo de la información. El anhelo se transforma en ilusión y mientras tanto en emoción, al final, finaliza siendo satisfactorio de ver algo sensacional, quedando las retinas de nuestros ojos impresionadas. Todo hecho metáfora o imaginación no resuelta en el conjunto de preguntas sin contestar, interrogantes surgidos en el ambiente de la farándula, por ser un misterio muy bien guardado.

                              Constituyen un archivo cultural y un icono importante, referente de las Fiestas de la Bajada de la Virgen de Las Nieves, Patrona de La Palma, prototipo de la simbología de identidad y de un patrimonio intangible.      

                              Falleció en la localidad de su nacimiento, a consecuencia de la caída sufrida en la escalinata del atrio de El Salvador en la madrugada del día de Pascua de Resurrección, 5 de abril de 1863, a la edad de 89 años y a las 10 de la mañana.

                              En la tarde del siguiente día fue conducido el cadáver al camposanto y el pueblo palmero convirtió en apoteosis el entierro, cuya muerte fue un acontecimiento tristísimo y una pérdida irreparable.

                              El 12 de julio de 1863, en el número primero del periódico El Time, escribía, Antonio Rodríguez López, lo siguiente:

                              “Hace pocos meses que La Palma tuvo que lamentar una pérdida irreparable y, en medio de la tristeza, que aquella le produjera, y aún en esa misma tristeza, existía un motivo de complacencia y entusiasmo, que debían naturalmente despertarse al ver a un pueblo demostrar tan claramente los más delicados sentimientos que nuestro corazón abriga, tributando el homenaje de su admiración a la memoria de un gran hombre”.

Preciosa postal de la zona centro del Casco Histórico de Santa Cruz de La Palma
                               Con el anterior párrafo y otros, que iremos resaltando a lo largo de nuestra sentida semblanza, se guarda en la Real Sociedad La Cosmológica una biografía, titulada “Apuntes biográficos de Don Manuel Díaz” (1868), escrita por Antonio Rodríguez López (1836-1901), que contiene dentro de un recipiente portátil un mechón de cabellos del cráneo y la supuesta piedra en la que se golpeó mortalmente. Según, recientes indagaciones habidas en el habitáculo patrimonial de El Salvador, está por confirmar que se encuentre un relicario en donde se conserve el pañuelo o algodón con residuos de sangre al ser socorrido en el instante inmediato al fatal suceso y desenlace.

                              Aparte merece hacer referencia al alzado de catafalcos de carácter funerario en las honras fúnebres. En algunos casos debieron ser magníficos, correspondiendo con la categoría del difunto. Así pudo ser con el celebrado en la iglesia de San Agustín de Las Palmas de Gran Canaria en memoria del Venerable finado.

                              En el cementerio católico de esta ciudad, al pie de un ciprés, se alza un sepulcro humildísimo, sin mármoles, ni jaspes, sin ningún epitafio, hoy vacío. Tosca piedra y argamasa. Unos cuantos albañiles fueron los arquitectos y escultores que levantaron el sepulcro. Unos cortos instantes fue el tiempo que se empleó en construirlo.

                              En medio de su pobreza, en medio de su humildad, tiene ese sepulcro un valor inmenso, porque es la manifestación de un sentimiento de respetuoso cariño y la expresión del entusiasmo que con todo corazón noble y honrado produce una conducta ejemplar.

                              Posee una simple cruz y lámina de metal, que dice: “D.E.P. El Presbítero beneficiado de la Parroquia del Salvador. Don Manuel Díaz Hernández”.

                              Con la colocación de un monumento a su memoria, 18 de abril de 1897, a propuesta de José María García Carrillo (1827-1898) y aprobado por unanimidad por el ayuntamiento, el primero de condición civil de esta naturaleza, erigido en el archipiélago canario. Por su labor culminaron las reformas de la plaza de España en dicho año, antes de la Constitución, cuyos planos fueron diseñados en 1885, por el constructor naval Sebastián Arozena Lemos (1823-1900) que consistía en darle horizontalidad, manteniendo el trazado triangular, que, aún, conserva y finalizando la escalinata que da entrada al atrio del templo para fortalecer su situación en el espacio y en la época ante los conjuntos emblemáticos más importantes de Canarias, donde convergen las esferas representativas del poder: Ayuntamiento, Iglesia y las casonas de Pinto, Massieu, Monteverde y Lorenzo.

                              El 7 de febrero de 1896, llegó la estatua a esta población y es digno mencionar que, al llegar a tierra, a disponerse el alcalde a buscar un medio de transporte, los marinos que en el muelle se hallaban la condujeron a hombros, dando así una prueba inequívoca del respeto y veneración de que es objeto el nombre de don Manuel Díaz Hernández.

                              La inauguración tuvo lugar a las 9 de la mañana, 18 de abril de 1897, y un inmenso gentío, una compacta muchedumbre, llenaba la plaza de la Constitución y sus aledaños, ventanas, azoteas y balcones contiguos, llenos de personas ansiosas de presenciar la ceremonia.

                              Su efigie en bronce, obra del catalán Josep Montserra i Portella (1864-1923), encargada a la fundación de Federico Masriera y Campins en Barcelona, ejecutada en junio de 1895, se halla en el centro del recinto, sobre un pedestal de mampostería de tronco piramidal. Para su construcción se presentaron 3 diseños, 2 de ellos por la mencionada fábrica y el tercero, obra del artista madrileño, afincado en el barrio de San Sebastián, Ubaldo Bordanova Moreno (1866-1909), que fue elegido, aunque se prescindió de la bella reja de hierro forjado, que rodeaba la base.

"A DÍAZ SU PATRIA. 1894" Cualidades humanas y artísticas
                              Adornado con motivos florales en las dos caras laterales opuestas y en la principal presenta una lápida de mármol blanco con signos alegóricos como una lira, cáliz, paleta, palma del martirio, laurel y pergamino con partitura alusivas al magisterio eclesiástico y a las cualidades artísticas y humanas del homenajeado. En ella, se lee: “A DÍAZ SU PATRIA. 1894”. En la parte posterior, se encuentra el pelícano con sus crías y debajo una placa, escrita en latín, que dice: “Quidecus et splenndor, sacrati ad limina templi Occubuit, zeli victima facta sui. MDCCCLXIII”. Es la misma lectura que figura en el retrato, óleo sobre lienzo, en su parte inferior que hay del mismo en la sala capitular, que traducida al castellano: “Que honor y esplendor, cayó muerto en los umbrales del sagrado templo, víctima de su celo. 1863”.

                              “He ahí ya el bronce eternizando su gloria.

                              Los sacerdotes cristianos pueden venir a inspirarse en su escultura.

                              El bronce, si se le pregunta, palpita y responde.

                              Nosotros, creyentes, pasamos descubiertos admirando la personalidad que el arte ha hecho trasmigrar al monumento.

                              Aquella personalidad convertida en estatua tiene un no sé qué de misteriosa:

                              Por boca de los antiguos oráculos creía el paganismo que hablaban los dioses de la Mitología.

                              La estatua del levita católico parece repetir la sublime doctrina de Cristo.

                              Es el Evangelio en bronce.

                              El oráculo eterno.

                              La ciudad de Santa Cruz de La Palma, levantando esa estatua, tiene la suprema grandeza de una sagrada Pitonisa”. (Palabras de Antonio Rodríguez López).

                              “Esta fama no puede aumentarse y para esto sobran monumentos. La estatua es necesaria a La Palma, no al Sacerdote. ¿Para qué la necesita el Sr. Díaz? Digamos, imitando a un escritor ilustre, que nada pueden el mármol y el bronce donde está la gloria y que la estatua que el Sr. Díaz se ha levantado a si mismo sobre el pedestal de su virtud y de su talento vale más que ningún otro monumento. Díaz no necesita pirámide, tiene su vida.

                              Pero La Palma necesita levantar un monumento al palmero ilustre, al sacerdote ejemplar y La Palma, que había construido para la estatua del Beneficiado Díaz, un magnífico pedestal, no podía dejar este vacío.

                              El monumento está ya terminado: el bronce, transformado por el arte en estatua, descansa ya sobre aquel pedestal”. (Últimas palabras de Hermenegildo Rodríguez Méndez (1870-1922), Don Gildo, en su elocuente intervención de inauguración).

                              Sus restos fueron trasladados a la parroquia Matriz de El Salvador en la tarde-noche del jueves, 28 de agosto de 2008, y se hallan al comenzar el presbiterio del sagrado recinto bajo una losa de color blanco con la leyenda: “Aquí aguardan/la Resurrección/en la que creyó/y esperó/los restos del/insigne presbítero/Rvdo. Sr. D./Manuel/Díaz Hernández,/párroco de/El Salvador,/trasladados/a este templo el/28 de agosto de 2008./Nació y murió/en esta ciudad/el 9 de mayo de 1774/y/el 5 de abril de 1863,/respectivamente”.

                              El Diario de Avisos (da), Decano de la Prensa de Canarias, fundado en Santa Cruz de La Palma (1890), se hace eco del traslado de los restos a El Salvador con dos meses de antelación y el titular “El Señor Díaz regresará a su hogar”, dando su buena acogida por la población palmera: “Unanimidad en el respaldo y satisfacción social son las reacciones captadas por la iniciativa, históricamente demandada, del expárroco de El Salvador, Manuel Lorenzo Rodríguez, para trasladar los restos del extinto benefactor, símbolo del liberalismo palmero e integrante del Siglo de Oro insular, según Juan Régulo Pérez (1914-1993), de donde nunca debió haber salido, supo leer los signos de los tiempos”.

                              Hacemos alusión a la jornada del traslado de los restos mortales del venerado Padre Díaz, en la que el articulista Víctor J. Hernández Correa, lo mismo que en las anteriores referencias, David Sanz, titula en el mismo medio escrito “Sacerdote de un siglo caótico: el padre Manuel Díaz” y comienza, así: “El traslado esta tarde de los restos mortales del padre Manuel Díaz Hernández (1774-1863), desde el cementerio de Santa Cruz de La Palma hasta la iglesia de El Salvador, resulta apropiado para el recuerdo de lo que significó tan alta personalidad en el ámbito sociopolítico de principios del siglo XIX, en el terreno artístico y en el adelanto cultural y religioso de La Palma, que le tocó vivir”.

                              No se puede quedar en el vacío del desconocimiento incomprensible, ni menos silenciar lo que fue meritorio, escueto y directo, lo galardonado el viernes, 29 de junio de 2017, a partir de las 20,30 horas, siendo yo invitado al acto en el interior del templo de El Salvador, junto a los restos de don Manuel Díaz, a pronunciar una sencilla y breve semblanza del homenajeado y después en el exterior ante la estatua con una ofrenda floral, celebrada con tinte de intimidad a su memoria, por parte de los miembros masónicos venidos para tal fin a La Palma desde distintos orígenes. Posteriormente se celebraron otros actos públicos significativos en relación a la figura de don Manuel Díaz.

Finalización de la obra de restauración de la estatua de bronce y pedestal 
                              Las palabras pronunciadas dieron a conocer algunas pinceladas del Sr. Díaz y haciendo uso de mi intervención manifesté, lo siguiente: “Pienso, que el ilustre palmero no ha tenido el reconocimiento que se merece por parte de su isla, la que tanto amó y tan bien representó en todos los ámbitos sociales y culturales. Lo digo sin acritud, pero con la conciencia serena, ahora, cuando su nombre es el feliz argumento para el presente homenaje a su memoria, no puede menos que alegrarme y hasta emocionarme con óptimo y sincero orgullo. Desde esta tribuna y en el lugar donde aguardan, en la esperanza de la Resurrección en la que creyó y esperó, los restos mortales del insigne presbítero beneficiado, reclamo una calle o plaza a su nombre, ya que, aún, según yo sepa, no consta en el callejero capitalino”.

                              El evento contradijo la postura de muchos eclécticos y ajenos al acontecimiento. Los amigos y personas de buena fe, que aman y ensalzan la labor y la humanidad del Padre Díaz, encuentren un especial agradecimiento por su presencia, habiendo reconocido ver lo más altruista y fundamental de alguien que sembró el bien, el amor a los demás y la justicia.

                              Finalizamos este amplio trabajo como señal de lo extraordinario de un enigmático paisano, transcribiendo un soneto, cuyo autor es Domingo Carmona Pérez, titulado “Muerte y Vida”, que dice:

-Antes que el alba diera la campana,

la parca lo acechaba, pavorosa…

y el sacerdote de alma generosa,

dejó su vida terrenal cristiana.

-La fecha de su muerte no es lejana…

su perfume, al morir, deja la rosa…

todavía su mano cariñosa

recuerda la indigencia palmesana.

-Honradez, caridad, virtud, ternura…

tal es de Díaz la brillante historia.

A las puertas del templo, con fe pura

encontrando su muerte halló su gloria…

y hoy su patria orgullosa con premura

le levanta una estatua a su memoria.

                              En resumen y por conclusión me complazco en cumplir con el deber de manifestar gratitud y reconocimiento a quienes han contribuido a solemnizar un acto y ocasión con su presencia, no echándolo en olvido.

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